Capítulo 14-Algunos rayos de sol (Tiempos de Governo)

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Me aferré a mi identidad de siempre con uñas y dientes. Me dije que no permitiría el acceso a mi ser a aquella impostora cuyo nombre no paraba de retumbar en mi cabeza. Fue una aseveración totalmente ingenua. ¿Desde cuándo alguien podía oponerse a los designios de la Gran Dama Oscura? Yo lo intenté una y otra vez, sin darme cuenta de que cada vez que le plantaba cara a la diosa, más me convertía en lo que ella quería.

Continuamos aquella mañana con nuestro camino siguiendo el curso del río.

Atravesábamos una gran llanura que como no podría ser de otra forma también me era familiar. Era el lugar que vi salpicado de cadáveres de animales.

—¿Qué sabes de este lugar, Pert?

—Supongo que ya te has dado cuenta de que aquí no hay vida animal, ¿no?

—¿Por qué? ¿Qué hay en este lugar que aleja a la vida?

— Estamos en el valle de la muerte, pequeña. Se desconoce la razón por la que todo ser humano o cualquier otro animal que intenta echar raíces en este lugar, muere de forma prematura. Hay quien dice que el lugar está maldito.

Por lo que parecía, el reino vegetal no estaba afectado por la supuesta maldición. Allí, en una porción de terreno importante, las plantas proliferaban de una forma descontrolada.

—Lo llaman " El vergel de los dioses" ¿habías oído hablar de él?—dijo Perdiet

—Jamás. Mi mente nunca hubiera sido capaz de recrear un lugar así.

Aquello era una auténtica jungla. Una maraña de ramas de mil especies diferentes que lo hacían un sitio infranqueable. Tuvimos que rodear aquel paraíso de exuberante vegetación. Una vez que lo dejamos atrás, seguimos avanzando hacia el sur y mientras lo hacíamos comencé a sentir un pálpito, algo me decía que debíamos abandonar la compañía del río y dirigirnos al oeste. Quise conocer la opinión de Perdiet.

—Creo que no es acertado continuar en esta dirección. Me temo que es el miedo y no el sentido común el que está guiando nuestros pasos. ¿Qué opinas Pert?

—Quizás tengas razón, pero me cuesta tanto no alejarme de aquel maldito lugar...

—viajemos hacia el oeste, dejemos atrás este maldito valle. Necesito llevarme algo de carne a la boca. Quiero poder espetar una bendita liebre y asarla al fuego de las brasas. Aquí solamente nos podemos alimentar de berzas, cardillos, cardillos y berzas. ¡Ohhh, por la gran dama oscura, me estoy volviendo loca!

Perdiet sonrió. Era la primera vez que mis ojos la veían sonreír.
Nuestro cambio de planes requería que vadeáramos nuevamente el río y así lo hicimos. En esta ocasión, nuestros caballos tuvieron que emplearse a fondo ya que el caudal en aquel lugar era importante.

Comenzaba a anochecer. Habíamos encontrado un lugar donde pasar la noche.
A lo largo de toda la tarde había notado a mi yegua intranquila. Ahora no paraba el animal de mirarse los costados con ansiedad. Se la veía muy irritada. No sabíamos a qué podía deberse. Ni Perdiet ni yo teníamos amplios conocimientos relativos al tema ecuestre. Temí perderla. En aquel contexto, el animal había ocupado también un lugar importante en mi vida y para ello habían bastado un par de días.

Pensé que, a lo mejor, ese estado en el que se encontraba la yegua podía deberse al hecho de haber andando últimamente en el valle de la muerte. Entonces, expresé aquello que en ese momento ocupaba mi pensamiento.

—Dicen que algunos animales tienen un sexto sentido para algunas cosas. Bueno, qué tontería..., no sé. Quizás ellos presienten algo.

— A lo mejor, no sé qué decir.

La rebelión de Cierdres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora