04 ❪ lisandro martinez ❫

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—Siempre lo mismo con vos. No cambias más —le solté enojada. Por poco y le tiré el teléfono en la cara, pero me contuve. No iba a romper mi celular.

Lisandro me miró re confundido. Claro, no entendía nada él, si hacía menos de cinco minutos estábamos de lo más bien viendo una película juntos.

—¿Qué te pasa ahora?

Ese "ahora" me hizo enojar más. Me levanté del sillón y me encerré en el baño. No quería discutir. De nuevo no.

Pero ya estaba harta.

Era la tercera vez que me hacía lo mismo.

Ya no podía confiar en él.

Me hacía sentir mal, fea, insuficiente.

¿No le bastaba conmigo? ¿Tenía que estar con otras chicas porque ya no me quería?

Suspiré y traté de no llorar. No lo valía.

Vi una vez más la foto y sentí más rabia.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que estar con otras teniéndome a mí siempre? Ya estaba, no aguantaba más, me iba a ir a la mierda de su casa y, si no hubiera sido por nuestro hijo, no lo volvería a ver nunca más.

Lisandro tocó la puerta del baño varias veces. Respiré hondo y salí, le pasé por el lado sin verle la cara. Lo odiaba.

—Amor, ¿qué pasa? —me agarró la mano y estallé.

Se me fue a la mierda el autocontrol, hice que me soltara bruscamente y me di vuelta para mirarlo.

Tan lindo y tan hijo de puta era.

—No te hagas el pelotudo, Lisandro. Ya es la tercera vez que me lo haces y me harté. Ya me harté. ¿La primera vez? Te la perdoné porque la relación era reciente. ¿La segunda? Uhhh, te emborrachaste mucho y no te pusiste a pensar en las consecuencias. ¿La tercera? La tercera ya no te la perdono. Ya me cansaste.

—Cálmate, lo hablemos bien —Licha me agarró de lo hombros pero lo empujé.

—No me toques.

—Amor...

—¡"Amor" las pelotas, Lisandro! ¡No podés ser tan hijo de puta! —le grité en la cara y me dieron ganas de llorar. Él me miró con las cejas alzadas.

—Pero déjame explicarte.

—¿Explicarme qué? ¿Me vas a decir que esa chica te buscó? ¿Que te chupaste de nuevo? ¿Que la confundiste conmigo? No me expliques nada. No te quiero escuchar. Ya no quiero que me mientas en la cara —Lisandro volvió a intentar agarrame la mano pero me separé de nuevo. No entendía el tarado—. ¡Que no me toques, mierda! ¡¿Qué parte no entedes?!

—¡Renata, cálmate! ¡Deja de gritar! —me gritó. Que irónico—. Déjame explicarte, por fa.

—¿Qué mierda tenés en la cabeza? Entende que no quiero que me expliques nada. ¡Nada! No sé en qué idioma hablo.

—¡Pero no te podés poner así de histérica! Fue un beso nomás.

Justo cuando estuve a punto de gritarle un montón de cosas en la cara, una vocecita se escuchó desde el principio de la escalera.

—¿Mami? —preguntó Benja con cara de dormido.

Lo habíamos despertado por los gritos. Miré a Lisandro y vi como se le aguaron los ojos. Claro, ahora sentía culpa. Me acerqué a mi hijo y me agaché para alzarlo.

—Hoy vamos a dormir en lo de la tía Vicky, ¿querés? —le pregunté con voz suave. Él asintió, pero Lisandro habló.

—No te lo vas a llevar. Es mi hijo —la voz le salió entrecortada. Tenía ganas de llorar.

—Yo lo parí. Yo soy la madre. Y yo no fui la que se mandó la cagada. Hubieras pensado en tu hijo antes de estar con otra. No te voy a prohibir verlo porque Benja no tiene que ver con lo que vos hiciste. Pero ni pensés que se va a quedar con vos. No. Él se va conmigo.

Subí rápido las escaleras y entré a la pieza para hacer mínimo una mochila de ropa. Dejé a Benja (que ya se había dormido de nuevo) en la cama y me puse a buscar mudas de ropa suya y mía. Cuando quise ir al baño a buscar nuestros cepillos de dientes, Lisandro se cruzó.

—Por favor, Rena, no te vayas —estaba llorando.

Se me rompió el corazón. Yo daba todo por él. Yo lo amaba. Pero también me amaba a mí y no iba a permitir que me hiciera eso de nuevo. Ya no era una pelotuda que estaba cegada.

—Lisandro, córtala. Ya está. Ya te la mandaste y mi decisión está tomada. Pero pensa en positivo, ahora vas a poder estar con todas las pibas que vos quieras.

Entré al baño, agarré los cepillos y, cuando estaba por salir, Lisandro me agarró la nuca y en una rápido movimiento me dio un beso.

Un beso desesperado.

Pude sentir el sabor salado de sus lágrimas.

Me separé de golpe, empujándolo.

—Basta. En serio.

—Amor, por favor...

—Deja de decirme así, vos y yo no somos nada.

Hasta a mí me dolieron mis palabras. No podía creer que lo pensé que iba a ser para siempre, se estaba desmoronando en un abrir y cerrar de ojos.

Pero como dicen: "todo principio tiene su fin".

Y los finales no siempre son como queremos.

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