Esa misma noche, los habitantes de las sierras de las Escamas organizaron una gran fiesta en nuestro honor. Fue una comilona colosal. Brotaban de los hornos improvisados bajo tierra en la terraza exterior de la caverna todo tipo de piezas humeantes y apetecibles. Faisanes, liebres, perdices, codornices, todos ellos con rellenos variados compuestos por huevos, ciruelas secas, setas y otras hortalizas silvestres de temporada. También se asaba al calor de una buena chasca un jabalí espetado que no paraba de girar. Comer no fue lo único que hicimos aquella noche. La velada fue amenizada ininterrumpidamente con la música de Curtan, el hermano mayor de Río. Llamaba la atención que era bastante más mayor que ella . Casi podía pasar por su padre. Incluso, el hombre adoptaba ese papel en su relación con la joven.
No es que se le diera especialmente bien el arte de la música pero se afanaba en la labor de divertir y agradar a sus vecinos. Le presté especial atención al improvisado trovador desde el momento en que me contaron que tenía una habilidad portentosa para la fabricación de laudes. Entonces recordé la promesa que le había hecho a Daltuine un año atrás. Permanecí pegada a él mientras duró la fiesta aún a sabiendas de que mis oídos acabarían renqueantes y maltrechos.
—No estás teniendo compasión con mis oídos.¿eh, Curtan?— todos rieron con mis palabras
—Pues no encontrará mejores composiciones en cincuenta leguas a la redonda, mi señora, El problema es que tengo la voz un poco tomada por la frescura de la noche —Curtan carraspeó de manera sobreactuada mientras se llevaba una mano a la garganta.
—Eso me tranquiliza. Empezaba a pensar que alguien te había cambiado las cuerdas bucales por varas de avellano, Jajaja —nuevamente, las carcajadas retumbaron en las paredes de la caverna. Amainaba el jolgorio cuando Curtan nos pidió una vez más que guardáramos silencio con las manos y comenzó a entonar una nueva canción.
—ILUSTRE AMAZONA
DE LA ESPADA, NIÑA,
DIOSA, IMPONENTE, ORGULLOSA ,
SOBRE FANCIA RESULTA PAVOROSA.
NO LE RESTA SINO APORTA
ESE OTRO CABALLERO,
PUES CABALLO TIENE
TORDA YEGUA, ATRIA
USA SU ESPADA CON ESMERO—¡Muy buena esa, Curtan! — sonaron vítores. Después de mucho intentarlo, consiguió el juglar hilar unos cuantos versos de moderada calidad. Miré a Blanchar. Estaba visiblemente emocionado y azorado. No estaba acostumbrado a que nadie le dedicara versos ni canciones. Fui andando hasta el lugar donde se encontraba y me senté a su lado. Sujeté una de sus manos entre las mías.
—Es una pena que ella no esté aquí, a tu lado, compartiendo este bonito homenaje.
—así es. Cada vez me cuesta más apartarme de ella. Verás, Cierdres, hay algo que me quema las entrañas desde hace tiempo. He querido contártelo en varias ocasiones pero...—Te escucho, querido amigo. Destierra ese miedo o pudor, o aquello que sea, que bloquea tus palabras.
—Aquella noche en la que Perdiet y yo dormimos abrazados en esta misma gruta...
Permanecí callada mientras Blanchar buscaba las palabras adecuadas.—Fui yo quien persuadió a Pert para que... bueno...la aparté de ti. Le dije que tú eras una diosa, que no te había puesto la Dama Oscura en su camino con ese propósito y que si se acercaba más a ti podía soliviantar a la diosa y con ello comprometer su situación y la de todos nosotros.
—Me temo que tus palabras no tuvieron efecto alguno en cómo se han desarrollado las cosas, Blanch. Nunca vi en los ojos de Pert el menor atisbo de deseo hacia mí. Puede que me vea como a una diosa o como a una mocosa de trece años, da igual, el resultado es el mismo. El abismo que nos separa es insalvable.
—Te equivocas totalmente, Cierdres. También Perdiet ha asumido su papel en esta magnífica empresa. Ha entendido que también ella debe renunciar a algunas de las cosas que más anhela y una de ellas, quizás, la más importante eres tú. Te venera de una forma excelsa. Por supuesto que se siente atraída por tus ojos, tu boca, tu pelo, tu piel. Se sumergiría bajo ella para estar más cerca de ti, Gaerna. Así te llama ella. Gaerna. Dice que así se llama la persona a la que ama sobre todas las cosas. Pero me ha interpuesto a mí entre ella y tú, privándose de esta manera de su mayor deseó. Es así cómo te ofrenda. Es una demostración incontestable de la fe que te profesa.
Lloré. No paré de hacerlo hasta que mis lagrimales parecieron pasas. Lloré de pena y lloré de alegría. Lloré de rabia, de emoción y de impotencia por tener que renunciar a algo que ahora sabia que sí había sido mío. Lloré con la esperanza de sanar así mi corazón de una vez por todas y la desesperanza de saber que jamás volvería a sentirme plena. Estaba destinada a sentirme vacía y desplazada. Necesitaba ser querida como una niña de trece años y no adorada como una diosa. No quería ser única en mi especie porque serlo era estar sola.
Dormíamos todos bien entrada la noche cuando alguien entró en la oscuridad de la cueva y nos alertó de que algunos hombres se acercaban sorteando los peñascales aledaños. Salimos sigilosamente por la abertura en la piedra. Vi nada mas hacerlo a uno de los intrusos algunas varas por debajo de mi posición. Me abalancé sobre él empuñando mi espada. Lo derribé y posé sobre su garganta el afilado acero. El hombre suplicó clemencia. Volteé su cuerpo y al hacerlo pude ver su cara a la luz de la luna. Reconocí inmediatamente su rostro. Aparté la hoja de mi espada y le ayudé a incorporarse.
—¿qué haces aquí, Gariel ? ¿qué ha sucedido?
La cara del mulero carecía de color. Era notorio que el hombre había vivido mejores noches.
—Nos tendieron una emboscada, mi señora. Suerte tenemos de conservar aún nuestro pellejo intacto.
Instantes después aparecieron a nuestro lado los otros dos hombres que acompañaban al mulero, también pálidos como la harina de trigo y demacrados como consecuencia de la odisea vivida en las últimas horas.—Verá señora, no pudimos...
—Tranquilo Gariel, lo importante es que estáis a salvo. Habéis hecho un buen trabajo.Palmeé la espalda del hombre para trasmitirle mi conformidad con su desempeño.
En vistas del desenlace de los acontecimientos decidí poner rumbo a la montaña . Tenía claro que Governo intentaría hacerse con el control de la mina más pronto que tarde. No había tiempo que perder. Blanchar y yo exprimimos al máximo las fuerzas de nuestras monturas y salvamos la distancia que nos separaba de nuestro destino en dos jornadas. Una vez llegamos al campamento, comencé a repetir órdenes de manera frenética. Aposté a varias personas en cotas altas de la montaña con el fin de poder observar los movimientos de los toikistianos. Así les veríamos cuando se acercaran al asentamiento y tendríamos tiempo para abandonar el lugar sin tener que involucrarnos en una lucha cuerpo a cuerpo. También exploré el interior del túnel excavado. Después de observarlo detenidamente, ordené alterar la dirección en la que picaban los prisioneros.
—¿A caso, sabe una diosa ver a través de la piedra donde están los filones de plata?
Preguntó Blanchar al escuchar mis órdenes.—¿Quién ha dicho que es plata lo que terminarán encontrando estos desgraciados?
Mi mirada estaba fija en uno de los prisioneros.
—Tú y tu secretismo. No deja de sorprenderme tu capacidad de mantenernos en ascuas.
Di por respuesta un sepulcral silencio.Concluyó nuestro cometido en el lugar. Me había asegurado de que todas las personas que formaba parte de aquel destacamento sabrían cómo actuar llegado el momento. Determiné que era el momento de partir.
—Vamos Blanchar, es hora de volver a casa. Seguro que estás deseando abrazar a tu querida Perdiet. —sonrió como un niño pequeño mientras se regodeaba con el sugestivo plan.
No había alcanzado el sol el zenit de su trayectoria cuando nuestros caballos trotaban en dirección oeste. Apenas habíamos avanzado una legua cuando se instaló en mi pecho una dolorosa presión. Sin entender por qué, me sentí profundamente afligida. Sospeché que algo terrible nos aguardaba tras los bolos de granito que jalonaban nuestro avance. No tardé en descubrir el origen de mi malestar. Cruzábamos un trecho de sendero sombreado por el frondoso follaje de un robledal cuando una soga cayó sobre el cuello de Blanchar. Inmediatamente, un grupo de guerreros toikistianos se abalanzó sobre nosotros. Atria, la yegua de Blanchar, huyó en estampida dejando a su amo colgando de la soga que estaba firmemente atada en una de las ramas de un gran roble. Salté del caballo y comencé a lanzar estocadas frenéticamente cobrándome varias bajas entre los enemigos. Mis músculos comenzaron a pedir una tregua que nunca llegó. Los toikistianos parecían multiplicarse . Finalmente fui desarmada y reducida sin compasión. Mi rostro golpeó contra el suelo y cayeron sobre mí varios enemigos. Había sido vencida. Lo único que podía hacer era observar cómo el cuerpo de Blanchar se balanceaba moribundo. Sus piernas se agitaban víctimas de terribles convulsiones. Me miraban sus vidriosos ojos suplicantes. Su rostro purpúreo no transmitía emoción alguna. Aún latía su corazón, aún mantenía intacta su fe en mí. Luchó contra su destino mientras se lo permitieron sus fuerzas. Fue una muerte lenta y terrible.
Me maldije por mi patética imperfección mortal. Denigré mi nombre, mi ser y mi existencia. Lloré. Una vez más lloré.
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La rebelión de Cierdres
Fantasy🥇 Governo, un fanático cruel y sanguinario, atrae y adoctrina a gentes necias y defenestradas por la sociedad, obligándolas a abjurar de su religión a favor de Toikis, un nuevo dios fruto de su imaginación. No son religiosos los propósitos de Gove...