Abandonamos la caverna esa misma mañana no sin antes obsequiar a los carroñeros del barranco aledaño con los restos de Hador.
Verlo rodar por el precipicio tuvo un efecto balsámico para nuestras doloridas almas. Su ánima no recibiría suficiente castigo siendo testigo del cruel destino de su carne.
Deseábamos dejar atrás cuanto antes ese lugar que nos había brindado tan ingrata experiencia. Para ser justa, tengo que decir que Hador amortizó en cierta medida los daños ocasionados dejándonos en herencia dos briosos caballos. Pudo tener ello un gran peso en el devenir de nuestras vidas. Descendimos la ladera de la montaña y nos dirigimos hacia el sur bordeando los montes con la esperanza de no toparnos con ninguna partida de toikistianos. Ese mismo día, bien avanzaba la tarde, llegamos al paso de los titanes. Era un amplio corredor abierto en el seno de la cordillera que conectaba la península con los territorios blancos del mundo exánime. Estaba flanqueado por dos inmensas montañas.
Elevé la mirada para admirar el majestuoso alzado de la que estaba en el lado norte. Sentí al hacerlo que la sangre de mis venas dejaba de fluir, como si se estuviera solidificando. No era una sensación propia de alguien maravillado por una presencia admirable. Mi respiración entró en un estado de agitación. No era capaz de controlar mis pulmones. Su cadencia era irregular. Aquella imagen me resultaba dolorosamente familiar. Mi mente recibió un torrente de imágenes en una sucesión atropellada. Perdiet se percató de la parálisis que me atenazaba.
—parece como si hubieras visto un fantasma — pasó un instante antes de que pudiera contestar.
—Siento que ya he estado aquí. Es extraño, Pert, sé que mis pies no habían pisado este lugar antes.
—Estás ante el Conca-Samani, el techo del mundo. No me extraña, aseguraría que en este lugar, todos nacemos con su estampa grabada en nuestras mentes.
—No sé cómo explicarlo, he visto el lejano mar desde su cima. Todo a nuestro alrededor me resulta sumamente familiar.
la expresión de Perdiet me decía que su mente se afanaba en entender mis palabras. Continuamos cabalgando en dirección suroeste. Pronto anochecería. Con ello en nuestras mentes íbamos tratando de encontrar un lugar seguro para acampar. Antes de conseguirlo, llegamos al río Leuthan.
Acompañamos su curso hasta llegar a un punto donde las aguas eran someras. Entonces, lo vadeamos sin mayores dificultades. Finalmente encontramos cobijo en un pronunciado recodo que formaba la corriente. Allí parecían estar esperándonos un pequeño grupo de chaparras que formaban una circunferencia casi perfecta. Si las circunstancias hubieran sido otras, se me habría antojado un lugar idílico y perfecto para dormir al raso en aquella noche primaveral.
Mientras buscábamos leña seca por los alrededores del chaparral, mi mente, que momentos antes había determinado que aquel era un lugar realmente bello, comenzó a verse acosada por una serie de ideas descabelladas. Inducida por esta enajenación, odié aquel lugar de inmediato por la absurda razón de ser bello.
Yo, que deseché aquel término de mi repertorio el día de la avalancha, estaba decidida ahora a mantenerme alejada de ella, de la belleza. Esa belleza que es simple y llanamente bella.
Pensé que tenerla cerca era tener algo más que perder. Porque en aquellos tiempos perder siempre formaba parte de los planes de cualquier persona cuerda. Tan cierto era aquello como que la cordura comenzaba a comerciarse en frascos muy pequeños. Los barriles habían quedado para la cerveza y el vino.
Tiempo más tarde consideré este momento como el día en el que floreció en mí la excelsa sabiduría. Hicieron falta matices en mi precepto relativo a la belleza. No estaba dispuesta, bajo ningún concepto, a poner distancia de por medio entre Perdiet y yo. Aún no siendo un claro ejemplo de belleza, transpiraba cada poro de su piel una misteriosa magia que me mantenía en vilo, era absurdo intentar apartarla de mi pensamiento. No existía esa posibilidad. Quise convencerme de que Pert se había convertido por los avatares de nuestras vidas en algo parecido a la hermana mayor que nunca había tenido.
Era indudable el cobijo que me ofrecía su mera cercanía. Fuera lo que fuera, me aferré a aquello que ella me ofrecía. Era mi vida, era no morir. En aquel contexto, respirar una brizna de aire prendado de su cariño era como toda una vida de amor ciego en otra dimensión desconocida. Aquella noche respiré cada bocanada del aire que la envolvía como si fuera la última. Aquella noche no dormí. Únicamente respiré. Tampoco se apoderó de ella el sopor.
Pero no era amor lo que la mantuvo sujeta a la consciencia. Estaba inquieta, en constante alerta. Me dijo que le provocaba una enorme ansiedad mantener el fuego encendido. Cualquiera que transitara por los alrededores nos descubriría sin dificultad. Entonces, enterramos las brasas que aún no habían dejado de calentar. La noche era fresca pero no fría. Pudimos pasarla con cierto bienestar.
Los primeros rayos de sol activaron mis necesidades más básicas. Me aparté para satisfacerlas mientras Perdiet se despedía de su duermevela. Acto seguido, me dirigí a la orilla del río. Quería lavarme. Llevaba no sé cuánto tiempo sin cuidar mi higiene. Aún conservaban mis manos restos de sangre seca de Hador.
Me arrodillé en el embarrado suelo del margen del río. Empapé mis manos y las froté enérgicamente. Luego repetí el proceso con mi cara. Después de un rato la superficie del agua se calmó. Quedó estática y me devolvió el reflejo de mi rostro. Pocas veces, a lo largo de mi vida, había observado mi aspecto. Esta vez, al hacerlo pensé que el agua estaba intentando engañarme.
Esa persona que reposaba en la superficie cristalina no era yo. Tardó en llegar mi reacción. Grité con toda la furia que albergaba en mis pulmones. Grité hasta que mi garganta transmitió a mi paladar el sabor metálico de la sangre. Entonces, el grito dejó de sonar. Pero seguía gritando. Perdiet corrió alarmada hacia mí.
—¿qué ha pasado? Ya, mi niña, estoy aquí, contigo.—Me abrazó con todas sus fuerzas intentando tranquilizarme.
—Mírame, Pert, por favor, mírame. Dime que estoy aquí. Dime que existo. Necesito saber si es verdad o no que existo.
—Quiero que te tranquilices y me cuentes qué es lo que te pasa. —pasado un largo minuto, conseguí sosegarme.
—Mírame a la cara, Pert, dime lo que ves en ella —Me miró detenidamente intentando encontrar algo que antes no hubiera estado allí
—Veo lo que ya vi ayer y antes de ayer. ¿Qué se supone que tengo que ver, además de unos tatuajes que me comería gustosamente?
—¡esos malditos tatuajes! ¡Mi cara está llena de ellos ! —lloré . Perdiet estaba confundida
—Pensé que sabías de su existencia, pequeña. No sé qué decir.
—léelos, por favor. Necesito saber qué dicen.— observó mi mejilla.
—lo intentaré. No conozco muy bien la lengua gariana pero lo intentaré — Entonces comenzó a leer .
—LA QUE GUARDA HISTORIAS
LA QUE REPARTE MUERTE Y...Hizo una pausa. Tenía dificultades para entender la lengua. Continué recitando yo con voz trémula.
—MUERTE Y PERDÓN
CASTIGO Y RECOMPENSA
HUMILLACIÓN Y HOMENAJE—Me parte el alma ver tu dolor, Gaerna, necesito saber cómo puedo parar esas lagrimas. Pídeme que muera por ti y lo haré.
Ahora también brotaban lágrimas de sus ojos.
—Te pido que todas las mañanas me acojas entre tus brazos y me recuerdes que existo.
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La rebelión de Cierdres
Fantasía🥇 Governo, un fanático cruel y sanguinario, atrae y adoctrina a gentes necias y defenestradas por la sociedad, obligándolas a abjurar de su religión a favor de Toikis, un nuevo dios fruto de su imaginación. No son religiosos los propósitos de Gove...