XXXII.

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La batalla termina, el coliseo comienza a vaciarse, y un espadachín ruega a Poseidon por atravesar el portal que Loki accedió a hacer para ellos.

Una vez más es la playa el escenario que les da la bienvenida al otro lado.

Poseidon observa desconfiado a Kojiro, bufando cuando este le regresa la mirada en forma de guiño.
Poco después se encaminan sobre la arena, con el japonés jaladole de la mano.

—Sé caminar solo.

—¿Seguro? creí que solo nadabas.

En respuesta, Poseidon patea algo de arena que va a dar hasta las rodillas del humano.

No tardan mucho en encontrar el destino al que Kojiro los guía: una superficie lisa, donde la tierra parece haberse solidificado justo debajo de la smbra de varias palmeras. Casi al centro de la zona descansa una roca alta, lo bastante grande para estar ahí todo el tiempo que se le antoje.

—Quiero mostrarte algo. —dice Kojiro, dándose la vuelta después de jalar ambos brazos del Dios, dejándolo cerca suyo.

El pelinegro toma las manos de Poseidon entre las suyas, realizando una reverencia lo bastante pronunciada para que sus labios besen los pálidos nudillos.
El griego no lo admitirá, pero una reverencia nunca le había gustado tanto.

Enseguida le suelta, solo para alejarse unos metros y desenvainar de un movimiento su espada. Todo bajo la mirada orgullosa de Poseidon.

Una respiración es suficiente para tomar posición.
Pies separados, rodillas inclinadas y espada posicionada en la mano más alejada del enemigo, en este caso la roca.

El rubio lo puede ver sonreír antes de hacer su golpe, sabiendo que de no ser por tener vista y análisis privilegiados, sería incapaz de saber qué mierda hizo.

En un principio parece ser una estocada recta común y corriente, que aunque ajena al uso convencional de la espada, sólo tiene de maravilloso la influencia de la lanza en su ejecución.
Y eso sería suficiente para que Poseidon siguiera asegurando tener al mejor espadachín a su lado, sin embargo no queda ahí.

Con la espada atravesando la roca en un corte perfecto, el pie trasero se posiciona junto al principal en el momento en que la palma de la mano libre golpea el pomo de la espada, enterrando el arma en la roca hasta dar un impacto a la piedra con la guarda.

El choque, con una fuerza abrumadora, hace temblar la roca desde el centro hasta los extremos, demorando apenas unos segundos antes de obligarla a llenarse de grietas.

Finalmente Kojiro gira la espada, facilitando su extracción y dejando a la roca desmoronarse en cientos de pequeños pedazos.

Al instante escucha un pequeño conjunto de aplausos dirigirse hacia él, y observa a su rubio verle con una sonrisa de labios entreabiertos que no logra descifrar.

—Gracias, gracias. —finge reverencias teatrales.

—¿Querías que te viera presumir lo que pudiste haber hecho en nuestra batalla, o solo que supiera lo bueno que eres?

—De hecho, su majestad, la meta no era ninguna de esas. —importadole poco la espada, la abandona en el suelo, acercándose a tomar una vez más las manos de Poseidon.

El Dios decide que por el bien de su no tan sensible corazón, ignorará el apodo.

—¿Entonces?

—Quería enseñártelo, después de todo tu lo inspiraste y es tuyo. —dice con una sonrisa y más cariño del que le han dedicado a Poseidon en toda su vida.

—¿Inspiré un ataque mortal de pelea? vaya, es lo más lindo que me han dicho jamás. —comenta con la burla sellada en los labios, menos mal que Kojiro veía sus ojos, pues estos solo reflejan la más pura adoración.

Ancla [Sasaki x Poseidon] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora