16 ❪ paulo dybala ❫

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Ya no podía seguir fingiendo que no sentía nada por Paulo, mi amigo (si así se le puede llamar).

Últimamente solo nos veíamos para coger y eso me mataba.

Suspiré, levantándome de la cama para ir hacia la cocina y poner la pava para el mate. Pau seguía durmiendo.

Me puse a pensar en la situación, tratando de entender qué era lo que me faltaba para que él me quisiera de forma romántica y no solo sexual.

Pero no me faltaba nada.

Yo no era el problema.

Yo siempre me preocupaba por él. Siempre le subía el ánimo cuando tenía un mal día. Siempre le daba cariño. Siempre lo escuchaba hablar de las cosas que a él le gustaban.

Siempre.

Y él no hacía nada de eso.

Solo me buscaba para sacarse la calentura.

Y eso me mataba lentamente.

Me daba bronca no poder ponerle un límite. Me daba bronca dejarme usar de esa manera tan horrible. Me daba bronca yo misma por no tener amor propio y conformarme con tan poco.

Porque, en el fondo, yo sabía que me merecía a un amor como el de libros que leía.

Un amor tan lindo como el de los protagonistas de diario de una pasión. Un amor tan lindo como el de orgullo y prejuicio. Un amor tan lindo como el de 10 cosas que odio de ti.

Y puedo seguir y seguir con la lista.

Yo me merecía todo eso y más.

Pero estaba tan cegada y tan enamorada de Paulo, que no me permitía conocer a otras personas.

Yo lo quería a él.

Solo a él.

Esta situación me daba impotencia. Demasiada.

Apagué la cocina y apoyé mis manos sobre la mesada, cerré los ojos y respiré hondo para tratar de calmarme. En eso, sentí las manos de Paulo pasando por mi abdomen y como descansó su mentón en mi hombro. Me estaba abrazando mientras daba leves caricias en mi panza, debajo de la remera que traía puesta, que era de él.

Me permití disfrutar de su toque, de sus caricias. Me conformaba con tan poco. Y justo cuando me estaba relajando, justo cuando me estaba olvidando de lo mal e insuficiente que me hacía sentir a veces; él abrió la boca y arruinó el momento.

—Como me encanta ir a la cama con vos —susurró en mi oído y dejó un beso en mi espalda.

Pero no quería nada más que eso.

Le gustaba coger conmigo. Le gustaba garcharme. Le gustaba hacerme lo que él quisiera.

Pero no me quería para nada más.

Él no se imaginaba un futuro conmigo.

Y yo sí me lo imaginaba con él.

Paulo estaba en todos mis planes a futuro. En todos.

Y yo no estaba en ninguno.

Pensé en todo eso y estuve a punto de explotar, estuve a punto de decirle todo lo que sentía. Ya no daba más.

Pero él se separó y volvió a hablar.

—No sabés —empezó mientras se apoyaba en la mesada, justo al lado mío—. Me empecé a hablar con una mina, re linda es. Me veo estando en algo serio con ella, la verdad —un brillo que nunca había visto se asomó en sus ojos en cuanto pronunció esas palabras.

Y yo me quise morir.

Me empezó a faltar el aire de la impotencia que me habían causado esas palabras.

Entonces no me la aguanté y pronuncié lo que hacía mucho quería decirle:

—¿Y yo qué? ¿No me ves para nada serio a mí? —lo miré a los ojos y traté no llorar.

Era conocida por llorar siempre.

Paulo quedó mudo. No dijo nada. Y esa fue la única respuesta que necesitaba.

Él no me quería.

No sentía nada por mí.

Absolutamente nada.

Y yo sentía de todo.

Solo bastaba con mirarlo para saber que lo amaba. Que me había enamorado de él. Que quería todo con él. Que quería una vida junto a él. Hijos, una casa, mascotas. Todo.

Pero él nunca se iba a fijar en mí de esa forma.

—Tania... —quiso hablar, pero lo corté en seguida.

Sabía que cualquier cosa que dijera me iba a hacer mierda. Me iba a destruir. Me iba a hacer sentir peor de lo que ya me sentía.

Y no necesitaba nada de eso.

Mi autoestima ya estaba lo suficientemente destruido como para terminar de arruinarlo.

—No, cállate —negué con la cabeza y desvíe la mirada—. Solamente andate. Por favor, andate —mordí mi labio inferior, tratando de contener las lágrimas.

Él no dijo absolutamente nada y en menos de siete minutos ya se había ido de mi casa.

No se despidió. No me pidió perdón. No me dijo que me quería.

Nada.

Ese día estuve llorando todo el día. Estuve días sin comer por falta de apetito y solo me levantaba de la cama para bañarme.

No había recibido ni un mensaje de Paulo. Ni uno.

Ni un "hola".

Ni un "cómo estás?".

Nada.

Eso terminó de confirmarme el hecho de que no le importaba en lo más mínimo.

Yo me había enamorado sola. Y él, pocas semanas después, ya estaba enamorado de otra persona.

Con la que sí pasaría el resto de su vida.

Con la que sí tendría una familia. Una vida.

Con la que tendría todo lo que conmigo no quiso.

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