Capítulo 26-Hierro, plata y otros metales (Tiempos de Governo)

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Comencé a frecuentar la morada de Perdiet amparándome en la excusa de querer ver a Kinaia. En cierto modo era esta la razón que más me empujaba a hacerlo. Sabía esa pequeña cómo hacer para que mi recién estrenada rudeza se derritiera como la nieve de la primavera. Conseguía la bebé asaltar los últimos reductos de dulzura de mi ser. Una sonrisa permanecía perpetua en mi rostro mientras la tenía cerca dejando doloridos mis desentrenados carrillos. Si, desentrenados en la práctica del bondadoso gesto.

A medida que pasaba el tiempo, una parte de mi ánima se iba entregando paulatinamente a un estado de indolencia emocional que me pertrechaba de una coraza invisible e intangible. Me estaba volviendo inmune a determinadas fragilidades humanas si bien esta evolución nunca terminaba de completarse, seguía viva aunque maltrecha mi esencia mortal. Los sentimientos, tales como la alegría, la pena, la rabia... comenzaron a ser esporádicos aunque no aleatorios. Mi corazón rendía a un nivel sublime solamente bajo la influencia de Perdiet y su hija, de la misma manera que, únicamente el fragor de la batalla conseguía que mi sangre bullera de rabia y que mi carótida se inflamara hasta límites insospechados. Por ello, se podía afirmar que yo era lo más alejado a una persona imprevisible y voluble.

Mi relación con Perdiet no había sanado por completo, de hecho, lo único que sustentaba nuestra cercanía era Kinaia. En este aspecto, mi condición providencial había decidido mantenerse al margen, de brazos caídos, dejando a mi faz humana y mortal, sufrir las más crueles y dolorosas consecuencias de un amor no correspondido. Era esta una herida dolorosa y ulcerada, no terminaba nunca de cicatrizar. Mi amor y mi deseo hacia Pert palpitaban en mí con el mismo vigor de siempre a pesar de su desinterés. También había aprendido a soportar grandes dosis de sufrimiento. Me desinhibía de él entregándome a mis labores de mando y de planificación.

Comenzaron a llegar con regularidad recuas de mulas cargadas de plata. Estas caravanas, casi siempre retornaban a la montaña con nuevos prisioneros. Determiné que las mulas que venían cargadas de plata desde el Conca-Samani, tomaran la ruta que discurría por la cara norte de las sierras de las Escamas. No fue bienvenida esta decisión mía. No entendió la plana mayor del campamento, especialmente los Rosé y Blanchar, que fuera la mejor opción ya que les pareció que aquella ruta nos hacía más visibles a los ojos de los toikistianos. No consideré necesario explicar las razones que sustentaban mi decisión. Simplemente me limité a ignorar todas las objeciones que fueron vertidas al respecto. Estaba segura de haber tomado la decisión correcta y me mantenía firme en mi forma de proceder a la hora de compartir ciertas informaciones.

También me transmitió su incomprensión y su desasosiego Taras una mañana que me abordó mientras recibía el parte del mulero que acababa de arribar en la aldea con un cargamento de plata.

—Verás Cierdres, deberías saber...—le interrumpí con una risita.
—No te gusta la plata que te traemos de allá arriba ¿es eso?—señalé con la mano hacia el este
—¿Plata? ¿De qué plata estás hablando, si se puede saber? ¡¡Aún no hemos recibido una sola onza de ese metal!!— hablaba con excitación. Mientras que su cara se coloreaba de un bermellón intenso por el enfado, yo no pude reprimir una sonora carcajada. Entonces, el gesto de su cara cambió por completo. Su expresión era de absoluta perplejidad.

—¡No lo puedo creer! ¿Lo sabías y no has dicho nada?—me llevé el dedo índice a la boca indicándole que guardara silencio.
—Taras, ahora somos dos los que sabemos que no es plata. Espero que sepas guardar el secreto. Es importante, créeme.
—¿y se puede saber para qué necesitamos montañas y más montañas de esto?— señaló el montón de mineral que había frente a nosotros.—No tiene ningún valor, Cierdres, una moneda de hojalata valdría más que cualquiera de estas— dijo esto mientras me ofrecía una pequeña bolsa que sostenía en su mano derecha.
—No te puedes imaginar cuál es el valor real de ese metal, Taras. ¿Sabías que la semana pasada, los hombres de Governo estuvieron a punto de interceptar una de nuestras caravanas? Los muleros lograron escabullirse entre los riscos de la sierra por los pelos.

La rebelión de Cierdres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora