Un aliado

2K 208 13
                                    


Entre la cantidad de personas ataviadas en trajes de intrincada elaboración, Isabel tomaba de la mano de Anne Marie llevándola lejos de la multitud y de la vista de los presentes. Se adentró en una pequeña habitación de mueblería fina, paredes de tonos zafiros y cortinajes bien elaborados. Anne Marie no comprendía los nervios y la angustia que afloraba en el pecho de la joven, aun así decidió seguirla a donde quisiera ir. Entendía que aquello era una actitud errática de una persona que necesitaba ayuda. Había entablado una grata amistad, a pesar de lo poco que la conocía, por lo que sin Isabel dar mención alguna, ella ya había querido ayudarla.

Isabel fijó la vista en cada rincón de la habitación buscando que estuvieran solas. Una vez constatado, se irguió frente a la mujer detrás de sí con una mirada temerosa. Había temido durante todo el camino y no dejaría de hacerlo, pues aun cuando Elio dio su palabra, saber de lo que era capaz no le daba tranquilidad.

—Lamento arrastrarte hasta aquí, Ann... —Se disculpó.

—No lo hagas —negó con las manos. Respiró profundo acercándose a la joven—. ¿Qué sucede, Isabel? ¿Ha pasado algo con el Sr. Grasso? ¿Es por eso que estás así?

En parte, las conjeturas de la mujer eran reales, había pasado algo con Gabriel: tuvo que huir de aquel lugar siendo obligada por alguien más siniestro y espeluznante de lo que pudiera imaginar. Ella asintió, quería decir lo que ocurría, lo que había visto y lo que en realidad era Elio.

—No es solo eso, yo...

—Estás temblando —lanzó Anne Marie.

La llevó hasta los muebles sentándola a su lado. Tomaba de sus manos con apremio e imaginaba que lo sucedido con Grasso había sido peor de lo que ella creía.

—Isabel, puedo darme una idea de lo que sucede. De hecho, cuando te vimos caminar por las calles, sola con tu hermanastro, sin el Sr. Grasso, imaginamos que algo había sucedido.

Isabel observó a la mujer con el rostro compungido y el corazón violentándose en su pecho.

—Él no es un hombre que deje a una mujer caminar sola por las calles, menos a tales horas. William y yo quisimos ayudarles. El que aceptaran venir me tranquilizó.

—Déjame quedarme con ustedes —clamó Isabel como un grito ahogado que no pensaba decir.

—¡Por supuesto! nuestro hogar es de ustedes. —Ella negó levantándose. Caminó lejos de Ann pensando en ello. ¿Qué sería mejor? Ellos eran personas amables que poco tenían que ver con lo que sucedía. Elio podría asesinarlos de la misma manera en que lo había hecho con el vendedor, de la misma forma en que había desmembrado a las personas en los bosques.

—Elio sabe valerse por sí mismo —resolvió en un susurro. Anne Marie fijó la mirada en la joven consciente de lo que decía. Lo había visto.

—Bueno, debo decir que lograr entablar conversaciones con Sebastian Berckell habla mucho de sus capacidades. —Se encogió de hombros. Isabel la observó extrañada de tal insinuación—. Querida, el hijo de Berckell es un chico al que muy pocos llegan. Es muy joven, pero dicen que es la mente tras el imperio Berckell ¿Lo imaginas? No tiene la edad de muchos aquí reunidos y logró llevar a su familia a un nuevo status, pero eso no importa —musitó acercándose a Isabel—. Cómo sea que se presentaran las cosas, eres bienvenida.

—Gracias, Anne Marie. Muchas gracias.

 Muchas gracias

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Aullando a la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora