- XII -

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[5 - Emociones]
TW: Este capítulo contiene escenas que pueden resultar sensibles para algunos lectores. Proceder con precaución.

Había una palabra que a Alberto le gustaba mucho, una palabra que lo describía por encima de cualquier otra: entusiasmo.
   La Real Academia de la lengua Española (RAE) nos dice que el entusiasmo es la exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por algo que lo admire o cautive. Da, además, las siguientes palabras como sinónimos y/o palabras afines a este estado de ánimo: apasionamiento, pasión, exaltación, emoción, arrebato, arrebatamiento, fogosidad, enardecimiento, vehemencia, frenesí, ánimo, afán, ardor, calor; admiración, fervor, entrega, interés, empeño, pasión, apasionamiento.
   Alberto, por su lado, a esta misma palabra la describía como “la sensación que tienes en la panza y en tus mejillas cuando haces, o vas a hacer, algo que te gusta tanto que tu cuerpo vibra como las burbujas de las olas”.

El entusiasmo invadía a Alberto desde la punta de sus pies, hasta la punta de su cabello humano. Ese día sus dos adultos favoritos finalmente se conocerían. Enzo Scorfano, su padre, un entrañable monstruo marino —y hombre de negocios ante el ojo público— había aceptado conocer al gran Massimo Marcovaldo, el temido y bien conocido cazador de dichos monstruos, padre de su reciente amiga Giulia.
   Convencerlo no fue una tarea fácil. La fama de Massimo presidía en su nombre y Enzo había oído sobre sus hazañas. Cuando él se enteró que su hijo se había hecho amigo de la hija de aquel cazador y que, además, pasaba las tardes en su casa, casi pegó un grito al cielo. Temió por la vida de Alberto e ipso facto le prohibió seguir frecuentando a esas personas; el joven niño se sintió herido ante la orden de su padre, jurando que no eran el tipo de persona que Enzo creía. Sin embargo, sus palabras no habían funcionado.

Durante varios días, el señor Scorfano había mantenido a Alberto en Angelica con él, evitando que el menor saliera siquiera a la isla. No quería arriesgarse más a que su hijo corriese peligro. Esos días sirvieron para disputar una batalla uno a uno para demostrar quién de los dos marini tenía mejor poder de convencimiento en su voz. Enzo buscaba convencer a Alberto de alejarse de ellos; Alberto buscaba convencer a Enzo de conocerlos. Como era de esperarse, Alberto había dominado gracias a su elocuencia y su padre había accedido a darles una oportunidad a los Marcovaldo con la condición de que, de no ser buenas personas ante sus ojos, Alberto no volvería a acercarse a esa familia. Tenían un acuerdo.
   Luca Paguro había sido una pieza clave en el acuerdo. A estas alturas Enzo apreciaba y respetaba mucho al pequeño niño por el apoyo emocional que significaba para su hijo pese a saber el secreto de ambos. Pensaba que Luca era un niño lo bastante inteligente como para saber discernir entre buenas y malas personas; si el niño Paguro confiaba en ellos, darles una oportunidad no estaría de más.

Ahora los Scorfano se estaban presentando para cenar en la casa Marcovaldo, y Alberto irradiaba entusiasmo por cada poro de su cuerpo.

Trenette al pesto! —anunció el señor Massimo sirviendo dos platos con pasta a sus comensales: los Scorfano.

El ambiente se sentía algo tenso entre los adultos. Massimo era un hombre de pocas palabras, Enzo tenía muchas preguntas producidas por su fama y los recortes de periódicos sobre monstruos marinos que colgaban en la pared de la cocina, ¿pero cómo dar pie al tema sin delatarse y exponerse a ser arponeados en esa misma casa?
   Los ojos del Marino mayor se abrieron de par en par al probar la comida frente a él. Una delicia recién descubierta. Ahora comprendía por qué Alberto hablaba de dicho platillo casi tanto como del Capresse de la señora Alessandra.

—Señor Massimo —habló Enzo—, agradezco la cena que bien tuvo a invitarnos. Siempre es bueno conocer a los amigos de mi hijo y a sus familias.

Massimo sólo asintió con la cabeza y un sonido gutural en afirmación.

Tritone - Alberca/LubertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora