01 ❪ enzo fernández ❫

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—Sí, sí... Dale, lo esperamos afuera entonces —dijo mi mejor amiga por el teléfono y colgó. Lo guardó en el bolsillo de su jean y después me miró. Creo, yo estaba más allá que acá—. El novio de tu hermana te va a venir a buscar y te lleva para el depto. Tu hermana se fue a no sé dónde para hacer no sé qué y no te puede buscar ella; no le entendí un sorongo.

Asentí y abrí mucho los ojos porque y por poco me quedaba dormida ahí parada adentro del boliche.

Lucía me agarró de la mano para no perderme entre la multitud de gente que había y salimos afuera. Hacía bastante calorcito, y mas todo el alcohol que tenía, ya estaba que me arrancaba la piel para refrescarme.

Estaba bastante mal. Puedo llegar a decir que me quedo corta con el "bastante". Me puse en un pedo impresionante, casi que ni me podía parar y estaba más mareada que la mierda. En cualquier momento vomitaba hasta la comida que me daba mi mamá de bebé; pero quería agua.

Agua.

Necesitaba agua.

Vi hacia todos lados como la loquita esquizofrénica que era y vi a un chico con una botellita de agua. Me acerqué casi corriendo y por poco que se la arranqué de las manos.

—¿Me la das? Gracias —el chico ni me había respondido y yo ya estaba al lado de Lucía con la botella en la mano.

—Amiga —empezó a decir Luci—, como que no da que tomes eso.

—¿Eh?

La miré sin entender mientras abría la botellita y me tiraba toda el agua que tenía encima. Ella se quedó mirándome con cara de que me quería empujar a la calle para que me chocara un auto.

—Ay, que fresquita.

Justo después de que dije eso, vi como frenaba un auto al frente de nosotras y, con todo el pedo que tenía, pude descifrar que se trataba del auto de Enzo Fernández, el novio perfectito de mi hermana.

"Re rápido llegó". Pensé.

Mi mamá y mi papá lo tenían en un altar; y ni hablemos de mi hermana. Las veces que estaba con ella (que era todos los días porque yo estaba viviendo con elllos dos) no paraba de hablar de él, que Enzo esto, que Enzo lo otro. Eran todos insoportables. No sé qué tanto amor le tenían al boludito este.

O sea, a mí me caía bien y toda la cosa pero tampoco que lo tenía en un pedestal.

Enzo se bajó del auto y en cuando me vio con todo el pelo y el vestido mojado, miró a Lucía como diciendo "¿Contexto?". Ella nomás hizo una mueca.

—Bueno, te dejo al paquete. Nos re vimos.

Y se fue.

Enzo se mordió el labio y miró al cielo.

—Ay la pendeja esta.

—¿Le hablas a Dios? Andas re esquizo, Enzito —me reí, pero aparentemente el chiste no le hizo gracia a él.

—Entra al auto dale.

Le hice caso y me subí de copiloto, él se subió segundos después y en seguida puso en marcha el motor para irnos.

El movimiento del auto me hizo sentir peor. Más mareada que antes y ya casi que ni sabía en donde estaba. Me empezó a hacer calor de una manera impresionante, y, sin importante absolutamente nada, me saqué el vestido.

Sí, quedé en tetas (porque por el vestido que llevaba puesto no tenía corpiño) justo al lado de Enzo.

—Ay que está para morirse con este calor —miré al morocho y estaba más duro que pan de ayer—. ¿Qué te pasa ahora?

—Haceme el favor y ponete algo ya. Ya —me mandó. Tenía la mandíbula re tensa y agarraba con fuerza el volante; se le marcaban todas las venas del brazo.

Si así era el tronco no me quería ni imaginar la raíz.

—Pero tengo calor —me quejé. Claro, a mí no me importaba nada en ese momento. Mi cerebro no captaba que no podía estar en tetas así como si nada.

—Carolina, hay una campera ahí atrás, ponétela ya. En serio.

Era re hartante el negro este.

—Bue. Ya va, ya va —dije de mala gana y busqué como pude la campera que estaba atrás.

Era de river.

Claro, no iba a haber una de boca.

Me la puse así nomás, sin prenderla ni nada, y Enzo me vio con el ceño fruncido. Bah, no me miraba a mí, creo que me miraba las tetas, porque todavía se veían.

—La concha de tu vieja, Carolina hija de puta. Prendete la campera, pelotuda de mierda.

—Ahre, andaba re violento el negro. Cálmate, amigo, cálmate. Tomate un tecito de tilo.

—¡Prendete la campera!

—Ay bueno. Que mandón, cálmate un poco.

Me prendí la campera y me quedé callada el resto del viaje. Se me iban cerrando los ojos, pero alcancé a ver que habíamos llegado al hotel donde vivíamos temporalmente él, mi hermana y yo.

—Bajate —dijo Enzo, todavía estaba medio enojadito pero no le di ni pelota. Yo ni me quería mover.

Como vio que no me moví ni un centímetro, se bajó del auto, lo rodeó, y cuando llegó donde estaba yo abrió la puerta y me cargó en brazos. Corte princesa de disney.

Entramos al hotel, subimos por el ascensor hasta el piso que correspondía y finalmente llegamos al departamento.

Él abrió la puerta todavía conmigo en brazos y entramos, no me bajó hasta que llegamos a la pieza. Su pieza aparentemente. Me dejó en la cama y yo en seguida me levanté.

Todavía sentía un re calor así que me quise sacar la campera como si fuera una remera. No me juzguen; si mis neuronas no andaban del todo estando sobria, imagínense estando casi en coma alcohólico.

Enzo me frenó justo cuando la campera quedó a la altura de mis pechos. Me la bajó para que me cubriera todo como antes y le pude mirar la cara.

Estaba justo al frente mío. Cerquita.

Tenía las manos en el principio del cierre y, antes de bajarlo, me miró a los ojos.

Estaba re bueno el pibe. Una suerte tenía mi hermana. Imagínense que las garche un chabón así de lindo. Un sueño para muchas, una realidad para Valu.

El morocho empezó a bajar el cierre con lentitud y a mí se me aceleró la respiración. Inconscientemente me acerqué más a él. Terminó de bajar todo el cierre y me sacó la campera. No dejaba de verme las tetas y pude notar como se mordió el labio, pero acto seguido desvió la mirada para el costado.

—¿Qué pasa? —le susurré y me acerqué más.

Y se ve que eso lo hizo perder el control. No sé, supongo. Porque con una rapidez impresionante me agarró de la nuca y me chantó un beso.

Me chupó todo un huevo (que no tenía, claramente). Mi autocontrol se había ido a la mierda cuando me chupé y, además, estaba en una etapa donde me calentaba hasta por una mirada.

Así que le seguí el beso con las mismas ganas.

Yo, Carolina Cervantes, de tan solo 17 añitos de edad; me estaba comiendo a Enzo Fernández, morocho de 20 años que jugaba para river y que era el novio de mi hermana Valentina.

Alta trola era.

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