Capítulo 17- Otra vez divina

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Estaba desayunando una mañana en el salón de la posada cuando entró Senda por la puerta.
— Ya estoy aquí como me pidió, mi señora.
—Muy bien, Senda. Tu señora ahora te pide que dejes de llamarla señora.
—Uff, no podría, mi señora —sonreí.
—Quizás, si dejas de llamarme señora, Infínite quiera llevarte sobre su lomo hasta el lugar donde tenemos que ir esta mañana.
—¿De verdad, haría eso Infínite por mí , señ... Gaerna?
—La mejor manera de salir de dudas es preguntárselo.

Nos dirigimos al establo en busca de mi fiel caballo. Me quedé en la puerta y dejé que entrara Senda. Infínite acudió a su encuentro con paso alegre. Era evidente que sentía por el niño un cariño especial. Senda acarició el cuello del caballo mientras éste apoyaba el morro sobre su espalda.

—Vale, vale, ¿ qué tal si dejamos los cariñitos para después? Me estáis poniendo celosa.
—Sólo nos dábamos los buenos días ¿verdad, Infínite?
—Creo que le caes bien.
— Es un buen caballo. No se ven muchos caballos de guerra por aquí.
—Lo es. De hecho, es el mejor caballo que conocerás jamás.
—¿Sabías que el caballo de la diosa Cierdres se llamaba "Darkness"? A lo mejor era el tatara-tarara-tatarabuelo de Infínite ¿no te parece?
—a lo mejor—contesté. Pensé en lo triste que resultaba crecer sin el amor de unos padres. Tanto a Senda como a mí nos había tocado sufrirlo en nuestras carnes.

—Quiero pedirte algo, pequeño —se giró hacia mí y me miró con atención.
—Si alguna vez sientes que esa alegría que ahora inunda tu ser comienza a abandonarte...—besé una medalla que tenía en mi mano y se la entregué —aprieta esta medalla dentro de tu mano, cuenta hasta diez y para entonces sentirás que Cierdres a acudido a tu rescate.
— ¿De verdad crees que a la diosa Cierdres le importan los mozos de cuadra?
—¿Perdona? A la diosa Cierdres le pirran los mozos de cuadra preguntones como tú. Tengo entendido que todas las mañanas se desayuna un par de ellos. —En ese momento comencé a hacerle cosquillas en la tripa y el niño empezó a reírse a carcajada limpia.
Una vez que estuvimos los tres en el exterior de la cuadra, agarré a Senda por la cintura y le ayudé a subir sobre los lomos de Infínite.
—Despacio, Infínite, que sin silla me resbalo.
Gaerna, ¿por qué montas sin silla? Eres la única amazona que conozco que lo hace.
—Lo hago porque, cuando estoy sobre Infínite, siento como si los dos fuéramos uno solo. No se si lo entiendes —Senda puso cara de no comprender absolutamente nada.
—Imagina que te acaricio la mejilla con el guante puesto y luego lo hago sin él. ¿Notarías la diferencia?
—Pues claro
—¿Y cómo crees que acariciaría tu mejilla alguien que te quiere?¿con guante o sin él?
—Sin él — Senda se puso muy serio. Comenzaron a asomar lagrimas en sus ojos.

—Gaerna, ¿estarás mucho tiempo en Atria?
—Una semana, como mucho dos. La escritura de mis memorias va más rápido de lo que en un principio habia previsto —su gesto era de absoluta desolación
—Nadie me acariciaría la mejilla sin guante salvo tú —dijo el pequeño con la mirada perdida en el suelo.
—Pues en ese caso soy muy afortunada de gozar de ese privilegio para mí sola.
—Pronto te marcharás y a lo mejor no te vuelvo a ver.
—Cierto, me marcharé y es posible que tarde mucho en volver a este lugar. Por eso he decidido llevar conmigo aquello sin lo que no podría seguir viviendo. Lo primero que hay en esa corta lista es un mozo de cuadras bajito, bondadoso y guapo que me tiene prendada. El problema es que una guerrera nómada como yo no necesita mozo de cuadras.

A Senda se le iluminó la cara y sin poder dejar de llorar, ahora de emoción, comenzó a hablar nervioso.
—Señora, pero puedo cuidar de su ropa, puedo aprender a cocinar. También sé pescar, señora...
—Bueno, yo había pensado en nombrarte mi escudero pero si prefieres coser botones...
—Senda lloró inconteniblemente mientras cabalgaba sobre Infínite. Yo caminaba al lado de ellos. Llegamos a la puerta de la tienda de Blarson.

—Hemos llegado, Senda. Necesito que entres y recojas un encargo que realicé el otro día —Senda me miró entre preocupado y curioso. Se bajó del caballo de un salto y entró en el comercio. Al cabo de un buen rato apareció bajo el umbral de la puerta ataviado con una cota de malla hecha a medida, unas botas resplandecientes y una lustrosa espada que pendía dentro de su vaina desde su cintura. Estaba radiante. Desenvainó el arma y simuló un ataque a alguien imaginario. Le desarmé con un simple movimiento de mi espada. 

—Senda, as de entender que esto no es un juguete. Debes aprender a usarla. Entonces entenderás que blandir una espada es un acto de mucha responsabilidad —el gesto de Senda se tornó serio. No era su intención enfadarme.

—y ahora saca las garrapiñadas que llevas escondidas o te pondré boca abajo y te sacudiré hasta que caigan todas —río estrepitosamente y huyó de mí mientras intentaba darle alcance.
Continuamos paseando por las calles de Atria. No seguíamos una dirección definitiva. Simplemente tratábamos de compartir un rato agradable. Llegamos hasta la plaza donde se encontraba el templo de la semidiosa Cierdres, o lo que es lo mismo, de una servidora. Dejamos a Infínite en el exterior y accedimos al recinto. En esta ocasión fui más cuidadosa ocultando mi identidad. Cruzamos la nave principal y subimos por una escalera circular hasta la tribuna que discurría por el lateral opuesto a la entrada. Nos acercamos a un tramo de balaustrada que discurría bajo el vano de uno de los arcos apuntados que soportaban la inmensa bóveda. Desde allí, le indiqué a Senda el lugar hacia donde quería que mirara. Era un gran rosetón realizado con vidrios de tonalidades rosas y azules. Al observarlo, su gesto denotó que estaba maravillado con la visión.
—Es realmente bello, Gaerna.
—Ahora quiero que observes la medalla que te entregué —Senda la extrajo de su bolsillo y la observó con detenimiento —¡es la misma flor!
Tanto en la medalla como en el rosetón se apreciaba la misma imagen.
—Es la flor de la rebelión. Dime qué ves de especial en ella—miró con detenimiento.
—¡Sus pétalos parecen hojas de espada !
—Buena apreciación, Senda. Son las espadas de los diez fundadores de la orden. Algún día te contaré la historia.
—Gaerna, ¿por qué sabes tantas cosas de Cierdres? Quiero que me lo cuentes todo ¿lo harás?
—te lo prometo, pero ahora tenemos que volver a la posada. Clain estará subiéndose por las paredes sin saber dónde estamos —decidí dosificar la información para no perturbar sus pensamientos. Aún así, el no cejaba en el intento de extraer de mí más información al respecto.

—Gaerna, ¿tú también adoras a Cierdres como yo?
—uff, no sé cómo responder a esa pregunta, Senda. Si adorando a un dios te sientes reconfortado, entonces bien, adelante. No veo nada malo en hacerlo. Piensa que, quizás, Cierdres no espera eso de ti.
—¿y por qué no le iba a gustar?
—Bueno, tampoco he dicho eso.

Continuamos callejeando en dirección a la posada cuando comenzaron a escucharse gritos de algún lugar cercano. Doblamos una esquina y vimos al fondo de la calle el tumulto. Un grupo de soldados de la guardia real sacaba a la fuerza de una vivienda aledaña, a todos sus ocupantes. Una vez que estuvieron en el exterior fueron ajusticiados sin mayor dilación. Subí de un brinco al caballo y me situé detrás de Senda. Eché mi capa sobre el niño y arreé a Infínite que galopó a toda la velocidad que le permitieron sus potentes músculos. Cuando los guardias quisieron adoptar una posición defensiva ante mi ataque, mi espada ya había abatido a dos de ellos de un solo golpe. Nos escabullimos por los callejones de esa parte de la ciudad y conseguimos despistar a los guardias que habían iniciado nuestra persecución. Logramos llegar a la posada sin mayores sobresaltos. Senda tenía el rostro desencajado.

—¿ por qué ha matado la guardia a esas personas, Gaerna?
—eso es lo que intentaré averiguar pero lo que debes tener por seguro es que nadie merece morir de esa forma.

Esa tarde la pasé encerrada en mi habitación. Necesitaba ordenar mis pensamientos. Como le había dicho a Senda, estaba dispuesta a descubrir todos los entresijos del suceso que habíamos presenciado. Hacía mucho tiempo que vagaba por el mundo sin inmiscuirme en nada de lo que en él sucedía. Hacía tanto tiempo que no sentía la llamada de la Dama Oscura... Ese día la escuché, clara como una soleada mañana de primavera. Había llegado el momento de desentumecer mi divinidad.

La rebelión de Cierdres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora