Capítulo 9-Etérea (Tiempos de Governo)

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Sumida en aquel profundo letargo, un inexplicable sueño se precipitó en mi subconsciente. Realicé un viaje etéreo y demencial por un cosmos desconocido. Sentí cómo mi menudo cuerpo se elevaba sobre un mundo majestuoso. No sólo era un ascenso tangible y material, que me situó, ingrávida, entre algodonosas nubes. Experimenté también una ascensión mística que me dotó de una condición excelsa. Sentí en ese momento, una sensación de poder infinito sobre todo lo que se extendía bajo mis pies. No llegó sola esta sensación. Algo me decía que este poder no era gratuito. Había un precio que pagar. Mis músculos se agarrotaron momentáneamente como consecuencia de una carga de responsabilidad extrema.

Desde mi ventajosa posición, me dispuse a tomar conciencia del paisaje que se extendía abajo. Lo primero que experimenté fue el azote de una brisa suave y fresca, cargada de fragancias sutiles, provenientes de la exuberante vegetación que inundaba el extenso valle que dominaba gran parte de cuanto abarcaba mi campo de visión. Atrajo poderosamente mi atención la gran variedad de colores que se podían apreciar en la maravillosa panorámica. Mi vida hasta entonces, había transcurrido rodeada de la más inmaculada blancura. Cualquier variación de la tonalidad en el cándido color, por mínima que fuera, no podía pasar desapercibida para mis experimentados ojos. Tal abundancia de pigmentos diferentes me maravillaba en la misma medida que me abrumaba.

Uno de los flancos del valle estaba delimitado por una sucesión de abruptas sierras dentadas de aspecto pétreo, salpicadas por grandes bolos de granito que desafiaban a la gravedad desde ubicaciones imposibles. En el lado opuesto se elevaban altas montañas, macizas y rechonchas, cuyas faldas lucían sus mejores galas, cubiertas casi de forma íntegra, por un manto verde que refulgía rabiosamente bajo los rayos de sol y sobre el que, a duras penas, conseguían destacar como sutiles pinceladas sobre un vasto lienzo, pequeños tapices de flores de colores variados tales como azucenas, lirios o violas. Bosques de hayas y robles se disputaban el terreno de las cotas mas bajas con extensas praderas. A medida que la altitud aumentaba, el tamaño de los árboles disminuía. Cerca ya de las cimas, solamente unas pocas coníferas raquíticas se aventuraban a vivir allí, Moteando el paisaje con sus tonos verdes azulados.

El gran valle albergaba un río cuyas impetuosas aguas generaban un bramido omnipresente en todo el lugar. En una gran llanura que se extendía en uno de los márgenes del río, grandes manadas de diferentes especies  de animales pastaban relajadamente. Su existencia parecía idílica.

De repente, el cielo comenzó a oscurecerse. Las blancas nubes que me flanqueaban se tornaron negras como tizones y amenazaron con hacer algo más que levitar mansamente. El ambiente comenzó a enrarecerse. Comenzaron a desaparecer todas aquellas cosas que me habían producido satisfacción y bienestar: la brisa, las fragancias, el brillo de los colores... Miré a mi cuerpo y me horroricé. Estaba vestida con tejidos negros hechos jirones. Tenía un aspecto siniestro. Intenté deshacerme del tétrico vestido arrancándolo de mi cuerpo a pedazos pero estos se regeneraban nuevamente. Desistí. Centré mi atención nuevamente en la llanura y me encontré con una estampa macabra. Estaba ahora salpicada de cadáveres de animales. Los que aún vivían se apresuraban a huir del lugar atropelladamente. Las nubes comenzaron a descargar un impetuoso aguacero que repiqueteó dolorosamente en mi piel. Un vigoroso viento me impulsó a través de la tormenta, haciéndome perder el equilibrio. Me zarandeó violentamente hasta que di con mi tembloroso cuerpo contra la superficie de una de las redondeadas cimas, ahora con un aspecto diferente. Su escasa vegetación había sido devorada por las llamas.

Me erguí y mis pies se hundieron en un barro negro formado por agua y ceniza. Ya no me sentía poderosa. Ahora mi cuerpo estaba atenazado por el terror. Giré en redondo, queriendo huir de allí. Se me heló la sangre cuando tomé conciencia de aquello que tenía ante mí. Literalmente. Mi cuerpo estaba helado. Como si hubiera sido abandonado por la vida. Por primera vez pensé que estaba muerta. Ante mí, a pocos pasos de distancia, multitud de picas se erguían exhibiendo cabezas humanas que lucían expresiones grotescas. Algunas tenían indicios de descomposición. Un ave rapaz intentaba extirparle un ojo a una de ellas. Eran muchas. Cientos, tal vez miles. Estaban por todas partes.

Intenté salir corriendo entre ellas y al hacerlo resbalé. Me deslicé por el ceniciento lodo ladera abajo. Descendía sin freno por la pendiente cuando una franja de terreno cedió ante mí súbitamente. Me precipité en el interior de una sima. Cuando creía que todo estaba a punto de acabar, esperando chocar bruscamente contra el suelo, descargué el peso de mi cuerpo sobre una masa de agua gélida. Me zambullí en ella, sufriendo una gran impresión. Braceé para subir a la superficie. La oscuridad inundaba el lugar. Mi cuerpo, extremecido, no conseguía recuperase de la impresión. Una sensación de desasosiego recorrió cada átomo que constituía mi ser. Estaba desorientada. Una vez que alcancé la superficie, nadé en una dirección cualquiera intentando llegar a la orilla de lo que parecía una laguna. Una laguna en el vientre de una montaña. Mi imaginación, antes, no había conseguido recrear la imagen de una laguna escondida de los rayos del sol. Ahora se habían materializado en esta extraña realidad algo que hasta ahora había burlado la capacidad de creación de mi mente. Quizás fuera mi mente la que me engañaba también ahora. Seguramente. No dejaba de jugar con mi percepción últimamente. Fuera un sueño o no, aquello me pareció tan real que me mantenía en un estado de estremecimiento absoluto.

Llegué a tierra firme y abandoné el agua gélida. Mi cuerpo palpitaba por el frío. Comencé a andar por un túnel en el que se apreciaba un resplandor tenue. Avancé por él con cautela. Pasados unos instantes, llegué a un ensañamiento en el que ardían algunas antorchas. La luz que emitían estas me permitió ver que las paredes tenían vivos colores que iban desde el rojo intenso hasta el amarillo, pasando por mil tonalidades de ocres y naranjas. Me sobresalté al escuchar una voz lejana que provenía de algún lugar de las entrañas de la montaña

—Te estaba esperando —susurró. Era una voz de mujer. Hablaba de forma monótona, no se apreciaba sentimiento alguno en la entonación

—¿Quién eres?— Pregunté asustada —¿qué quieres de mí? ¿Donde estoy?—La voz no volvió a sonar hasta pasado un momento interminable.

—Eres bienvenida, Cierdres.

—¿Cierdres? ¿Hablas conmigo? No soy Cierdres ¿quién es Cierdres?

—Tú eres Cierdres

—Creo que te equivocas. Me llamo Gaerna.

—No existe ninguna Gaerna

—quiero verte. ¿Donde estás?

—no me puedes ver. No cuentas con esa capacidad.

—Dime qué quieres de mí.

—Lo sabrás cuando llegue el momento. Sin necesidad de que te lo diga. Crece ahora en tí la semilla de la sabiduría excelsa. La sabiduría te ayudará en tu propósito. Eso es todo lo que tengo que decir.

—¡No! ¡Espera!

—Adiós, Cierdres, la que reparte muerte y perdón, castigo y recompensa, humillación y homenaje.— Dicho esto la voz se tomó un respiro. Después de un buen rato sonó de nuevo

—El hierro mata, el hierro es vida. El hierro mata, el hierro es vida.— Repetía una vez detrás de otra y a medida que lo hacía iba aumentando su volumen — El hierro mata, el hierro es vida. El hierro mata, El hierro es vida.—continuaba la voz recitando en bucle. Ahora el volumen era insoportable. Pronto empezarían a sangrar mis oídos. Corrí por una galería en la que me pareció ver algo de luz, intentando alejarme de la voz. Llegué a una nueva sala en la que ardía una pira. La voz no dejaba de sonar y ahora el calor era insoportable. Estaba siendo presa de una creciente desesperación. Miré hacia la hoguera y nuevamente me sobresaltó lo que ví. No eran leños los que ardían sino calaveras. Calaveras humanas. Caí de espaldas cuando intenté alejarme de los restos humanos ardientes y sentí un fuerte impacto en la nuca. El sueño comenzó a desvanecerse hasta que mi mente quedó invadida por la nada.

La rebelión de Cierdres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora