𝙲𝚊𝚝𝚘𝚛𝚌𝚎| 𝙴𝚕𝚏𝚎𝚗𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜

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|Waine Stone|

-Y bueno -limpié mi mano con una servilleta de papel-...luego él durmió por media hora.

-¿Durmió en tu cama? -sonrió, haciendo énfasis en "tu", como si fuese algo del otro maldito mundo.

-Ajá -asentí.

Levantó las cejas procesando todo lo que le había contado a cerca de Langdon, en cierta parte, estaba indignado, pues no le había contado nada anteriormente.

Pronto terminamos una de las cajas de pizza, mi estómago ya no podía más, podría explotar en cualquier momento. Marco eructó, tapó su boca apenado.

-Asqueroso.

-Lo siento -sonrió débilmente.

Noté que sonrió entre la sombra de su cabeza y su pecho, levanté una ceja.

-¿Qué?

-¿De qué? -trató dejar su sonrisa de lado, en un fallido y patético intento por verse serio. Ladeé la cabeza, buscando la respuesta en su semblante.

-Deja de hacer eso, odio sentirme estúpida -gruñí aventándome sobre mi cama. Rió, restregando su rostro, luego tomó lugar justo a mi lado.
Sus ojos siguieron mirándome con algún tipo de complicidad, escondiendo algo.

-¡Marco! -me quejé, sentándome para lograr mirarlo completamente.

-¡Waine! -arremedó. Bufé, dejando caer mi peso, quedando boca abajo.

-Eres insufriblemente insufrible -chillé pellizcando su brazo.
Nuevamente rió, al mismo tiempo que arrebataba su extremidad de mis dedos.

Suspiró, suspiré, suspiramos.

Relamí mis labios, luego proporcioné una mordida sutil a ellos. Sin darme cuenta, comencé a cerrar los ojos, sintiendo el sueño inundar cada pequeño folículo de mi ser. Mi cuerpo se relajaba, derritiéndome sobre el viejo colchón.

-Sientes algo por Langdon.

Me atraganté.

Rápidamente me obligué a despegar el cuerpo de aquel cómodo lugar, la saliva se acumuló en mi garganta, dificultándome tragar.

Dio algunas palmadas a mi espalda, buscando ayudarme. Manoteé al aire, cuando pude, jalé aire muy profundamente. Humedecí mis labios, respirando descontroladamente.

-No digas estupideces, Marco -jacté, sin poder creer lo que salió de su boca. Soltó aire ofendido.

Podía sentir la molestia subiendo desde mis pies hasta el cerebro. Qué tontería. No.

-Oh, vamos -acarició mi brazo como disculpa-. ¿Por qué no?

Lo miré con incredulidad, sintiendo nuevas ganas de vomitar. No por mi amigo, claramente, sino por el hecho de pensar que yo podría gustar de Langdon.

-Porque no -ridiculicé la sola idea-. Es una locura, quiero decir...no.

Soltó aire, colocó una almohada color gris sobre su rostro. Los pensamientos siguieron hurgando en mi cabeza, la sola idea de imaginar sentimientos hacia aquel rubio cenizo me hizo querer sacarme los ojos con cucharas.

El sonido del viento, los tic tac de un reloj postrado sobre una pared que marcaba las 12:30, la respiración de Marco y la mía estando sincronizadas y yo mirando un punto inexistente del lugar, decidiendo entre tomar un trago de detergente o hacer que Marco lo beba por mí.

Simplemente ridículo y cero porciento probable.

Marco no siguió molestando, giré para mirarlo: su pecho bajaba y subía lentamente, tenía los labios ligeramente separados, permitiendo el paso del aire entre éstos, las pestañas exageradamente largas descansando sobre sus párpados. Tomé la pijama tirada en el suelo y entré al baño para quitarme la ropa que poco a poco se volvió incómoda.

The eyes never lieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora