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[4 - Marcovaldo]

—¡Te lo digo, Alberto! ¡Sé que si hacemos equipo podríamos tener oportunidad de ganar la carrera! —Efusó con entusiasmo el joven Paguro.

Habían pasado unas cuantas semanas desde la comida en casa de Luca y del incidente entre la señora Paguro y su padre. Durante los días siguientes tácitamente habían decidido no verse para evitar más percances entre sus padres que pudiesen detonar un alejamiento inmediato impuesto por Daniela entre los menores. Poco después, cual si se hubiesen puesto de acuerdo, un día volvieron a encontrarse en el muelle listos para encaminarse hacia la isla; desde entonces el niño de blanquecina piel había insistido en formar un equipo —Alberto y él— para participar en la Cosa Portorosso, o algo así, para compensar la actitud de su madre de aquel día, mas el niño Scorfano se encontraba dubitativo.

—¡No tendrás que nadar en lo más mínimo, te lo prometo! Yo puedo nadar y andar en bici. Mientras comes la pasta yo descanso. No nos costará nada ¡Comes como nadie! Hasta mi abuela quedó estupefacta con cómo deboraste tu bistecca.

—No estoy seguro, Luca. Es mucho trabajo para ti solo. Si vamos a hacerlo, que sea justo, ¿por qué no le pedimos ayuda a Smuca?

—Créeme que me gustaría hacerlo, es un increíble nadador, aunque no tanto como tú —ambos se sonrojaron al instante dejando unos segundos mudos a la deriva—… ¡Amm! ¡Decía! Smuca es muy bueno nadando pero ya tiene dieciséis años y va en contra de las reglas —cómo odiaba Alberto esa expresión, ¿por qué los humanos tenían tantas reglas? "Las reglas son para gente arreglada", solía murmurar en momentos como ése.

—Entonces no lo haré. Es mucho esfuerzo para ti y sigo sin verle lo divertido a estresarse tanto para ganar esa carrera. No entiendo qué obtenemos con eso —torció su mirar tornando sus ojos en blanco mientras hacía una mueca de disgusto y le daba la espalda a su amigo.

—¿No te lo dije? Los ganadores reciben dinero. Con eso podemos comprar la Vespa que querías —de pronto la idea de la Cosa Portorosso sonaba interesante.

Tiempo atrás, mucho antes de conocer a Luca Paguro, en una ocasión que su padre había vuelto de sus viajes, le contó a Alberto de la mejor cosa que los humanos han inventado: la Vespa. Sabía que a su hijo le gustaba coleccionar cosas humanas que las olas del mar terminaban por anclar en la orilla de la isla; seguramente la motoneta le parecería de lo más atractiva.

—Te sientas sobre ella y te llevará seguro a tu destino, ¡a donde quieras en el mundo! —Le explicó Enzo a su hijo. Un marino de color similar al de Alberto, más oscuro y más grande, lo suficiente para poder ser una máquina de matar si la situación lo requiriera. El señor Enzo Scorfano en su verdadera forma causaría miedo hasta el más valiente.

—¡¿Y con eso podemos ir con el pez grandote y hablarle de mamá?! —El niño irradiaba genuina felicidad y esperanza, casi podría expulsar chispas y destellos de su rostro.

El rostro del señor Scorfano palideció perdiendo su sonrisa alegre por una más bien melancólica. Acarició la mejilla de su hijo con dulzura y con un sonido gutural asintió diciendo que sí.

—¡Entonces hagámoslo! ¡Ganaremos la Cosa Portorosso!

Un par de días después su patio de juegos, finalmente, se había mudado al pueblo de Portorosso. Por primera vez en más de un año pasarían las tardes ahí sin mentirle a la familia de Luca. Habían decidido —a insistencia de Alberto— encontrar a otro niño que quisiera formar equipo con ellos para evitar sobreesforzar al menor de ambos. Caminaban por todas las calles del pueblo deteniéndose a hablar con cada niño o niña que se cruzaban para invitarlos, mas estos terminaban por rechazarlos casi al instante; algunos dijeron que no podían confiar en un equipo con dos niños a los que jamás veían por el pueblo, ¿cómo alegar lo contrario? Hasta antes de Alberto, Luca no había tenido amigos y escasamente salía de su casa; Alberto ni siquiera vivía en el pueblo. El de morena piel no los culpaba por pensar de esa manera, pero le molestaba que no pudieran dar siquiera un salto de fe y confiar en ellos; así como hizo Luca con él en el acantilado de la isla.

Tritone - Alberca/LubertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora