—Señor Marsel, esta joven ha insistido en que la traiga ante vos. Verá señor, no he podido...
—Está bien, Samoel, déjanos solos.
El posadero abandonó la habitación y cerró la puerta a sus espaldas.
Había puesto todo mi empeño en contar con los servicios de Clain Marsel para que plasmara con su pluma toda la verdad sobre mi existencia. Tenía una necesidad imperiosa de limpiar mi alma contando al mundo entero mis vivencias, mis actos y mis razones. Desmentir todo aquello que se decía y no era cierto. Yo, Gaerna Lousbrok, tenía una cara, desconocida y oscura, que el tiempo se había encargado de obviar. La estupidez humana había ocultado esa faz mía con un velo de bellos colores y me atribuyó una historia maquillada y adulterada, inmaculada. Después la elevó al status de mito. Sabía que, llegado el momento, la publicación de mis memorias sería un acto sumamente transgresor para las disparatadas creencias populares.
Lo cierto es que el acuerdo con Clain Marsel jamás había existido. De hecho, llevaba meses evitándome. Sentía una aprensión extrema hacia mí desde el día en que nuestros caminos se cruzaron y le expresé mi deseo de contratarle. En un principio se mostró sorprendido, y no le culpé, de que una muchacha de trece años le requiriera para tal cometido. Llegado un punto, su sorpresa dio paso a una actitud irreverente hacia mí. Ausente, por alguna razón, mi reconocida sabiduría, mi reacción fue bastante desacertada y no supe ocultar tras mi elocuencia, la temible esencia de mi ser y en cuanto el mediocre escritor vio la oportunidad, huyó y puso su piel a buen recaudo. Desde entonces, mis planes no habían cambiado. Seguía siendo Clain el primer y único candidato.
No era su erudición lo que yo más valoraba. Como acabo de decir, Clain era un escritor mediocre, que a lo largo de su dilatada carrera literaria, no había conseguido el mas mínimo reconocimiento del lector ni de sus colegas. Lo que le convertía en el más indicado era su desafección por los mitos y leyendas, así como la suspicacia que empleaba en textos de temática teológica. Además, era un declarado opositor de la farándula y los rituales religiosos, lo cual le había ocasionado, en no pocas ocasiones, encontronazos con fanáticos radicales.
—Persevera en exceso, mi joven señora.
—Mentiría, señor Marsel, si le dijera que es una coincidencia encontrarle aquí— Hice una pausa— Le pido que reconsidere mi propuesta
—Explíqueme, lady Lousbrok, ¿Qué beneficio me aportaría escribir las memorias de una joven xeremé de...cuantos? ¿Doce, trece años? Ya sé. Pondrían mi nombre a la torre mas alta del manicomio del reino.
Me pareció divertido el comentario pero me esforcé por mantenerme seria.
—Querido Clain, da por sentado demasiadas cosas. Le sorprendería conocer mi edad y no soy xeremé. La gasa en mi rostro hace que lo parezca pero su función no es otra que ocultar mi aspecto al mundo. ¿La razón? Necesito saber que es fiable antes de nada. En cuanto a lo del manicomio, la verdad, considero que es una posibilidad—Sonreí.
—Créame, no es mi intención herir su estima rechazando su propuesta una y otra vez. Mientras discutimos, espero el momento en el que desenvaine su espada y zanje el asunto de una vez por todas.
En cierta medida, a Clain no le faltaban razones para temer esto, puesto que mi espada era, seguramente, la mas exhibida de todo el reino. Pero mis ejecuciones siempre respondían a una causa mayor. No eran para mí, la vida y la muerte, objetos de frivolidad. En mi modo de actuar en una disputa, no había lugar para el error o el accidente y entendía la pena capital como justa, únicamente, si estaba en consonancia con el delito por el que se hacía pagar. Pero Clain podía estar tranquilo. No había rebasado tan siquiera el umbral de mi incomodo. A decir verdad, me parecía un tipo entrañable que despertaba en mí el mejor de los humores a pesar de su testarudez. Pero sus ojos no descansaban. No perdieron de vista la empuñadura de mi espada en ningún momento.
—Mi estimado amigo, se deja intimidar en exceso por una espada. ¿ No se ha parado a pensar que lo que realmente mata no es el acero sino la mano que lo empuña?
Alcé los brazos queriéndole dar un mensaje tranquilizador.
—Sois vos una dama muy locuaz pero no conseguirá convencerme de que su espada es algo meramente ornamental.
Me pareció ver que Clain se mostraba cada vez más relajado a pesar de sus palabras. Su voz ya no era temblorosa y sus dedos habían dejado de tamborilear sobre su pierna.
—Le propongo un trato
Desenvainé mi espalda y se la ofrecí por la empuñadura
—Le invito a tomar mi espada. Si sois capaz de golpear alguna parte de mi cuerpo con su hoja, me daré por vencida y no le volveré a molestar. También tenéis la opción de ensartarme con ella y aseguraos de ello. Caput, asunto zanjado.
Saqué la lengua por la comisura de mis labios, igual que un ternero recién degollado y acto seguido sonreí.
—Pero si no lo consigue, aceptará mi dinero y escribirá esas memorias.
Clain observó detenidamente la espada. Al cabo de un rato retrocedió y se echó las manos a la cabeza.
—¡Está bien! ¡Lo haré!— dijo desquiciado —Escribiré para vos, pero tendré su promesa de que mantendrá alejadas de mí todas sus armas. ¿Será capaz? ¿Podrá dejar de comportarse como una matona de barrio pobre?
—Me gustáis, señor Marsel. Acepto.—Escupí en la palma de mi mano derecha y se la ofrecí para cerrar el trato. La miró con desagrado antes de estrecharla con la suya. Acto seguido, bajamos al salón de la posada para celebrarlo.
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La rebelión de Cierdres
Fantasía🥇 Governo, un fanático cruel y sanguinario, atrae y adoctrina a gentes necias y defenestradas por la sociedad, obligándolas a abjurar de su religión a favor de Toikis, un nuevo dios fruto de su imaginación. No son religiosos los propósitos de Gove...