Capítulo 24-Ciudad de viles

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Te amé desde el primer día. Tus ojos me miraban con cariño. Siempre supe que no eras como cualquier otra aldea o ciudad, no, tu corazón latía como el de un animal. Tu aliento olía a hierbabuena y a tierra mojada. Eras parte de mí como yo lo era de ti. No podía entonces imaginarte lejos. Hubiera echado en ti raíces como un enebro de habérmelo pedido. Pero la Dama Oscura nos tenía reservados otros planes. Me arrancaron de ti, créeme.

Fueron el abandono y la sangre derramada en tus empedradas calles quienes envilecieron tu carácter. Veo que te has olvidado de todo, te has olvidado de mí. No he vuelto para ser tu hija pródiga. Solamente esperaba de ti un " ¿qué hay de nuevo, amiga?" Pero ya veo que tienes dificultades para mirarme a los ojos. Será porque estás atiborrada de excelencia, altanera hasta la estupidez. Además, apestas. Ese olor a muerte y odio...

Hoy ha vuelto a suceder. Nuevamente la barbarie toma tus calles sin oposición. Un pobre infeliz ha sido asesinado bajo el añil plenilunio. Seguro que suplicó por su muerte mientras pudo, mientras alguien separaba la piel de su carne con gran esmero.

Apareció el pellejo de una sola pieza claveteado en una de las paredes interiores de la catedral. Sobre él estaba escrita con sangre una serie de caracteres en lengua gariana. El cuerpo colgaba desde lo alto de la bóveda central ensangrentado y grotesco. Tuvo que ser su muerte digna de un monarca o un militar de alto rango. ¿Quién, en su sano juicio se toma tantas molestias tratándose de un simple y llano clérigo?

Pero tú sigues mostrando indiferencia, maldita seas. Nadie llora en la puerta de la catedral. Prefieren los dolidos hacerlo en privado porque no quieren correr la misma suerte que el cura. Quien sabe, quizás algún día el fuego purifique tus pecados y detenga tu insana deriva.

La rebelión de Cierdres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora