𝚂𝚒𝚎𝚝𝚎| 𝙲𝚊𝚖𝚒𝚗𝚊𝚛 𝚎𝚗𝚝𝚛𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚜𝚒𝚕𝚕𝚘𝚜

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Días posteriores a la pelea en la Waine y su mejor amigo Marco habían estado involucrados, en la escuela nadie hablaba sobre ello, lo cual sorprendió al dúo de amigos. Porque ellos pensaron que Thausand y su novia irían a contar el problema y se dispersaría el rumor por todo el plantel. Lo cual arruinaría los antecedentes de alumna estrella de Waine; a su amigo casi no le importaba lo que los profesores pensaran de él, simplemente entregaba los trabajos y listo, sin importar que estuvieran erróneos o correctos.

Por su puesto que ambos se ganaron un castigo por parte de sus tutores, nada grave, igualmente la menor de los Stone no estaba para nada de acuerdo, pues en su cabeza permanecía la idea de que ellos no tuvieron la culpa y lo que hicieron fue solamente defenderse. O sea, que no merecían un castigo.

Por otra parte, el deseo de Waine se había estado cumpliendo constantemente: no tenía ni un pelo cerca de Langdon, ni un rastro de su ADN. Como si se lo hubiera tragado la tierra, no lo había visto en ningún lado de la escuela o la calle y ahora que sabía cuál era su casa, inconscientemente su mirada se posaba en la casona donde la familia con este apellido vivía, esperando alguna señal de movimiento dentro, pero nada, absolutamente nada. No era como si desde que los ayudó estuviera pendiente de él.

Para nada...

| Waine Stone |

Apreté los ojos al sentir éstos cerrarse, usé mis manos para restregarlas en mi rostro con estrés. Desde hacía media hora el profesor de Historia no dejaba de hablar de La Segunda Guerra Mundial y los Campos de Concentración, un tema bastante interesante si no tienes a un viejo de sesenta y ocho años hablando con cara de "me quiero morir, odio mi trabajo y a todos".

-Señorita Stone -llamó y separé la cabeza de mis manos con dificultad e hice el mejor esfuerzo por abrir los ojos-. ¿Al rededor de cuántas personas judías fueron asesinadas en estos campos?

-Seis millones, aproximadamente.

-¿Civiles soviéticos?

-Siete millones.

-Perfecto, jamás me decepciona. -sonrió con satisfacción ante mi conocimiento, sonreí desinteresadamente y volví a rayar mi libro de texto.

Marco seguía en reposo por la herida de su cabeza, su madre era un poco especial con ese tipo de cosas. Por lo tanto, tenía que pasar las clases sola, con las malas miradas de todos. Igualmente no me quitaba el sueño, podía pasar el descanso perfectamente, con un poco de música y nada de comida.

Sin esperarlo, el timbre tocó y casi salí corriendo a la biblioteca. Siempre la cerraban durante el descanso, pero lograba colarme y quedarme ahí en el plazo de los veinte minutos, sola sin molestias y puro silencio. Con la compañía de los libros y su magnífico olor.

Casi corrí a la biblioteca, simulando buscar un libro al azar y caminar entre los pasillos silenciosamente, adentrándome cada vez más a los rincones obscuros. Al escuchar cómo la recepcionista cerró la puerta, suspiré. Posteriormente, me coloqué los audífonos reproduciendo I think we're alone now. La canción sonó y relajó mis músculos, despojándome de todo estrés o presión.

De la bolsa derecha de mi pantalón saqué los dulces que tanto me gustan y necesito para estar cuerda todo el día. Antes de meterme uno a la boca, recordé que tenía otras pastillas que tomar, así que saqué el bote con nombre duloxetina y la tragué junto con un poco de agua. Relamí los restos de agua al rededor de mis labios, luego tomé un poco más del líquido traslúcido. Recargué mi cabeza en la pared, disfrutando de la música. Mi pie comenzó a moverse al ritmo de la música.

Recordé que en aritmética habían dejado labores, así que con un bufido, me dispuse a sacar la libreta y un lápiz para resolver las ecuaciones asignadas. No me llevaba tiempo hacerlas, pero el simple hecho de saber que tengo que interrumpir la canción me molesta.

Después de un rato alcancé a escuchar el timbre que daba por terminado el descanso, con mucho pesar, me levanté y escondí para que una vez abierta la puerta pueda escaparme y hacer como si nada. Mi único consuelo era saber que únicamente faltaban dos horas para que la maldita jornada escolar acabase.


The eyes never lieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora