Tritone - Alberca/Luberto

- XIV -

9 - Tregua
TW: Este capítulo contiene escenas relacionadas con autolesiones y suicidio. Proceder con precaución.

La habitación olía a fármacos y alcohol. Los pitidos de las computadoras, así como el motor del calefactor era lo único que se escuchaba. Y pese a ser alrededor de las cinco de la mañana, había una luz sin igual gracias a los focos que había tanto dentro, como fuera del lugar. Parecía que ahí dentro la noche no existía.

Caminó lentamente y con mesura hasta quedar, nuevamente, cerca de la cama de hospital en la que estaba recostado su ex novio. A sus espaldas escuchó el característico click que hacen las puertas al cerrarse y finalmente pudo exhalar el aire que no sabía había estado conteniendo en sus pulmones.
   Se sentó en una fría silla a la derecha de la cama. Sus puños apretados yacían sobre sus muslos intentando formular oraciones para dar inicio a la conversación. Mientras se acercaba a la cama había notado que Luca tenía los ojos cerrados, quizás descansando su mirada de la cegadora luz blanca del hospital; claro que era cansado, él mismo lo había experimentado dos años. Ahora el miedo y la culpa se revolvían en su estómago sintiendo la bilis producirse en su vesícula biliar con preocupación inminente, arqueando sus cejas y viendo a la nada con su mirada hacia sus rodillas.

—Silenzio, Bruno… —se oyó en voz baja. En un veloz movimiento elevó por fin su mirada encontrándose con los ojos de Luca. Tan grandes y hermosos como siempre, enmarcados finamente con sus largas pestañas, pero esta vez sin brillo— Hola… —sonrió con timidez.

—Hola… —sonrió de igual modo limpiando una lágrima que había escapado de sus verdes ojos— ¿Cómo te sientes?

—He tenido resacas peores… —mencionó con un ligero tono de broma e intentando reír, mas dicha risa fue interrumpida con tos.

Al éste toser, giró su cabeza hacia su derecha, de lado contrario a Alberto. Su nuca quedó a la vista del tritón y en dicho lugar vislumbró una pequeña y delgada línea de calvicie, mostrando su blanca piel contrastada con su oscuro cabello café. Era la cicatriz de aquel accidente en la torre en el que había caído fuera de la “zona segura”.
   Inconscientemente, Alberto había tomado la mano izquierda de Luca con dulzura. Sus palmas debían dar siempre hacia arriba para evitar que las suturas se taparan y no pudiesen ventilarse correctamente, o éstas podrían gangrenarse. Sin embargo, pese a cómo se encontraban, no se permitía a sí mismo ver aquellos delgados brazos. Con su pulgar, fuera de sí, acarició la cicatriz en la cabeza de Luca, pidiéndole perdón otra vez para sus adentros. El herido erizó su espada ante el frío contacto del bronceado. Alberto retiró su dedo de su nuca disculpándose por tocarlo sin su permiso, sin embargo nunca soltó su mano.

—Me dijeron que tú me trajiste, ¿cómo me encontraste?

—Sabes que tengo una suerte para estar en el lugar equivocado en el momento equivocado —rió levemente—. Menos mal que estaba ahí… Luca, si algo te hubiera pasado, yo-… —se frenó a sí mismo cuando sintió volver el nudo en su garganta— Me alegra mucho que estés bien…

Hubo silencio entre ellos durante varios segundos. El ruido usual de la UCI era lo único que se escuchaba. Sus manos unidas, lo único que se sentía.
   Finalmente en un descuido Alberto observó por primera vez con luz el brazo de Luca. No sólo estaba la gran herida aún rojiza y fresca en la longitud de su antebrazo, sino que muchas más líneas blanquecinas, cicatrices, adornaban su piel en todas direcciones; unas más gruesas que otras, algunas todavía con costra. También, varios hematomas de diferentes tamaños coloreaban algunas zonas de su piel de morado, amarillo e incluso verde. El remordimiento volvió a asomarse en su lengua con un sabor ferroso en ella. Intentó tragarse ese sentimiento buscando no hacer esto más incómodo para ambos, por lo que rozó sus dedos por la periferia externa a la gran herida.