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04 - Lágrimas

—Si me desaparezco por días sin avisar no es por gusto, mocoso. ¡Si lo hago es por t-…!

—¿Interrumpo algo o los sigo dejando tener su tan cálido y fraternal diálogo? —se escuchó no muy lejos de donde se disputaba la discusión, interrumpiendo.

La piel en su nuca se erizó al escuchar la voz a sus espaldas. Dió un brinco de sorpresa. De todas las personas en el mundo que pudieran presenciar esa escena, justo tenía que ser a quien menos deseaba que lo hiciera. Aguantó la respiración unos segundos tomando valentía para después voltear hacia la tercera voz.

Lo primero que sus ojos pudieron vislumbrar fue un torso fornido y un abdomen delgado cubiertos por una playera roja. De reojo, logró ver el rostro del chico con el que tantas noches había soñado. Su corazón dió un vuelco total comparable al de un pequeño infarto a la par que sentía sus orbes oculares ser invadidos por las lágrimas. Había tomado aire —y valor— conteniéndolo dentro de sí mismo un segundo antes de salir corriendo con ojos cerrados en dirección al tritón, chocando su hombro con el de su contrario en su intento de huída; maldecía en ese momento que su casa estuviera justamente en el mismo rumbo.

Corrió cual si fuese carrera de cien metros planos hasta llegar a la casa fincada bajo el número 20. Sus lagrimados ojos le impedían ver con claridad ocasionando que chocara un par de ocasiones de camino a su habitación. Cerró la puerta con el seguro puesto detrás de sí antes de sentir cómo su cuerpo se desplomaba contra el suelo en posición fetal. Se encontraba en shock.

"¿Qué está haciendo aquí? ¿Por qué llegó Alberto a la panadería?"

Su mente corría en círculos buscando respuestas. No era esa la manera en la que quería volver a verlo; ni siquiera estaba seguro de estar listo para volver a verlo, ¿cómo hacerlo después de cómo habían terminado las cosas dos años atrás? A su mente empezaron a llegar los recuerdos de aquel día. Recordó el cielo naranja a punto de anochecer siendo opacado por las nubes que avecinaban a una tormenta. Recordó el frío vacío en su pecho al ver aquellas escamas índigo hundirse en las olas sin voltear a verlo. Recordó las palabras afiladas como dagas, más afiladas, incluso, que las garras de su contrario.

—¡Abre los ojos, por favor! ¿Qué no entiendes que esto no tiene futuro? ¡Sólo mírate, ni siquiera somos iguales! ¿Qué pasaría si, como todos los de tu especie hacen, intentas lastimarme?

—¡Quien no abre los ojos eres tú! ¿Qué fue lo que te pasó? Hasta hace unas semanas parecía que todo estaba bien. ¡Dijiste que me apoyarías! Ahora veo que sólo piensas en ti mismo.

—Sí. Tienes razón. Tengo cosas más importantes que hacer que sólo jugar al felices para siempre con alguien con quién ni siquiera comparto especie.

—¡~~~~~! ¿Qué mierda estás diciendo? Ni siquiera te reconozco.

Sintió su pecho comprimirse con dolor. Estaba sudando en frío debido al pánico. Habían pasado dos años, y aquel día seguía fresco y lúcido en su mente como si hubiese sido ayer. Aquel dolor en su pecho se incrementaba a cada segundo y cada fonema que recordaba. Sus lágrimas ya no sé contenían, caían como lluvia londinense manchando sus mejillas. De un segundo a otro empezó a sentir que su respiración fallaba, se había vuelto errática, así como sus latidos. El mundo se venía encima y las paredes de su habitación parecían comprimirse a su alrededor. 

—... tú y yo no debimos conocernos en primer lugar. No quiero volver a verte, ~~~~~~.

Esa fue la gota que derramó el vaso. Había caído inconsciente. Quedó desmayado en el suelo de su habitación.
   Por otra parte, dentro de aquella casa en el piso inferior, dentro de la cocina se encontraban tres adultos que habían oído todo el ataque, como muchas veces antes. Estaban preocupados por la condición en la que su hijo y nieto se encontraba. Cuando parecía que ya estaba mejor, esos ataques volvían. Habían intentado hablar con él sobre lo que le sucedía, o qué era lo que los provocaban, pero éste nunca se prestó al diálogo.

Tritone - Alberca/LubertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora