23º CAPÍTULO

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Suna había madrugado. Era habitual desde que su compañera y amiga Alley se había ido. Además de que tenía mucho en lo que pensar y hacer, y su descanso había pasado a segundo plano. En el baño de su habitación, la chica comprobó que tenía manchas oscuras bajo sus ojos, eran ojeras. No se molestó en ocultarlas con maquillaje. La verdad es que no le importaba su aspecto, ahora tenía otras prioridades.

Suspiró cansada al tomar unas tijeras de uno de los cajones. Los colonos habían sido muy amables al darles a todos los nómadas una habitación en la que poder descansar después del ataque de los cíclopes. Por primera vez Suna no se sentía especial ni superior. Ya no era exactamente una jerarca, aunque su estatus se mantenía igual.

De un rápido y decisivo corte, cortó la trenza de color dorada que tenía desde la nuca hasta por debajo de las caderas. Ahora todo su pelo estaba a la misma altura, por debajo de las orejas.

Sin embargo no quiso deshacerse del todo de aquella hermosa trenza que básicamente la había acompañado gran parte de su vida.

-Ya no me representa- se dijo a sí misma tras enrollarla y guardarla en el cajón junto con las tijeras.

Se quedó largo rato observando su reflejo en el espejo, intentando encontrar una respuesta, una razón, algo que aún pudiera hacer. Pero no había nada que hacer. Sus padres habían sido asesinados. Y no solo sus padres, también dos de sus hermanos y la mitad de su comunidad.

Los habían derrotado, no solo en batalla física sino también en orgullo y atentando directamente con sus principios: ya no podían ser nómadas.

Ahora necesitaban asentarse en un lugar seguro y aumentar su número, esa era la normativa por la que se regían pero ¿qué importa la normativa si ya nadie te va a decir nada por no seguirla?

Suna se marchó del baño y fue a ver a Oku. Apenas había salido el sol y ya andaba pensando en que hacer ese día. Normalmente iría a cazar pero con esa criatura no se atrevía a alejarse de la comodidad de aquella habitación.

La chica se sentó a un lado de la cama y observó a su pequeño sobrino dormir plácidamente en su cuna.

Hoy Suna iría a hablar con su hermano, él era el único que la había apoyado y ayudado en los momentos difíciles.

-Hola Oku- lo saludó al ver que abría sus ojillos azules -hoy vamos a ver a tu tito Calev ¿si?-

Oku hizo un puchero como respuesta, parecía que se había despertado con hambre.

-Dame un momento- Suna fue a preparar un biberón con leche caliente.

Tras darle de desayunar a Oku. Lo vistió y fueron a dar un paseo por los alrededores del asentamiento de los colonos.

El paisaje era hermoso: las montañas estaban cubiertas de nieve que brillaba con el resplandeciente sol de la mañana fría. Notaba como el aire le erizaba la piel de la cara y le provocaba enrojecimiento, temió que Oku se enfriase pero el bebe estaba más que envuelto en mantas y sólo asomaba los ojos.

-¿Te gustan las montañas Oku?- le preguntó ella como si él le fuera a responder.

La criatura respondió con un balbuceo afirmativo.

-A mi me gustan más los paisajes selváticos, o los bosques, aquí apenas hay árboles, me pone nerviosa eso- seguía charlando distraídamente -vamos a ver ya a tu tio a ver que se cuenta- decidió mientras se dirigía hasta el taller de Calev.

Este llevaba prácticamente dos días enteros encerrado allí, trabajando en sus cosas.

Al llegar, Suna llamó tímidamente a la puerta. Oku quien estaba junto a su pecho, en una especie de mochila portabebes improvisada, se había dormido, y Suna no quería despertarlo.

Más allá de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora