La espera me resultó interminable. Paradójicamente, aquellas escasas horas transcurrieron con la misma lentitud que los tres siglos largos de mi existencia. Mi férrea voluntad de no precipitarme flaqueó por momentos. Tenía que salir de la posada sin ser vista y por ello era importante esperar a que cayera la noche y todos durmieran. Lo que mis ojos vieron aquella mañana en compañía de Senda había hecho saltar por los aires mi dilatado marasmo.
Allí, en aquella encrucijada de calles, se había vuelto a materializar con su inherente ferocidad, la perversidad infinita del ser humano. No sé por qué razón, supe que aquellas ejecuciones respondían a algo oscuro. Aquellos pobres desgraciados no tuvieron la oportunidad de abrir sus bocas y pronunciar sus últimas palabras, quizás porque estas pudieran ser peligrosas para quien ejercía su poder en el reino. ¿Qué era aquello que escondían los anchos muros del palacio real? Eso era lo que me proponía esclarecer aquella noche.
Asomé mi rostro por la ventana entreabierta de mi habitación. Reinaba una oscuridad absoluta en la calle. El silencio era total. Solamente un autillo tuvo valor para quebrantarlo desde algún bosque cercano a la ciudad. Abrí más la ventana y me deslicé por ella hasta un tejado cercano y desde este salté sobre el empedrado de la calle, sigilosa como un ave nocturna. Me escabullí por soportales y callejones oscuros hasta llegar a la plaza dominada por la fastuosa fachada del edificio real. Me desplacé al cobijo de la penumbra que ofrecía una de las fachadas laterales de este y rápidamente fui consciente de mi error. Una gran manaza cayó a plomo sobre mi hombro. Me di la vuelta y ante mí encontré a un soldado de la guardia del Rey que me miraba con gesto interrogante
—Me gustaría saber qué cojones hace una mocosa como tú deambulando por aquí a estas horas.
Improvisé de la mejor manera que fui capaz.
—Vaya, vaya. Parece que estoy de suerte, eres justo lo que estaba buscando, un hombretón que quiera cuidar de una joven niña esta noche.Deslicé mi mano por su entrepierna. Al hacerlo fui presa de un estupor mayúsculo. Comprobé que no había nada allí donde tenía que haber algo. Descendió un poco más mi mano deseando absurdamente que en aquel ejemplar, la naturaleza se hubiera tomado la licencia de ubicar el órgano en un lugar diferente pero no hallé nada. Él me miraba sorprendido y expectante.
—Por lo visto, a esta puta niña no se lo han explicado todavía ¿no?
No entendía qué querían decir sus palabras. Era tal mi conmoción que no fui capaz de articular una sola palabra. El hombre me dio un guantazo y me lanzó contra el muro de la fachada.
—¡A un guardia real no se le pueden tocar los cojones, estúpida!Escuché esas palabras mientras sucumbía a un intenso sopor.
Desperté en un lugar oscuro y frío. En lo alto de una de las paredes que delimitaban la estancia había un minúsculo ventanuco que permitía el acceso de un exiguo haz de luz. —¿y ahora qué, Gaerna?—pensé—a veces me sorprendo de lo estúpida que puedo llegar a ser —me sentía indignada conmigo misma. No conseguía acabar nunca con esa habilidad que tenía de aprender las cosas a base de golpes. Tenía claro que era cuestión de tiempo que consiguiera huir de aquel agujero pero no había calculado pasar la noche en un lugar tan poco elegante y eso me exasperaba. No era aquel un lugar propio para el descanso de una semidiosa. Me permití de forma extraordinaria dar rienda suelta a mi frivolidad. Cuando conseguí tranquilizarme, determiné que tampoco estaba tan mal el resultado de mi incursión. Mi propósito aquella noche había sido el de acceder al interior del palacio y allí estaba. Ellos mismos me habían introducido en él. Mi plan terminaba ahí. A partir de entonces todo vendría dado por mi capacidad de improvisar. Me resigné a esperar a que hubiera algún movimiento por parte de los guardias o el carcelero. No había transcurrido mucho tiempo cuando se escucharon voces lejanas que poco a poco se iban aproximando.
—¡Abre, carcelero!—gritó autoritario un guardia que sostenía una antorcha. A la luz de esta comprobé que se trataba del cafre capón que me había procurado el inconveniente. No venía solo. Otros dos hombres esperaban tras la reja junto al guardia y el carcelero. Sus vestimentas delataban que eran dos gentilhombres. Entraron en la celda junto con el soldado y este habló.
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La rebelión de Cierdres
Fantasia🥇 Governo, un fanático cruel y sanguinario, atrae y adoctrina a gentes necias y defenestradas por la sociedad, obligándolas a abjurar de su religión a favor de Toikis, un nuevo dios fruto de su imaginación. No son religiosos los propósitos de Gove...