Capítulo 22-Temednos, malditos (Tiempos de Governo)

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Skirtel no paraba de contar con los dedos cuántos jinetes llegábamos al campamento. Definitivamente desistió. Decidió que era una tarea imposible pues sus manos no tenían suficientes apéndices para conseguir el resultado exacto. Éramos muchos más los que volvíamos que los que habíamos partido del campamento dos semanas atrás. Por descontado, nos recibieron con gran cariño y alegría. Abundaban los gestos sorprendidos. Nadie perdía detalle del grupo de desconocidos que nos acompañaba. La tarde estaba bien avanzada, el momento perfecto para organizar una buena fiesta de bienvenida. La decisión fue adoptada por unanimidad y sin necesidad de parlamento. Surgió de manera espontánea. Era una buena forma de contar hazañas y conocer a nuestros nuevos amigos. Fueron muchos, una veintena, los habitantes de las sierras que decidieron unirse a nosotros en la empresa de combatir al caudillo, en su mayoría jóvenes. No todos tenían un espíritu puramente guerrero. De hecho, en su mayoría. eran gentes sencillas que habían nacido para trabajar la tierra, el molino o el telar. En el aspecto bélico iban a requerir de una gran dedicación por parte de Gajo y Blanchar, nuestros diestros instructores.

Esa noche, cuando aún apenas habíamos tenido tiempo de relajar nuestros doloridos músculos y de dormir, Daltuine entró en mi cabaña, se acercó a mi lecho y me zarandeó hasta despertarme. Con susurros me contó que le había parecido oír el relinchar de algunos caballos a cierta distancia. Me incorporé de un salto y juntos salimos sigilosamente al exterior de la cabaña. Observamos a nuestro alrededor detenidamente hasta que los vi entre la alameda. Un grupo de guerreros, presumiblemente toikistianos, nos estaba acechando. Parecían estar preparados para atacar. Fuimos despertando a todos los que dormían. Expliqué la situación a cuántos eran capaces de empuñar una espada .Los niños fueron evacuados y escondidos en una cabaña oculta entre cañizales río abajo. Nuestra única posibilidad de éxito estaba sujeta al factor sorpresa. Abandonamos el campamento sin ser vistos por el enemigo y aguardamos en la parte trasera del conjunto de construcciones. De esta forma seríamos nosotros quienes cayeran por sorpresa sobre los atacantes. No se hicieron esperar. Apenas habíamos ocupado nuestras posiciones cuando los agresores cargaron contra nuestros dominios vociferando alardes y embistiendo con sus monturas contra las puertas de los edificios. Decidimos que había que contraatacar en el momento en el que amainaban sus gritos. No pensábamos darles tiempo a recomponerse. Entonces fuimos nosotros quienes entramos en escena gritando y blandiendo nuestras espadas contra ellos de una manera feroz e inmisericorde. Las fuerzas de ambos bandos estaban equilibradas en número. Sabíamos que quienes ganaran las refriegas de la primera embestida tendrían muchas más posibilidades de alzarse con la victoria final. En un abrir y cerrar de ojos el lugar se había convertido en un auténtico infierno. Los mandobles iban y venían en todas las direcciones. Las espadas silbaban al cortar el aire y los hombres y mujeres que no conseguían burlar los aceros enemigos emitían alaridos estremecedores.

Aquella noche, el seudónimo de una servidora adquirió una dosis importante de apresto. Los enemigos que consiguieron escapar con vida espolvorearon, allí por donde pasaron la increíble hazaña de una niña a la que vieron matar mucho y bien. Debió ser entonces cuando el caudillo Governo aprendió a pronunciar mi nombre.

Transcendió aquella victoria de una forma insólita. Con ella tomó cuerpo y popularidad nuestra misión. Pero en la guerra, no hay victoria que no contenga alguna mácula que abate cualquier atisbo de euforia. Cuando terminaron las hostilidades, dos de los nuestros nos habían dejado para siempre. Una mujer y un hombre recién llegados de las sierras que habían muerto sin sospechar que su recuerdo jamás desaparecería de nuestras mentes.

Poco a poco, volvió la normalidad y el alegre colorido se fue abriendo paso a través del negro de nuestro luto. Comenzaron a levantarse nuevas construcciones que dieron cobijo a todos los recién llegados. Continuaron Blanchar y Gajo obrando milagros con los torpes e inexpertos aprendices. Sus esfuerzos ya habían dado sus frutos anteriormente. Entre nuestras filas contábamos ya en aquella época con algunos valerosos y aguerridos milicianos como era el caso de Akra y Kreb. Tampoco Daltuine  mostraba muchas carencias con una espada en la mano. Semanas después del ataque comenzaron a llegar gentes que deseaban sumarse a nuestra causa. Al final del verano nuestro asentamiento había triplicado su tamaño y en él vivíamos medio centenar de personas.

Pero no todo marchaba a favor del viento. Perdiet y yo nos habíamos distanciado sobremanera. Parecíamos dos auténticas extrañas. Era como si nunca nos hubiéramos conocido. Entre las dos no había confrontación alguna porque simplemente no había trato. Pero mi amor hacia ella no me había abandonado. Seguía latente en mi interior, guardado bajo llave, como quien deposita una joya cuidadosamente dentro de un joyero. Dudo que ella sintiera algo muy diferente hacia mí salvo por su presunta no atracción sexual hacia ese cuerpo de niña en el que habito desde entonces.

—Nunca dejará de verme como a una niña cuatro años menor que ella —le expresé en cierta ocasión a Akra Rosé, a lo que ella contestó
—Nunca dejará de verte como a una diosa, cariño. Eso es lo que le impide acercarse a ti de una forma diferente.

Comenzamos a realizar incursiones de poca monta por los alrededores de nuestro asentamiento que dieron sus frutos. No fueron muchas las bajas ocasionadas en las filas enemigas pero nuestras milicias adquirían mayor destreza en el cuerpo a cuerpo real y además estábamos consiguiendo alejar las rutas de paso de los toikistianos de nuestros dominios. Pero eso solamente podía tener un significado, algún día las huestes de Governo llegarían en número suficiente para borrarnos del mapa. Por ello comenzamos la construcción de una empalizada que nos protegiera de la fuerza enemiga.

También prosperó nuestra comunidad en otros aspectos. Afrontamos nuevos proyectos como la construcción de un batán y un molino. La agricultura y la ganadería adquirieron un peso bastante importante en nuestra pequeña sociedad. La cantidad de terreno destinado al cultivo de hortalizas aumentó considerablemente. También impulsamos la mejora de nuestra pequeña caballada aleccionados por Oleyá, una joven llegada de las sierras que sentía gran devoción por los animales y en especial por los caballos. Tal era su amor hacia ellos que había rehusado vivir en una cabaña como todos los demás. Era feliz compartiendo su vida con los equinos y por ello se había instalado en las caballerizas. La joven mujer no demostraba una gran habilidad en cuanto a las relaciones sociales pero estaba claro que se entendía a la perfección con los caballos. Poco tardé en confiar plenamente en su criterio en materia ecuestre y estuve encantada de confiarle el cuidado de Darkness.

En proceso de gestación había otro proyecto. Más bien, se podría decir que era el rey todos los proyectos pero por aquel entonces, no era más que una idea apenas definida en mi mente. Una idea que por supuesto, no había compartido con nadie. Era una empresa titánica y sumamente ambiciosa que iba a exigir lo mejor cada uno. Gran parte del tiempo me mantenía absorta en su diseño. Había algo que sí tenían claro. Íbamos a necesitar mano de obra. El trabajo a realizar sería bastante duro y penoso. Decidí dar un primer paso. Reuní a mis personas de confianza que no eran otras que quienes habíamos arrancado esta aventura juntos. Estábamos en el exterior de la fragua el matrimonio Rosé, el joven Daltuine, los inseparables Blanchar y Gajo, Taras, Perdiet y yo. Me sentía violenta. Siempre me pasaba cuando tenía que hablar en presencia de Perdiet. Daltuine, que tanto tenía de joven como de despierto supo ver mi incomodidad y rompió el hielo poniéndose a tararear una conocida canción un tanto pícara. Todos sonreímos. Una vez que estuve más relajada tomé la palabra.

— Quiero informaros de que estoy dándole vueltas en la cabeza a un plan...
—¡lo sabía! ¿Verdad que te lo dije, Blanc? Cierdres se trae algo entre manos. Si la conoceré yo...—dijo Gajo emocionado por haber acertado
—Pero os quiero pedir disculpas de antemano porque por el momento tengo poco que contaros. Realmente os he reunido para haceros saber que vamos a necesitar mano de obra. Y he pensado que esta la podemos conseguir...
— Seguro que si les pedimos ayuda a las gentes de las escamas...— me interrumpió Blanchar

—las gentes de las escamas decidieron no involucrarse en nuestra lucha, Blanc, debemos respetar eso. A partir de hoy tomaremos tantos prisioneros toikistianos como nos sea posible.

Todos me miraron un tanto perplejos.
—¿A caso no estáis de acuerdo?—pregunté con cierta autoridad
—no es que no estemos de acuerdo, Cierdres, en una guerra, actuar de esa forma me parece tan válido como hacerlo de otra, pero es que consideramos que los únicos toikistianos que no son peligrosos son los que están muertos.
—kreb, esa manera de ver las cosas tiene que desaparecer ya. Son ellos quienes tienen que tenernos miedo ¿ acaso no se lo estamos demostrando un día tras otro? —me giré en dirección al norte y grité como si pretendiera que me oyeran los toikistianos .
—¡temednos, malditos!—Ante la falta de respuesta grité de nuevo pero esta vez alcé más la voz
—¡TEMEDNOS, MALDITOS!—ahora si me secundaron mis amigos
—¡TEMEDNOS , MALDITOS!
—¡TEMEDNOS, MALDITOS!

La rebelión de Cierdres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora