CAPÍTULO N°26: Batalla Bajo La Lluvia

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Me declaró por muerto

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Me declaró por muerto

Todos estábamos en peligro. Por un lado, mi hermano y los demás que estaban afuera rodeados de un grupo de Absordens ansiosos de muerte, y por el otro lado, Mateo, Ludmila y yo estábamos atrapados en el ático en silencio para no llamar la atención del Absordens que estaba abajo.

Mis piernas eran gelatina, no paraban de temblar y sin mencionar a mi corazón que latía un millón por segundos.

Mateo sugirió que retrocediéramos, lentamente y en silencio para alejarnos de la entrada.

—En silencio, diríjanse a la luz de la ventana —dijo Mateo señalando la ventana.

Los tres nos dirigimos hacia la

ventana al paso de la tortuga, con la intención de no hacer rechinar la madera. Caminábamos de puntilla como bailarinas. Y yo que me había prometido no volver a tener esa experiencia y henos aquí.

Ya estábamos llegando, solo faltaba unos pequeños pasos más, pero mi cuerpo en ese momento se congeló como no tienen idea.

Resultó ser que una lámpara de aceite había sido tumbada por accidente, por Ludmila. El vidrio ovalado del centro de la lámpara se había quebrado en pesados, con un ruido muy agudo y chillido, que creo que se escuchó en toda la casa.

—Ay no... —exhaló Ludmila pavorida de miedo.

En la parte baja, se escuchó un rugido intimidante, con pasos fuertes que se aproximaban a la escalera.

—¡Nolan, la escalera! —ordenó Mateo antes de que el Absordens subiera.

Extendí mi brazo hacia la escalera, hice un movimiento rápido de muñeca y subí las escaleras para que el Absordens no logrará subir.

—¡Eso no lo detendrá por mucho tiempo! —exclamé, manteniendo la escalera cerrada.

—Tú crees —dijo Ludmila en la sombra derecha.

El Absordens golpeaba con fuerza la puerta cuadrada. Lo intentó por unos segundos, pero después los golpes cesaron.

—¿Se fue? —preguntó Ludmila.

—No lo creó —respondí con duda —. Ellos no son de rendirse tan fácilmente, además, creo que estoy olvidando algo.

—De qué se pueden mover entre las sombras —mencionó Mateo, con la voz nerviosa.

—¿Qué?

—Mira...

¡Oh, por Dios!, sabía que había olvidado algo. Olvidé que ellos son de sombras y que pueden moverse entre ellas sin el mínimo esfuerzo.

Jamás olvidaría ese color de ojos rojo escarlata como la sangre. La bestia se encontraba a las espaldas de Ludmila, sobre su nuca. La mirada de sus ojos era escalofriante e imprégnante.

Kinesis: Descubre Tu PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora