Días finales

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El flujo del aroma recorría cada centímetro de la aquella vieja ciudad destilando olores que emanaban los deseos más escondidos de Mikail. Sus ojos no se despegaban del paisaje tortuoso que estaba frente a él. Los suyos y los otros, los hombres de los cuales quedan poco. La noche había caído en el momento justo para desarmar cuanta persona pasara frente a él. Con Francois a su lado, la sed se esparcía cual corriente. Kia se mantenía a varios pasos atrás lustrando sonrisas lejanas de sus pensamientos; esperando el instante para dar media vuelta y correr a las penumbras, sin embargo, tener a Vincent LornStein detrás de ella la hacía temblar y aguardar.

Vincent se detuvo observando al hombre que a sus pies dejaba el vago aroma de la muerte. Sus filosos dedos se desvanecían igual que su singular apariencia. De alguna manera cada uno de ellos había salido de sus jaulas y, por más que buscaba una respuesta lógica, la verdad era que no tenía ninguna. Maldecía tal perdición. Después de tener a todos y cada uno cual coronas guardadas bajos los cimientos de varias ciudades, ellos aparecían sirviéndose de lo poco que aún pudieran moverse.

Los adoquines filtraban por cada rendija el mismo líquido, el mismo aroma. Mikail había notado las muecas de repugnancia fijadas en el marmóreo rostro del hombre; sonriente, solo aguardaba el instante en que dos personas aparecieran frente a él, o encontrarlos a su vista. Roma era una ciudad grande y tan pequeña a la vez. Sentir regocijo por solo ver los cadáveres era tan poco, tan vano.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Clarisse al viento en un susurro.

Vincent giró contemplando el rostro de la mujer que hacía un tiempo atrás eran retazos.

—No busques reconocerlo —esbozó el hombre a su lado.

Los ojos de la fémina rodaron por el lugar hasta caer en el sombrío rostro de Vincent.

Vincent... Aquel hombre también parecía retazos de algún cuadro. Clarisse tragó cuando los ojos de Mikail le advirtieron. Aspiró el aroma creyendo que eso le devolvería un poco del tiempo cercenado en el deje.

—¿Tienes miedo, Clarisse? —preguntó en un murmuro de tonos graves—. Lo puedo sentir como si paseara por mi cuerpo.

—Lo tengo —confirmó—. ¿No lo deberíamos de tener todos? Incluso Kia, que siempre está al lado de Mikail, lo siente ¿no la has visto? —esbozó aferrándose a las conversaciones pasadas y a la inteligencia de Vincent. El hombre sonrió a medias.

—Quédate a mi lado.

Los labios de la mujer se sellaron.


En la espera del carril, Isabel contemplaba el camino de hierro y madera levemente inclinada

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En la espera del carril, Isabel contemplaba el camino de hierro y madera levemente inclinada. Elio tomó su mano con la delicadeza que en ningún instante había sentido a manos de él. Giró contemplando el verdor en la mirada. El sentimiento revuelto, el cuadro desperfecto.

Aullando a la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora