𝚂𝚎𝚒𝚜| 𝙵𝚛𝚊𝚗𝚔𝚎𝚗𝚜𝚝𝚎𝚒𝚗 𝚘 𝙲𝚑𝚞𝚌𝚔𝚢

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𝙻𝚘𝚜 𝙰𝚗𝚐𝚎𝚕𝚎𝚜, 𝙲𝚊𝚕𝚒𝚏𝚘𝚛𝚗𝚒𝚊 - 𝟷𝟿𝟿𝟺

| Waine Stone |

Suspiré al ver a mamá y Nolan entrar por la puerta del hospital, se suponía que nadie más se enteraría. Disimulé que ya los había visto, girándome a ver al chico rubio sentado en la banca siguiente, miraba con interés sus manos, sintió mi mirada y me miró. Justo en ese momento tocaron mi hombro, cerré los ojos con fuerza, un regaño me respiraba en la nuca.

-¿Qué sucedió, Waine? -directamente preguntó mamá.

En menos de segundos, un molesto nudo amenazó con bloquear mi garganta, mis ojos se volvieron cristales y mi labio un temblor.

-Mamá... -nada más salió de mi boca, cuando la presión en mi pecho y las lágrimas se deslizaron con suma delicadeza de su lugar. Mamá me abrazó, sobando mi cabellera con consolación.

-Tranquila, estamos aquí. -murmuró cálidamente sobre mi cabeza.

Después de un par de horas me permití desahogarme. Probablemente no sea algo de suma gravedad, y sólo esté siendo dramática. Sin embargo, nadie sintió el miedo que yo cuando aquel idiota golpeaba a mi mejor amigo, tampoco la frustración.

Posteriormente a informar a mi mayor sobre lo ocurrido con lujo de detalle, el doctor dijo que únicamente tuvieron que hacerle a Marco algunas puntadas en la frente, nada tan llamativo en realidad. La sangre hace todo mucho más dramático.
Al entrar a la habitación, estaba sentado en la camilla, en su rostro relucían moretones al morado vivo. Me miró y sonrió, como si no estuviera más golpeado que un saco de box.

-¿Ahora eres Frankenstein?

-Obvio no, Waine, soy Chucky -siguió mi juego-, ¿no lo ves?

-Oh, sí, lo siento, es que tus nuevas cicatrices son muy cool como para comprarte con ese enano matón. -reímos, abrió sus brazos y de inmediato correspondí. Me sentía horriblemente culpable, ¿es mi culpa?

-Escucha, Waine...quiero que sepas que nada de esto es culpa tuya.

¿Leyó mi mente?

-Lo es, no debí...

-Waine, cállate, no es tu culpa.

Asentí sin creerlo, un silencio incómodo salió a la luz. Relamí mis labios, sentí la piel superficial extremadamente seca, en un rato comenzaría a despegarse como la piel de una serpiente.

-Tu amigo...el rubio -carraspee-, sigue allá afuera.

-Oh, ¿podrías...agradecerle? -pidió con las manos en súplica-. No puedo pararme, me duele todo.

Suspiré, finalmente asentí. Le debo una disculpa y un agradecimiento sincero. Sabía que Marco podía levantarse a la perfección, pero después de que gracias a mí lo golpearon de la manera en que lo hicieron, se la debía a ambos. Salí de la habitación, mi familia ya no estaba, seguramente fueron a comprar comida, sin contar que según mis cálculos, son aproximadamente las seis o siete de la noche.

Al girar la cabeza a la izquierda, el rubio estaba ahí, con las piernas pegadas a su tronco y la cabeza agachada contra sus rodillas. Al escuchar mis pasos, la levantó rápidamente, creí que estaba dormido ya. Talló sus ojos, rojos de sueño.

The eyes never lieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora