Caza de demonios

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Aun no aparecían, pero el aroma a muerte los envolvía como la niebla sobre el pantano. Detestaba tener que recibir sin Gabriel, pues de esa forma Isabel no pasaría desadvertida. Era el juguete preferido de su amigo y aun cuando poco le importaba su vida, no podía permitirse fuese tocada.

Aquel mar de pensamientos se fue al inframundo cuando observó a Gabriel pasar por puerta con una Clarisse atada a su brazo. Detrás de ellos iba un hombre prominente de cabellera lacia y ojos cual pozos que mostraba una sonrisa maliciosa. A su lado, una mujer de cabellos almendrados igual que sus ojos, sonreía con la misma maldad que el hombre; su rostro era fino, como el de una muñeca. Otros dos hombres entraron en la sala con el mismo aire que envolvía a sus acompañantes.

—Qué desagradable sorpresa —siseó Vincent.

—Puedo decir lo mismo —contestó el primero de los hombres. La tensión los abordaba de manera en que pudiera asfixiar a los presentes si tan solo fueran como Isabel. Era la única que temía realmente—. ¿Debo dejarles solo o podemos hablar? —inquirió observándola. Vincent la miró de soslayo. Ya no deseaba huir, en cambio se había aferrado a las ropas de su compañero.

—Ella vendrá conmigo, Mikail —respondió Gabriel. El mencionado observó a Gabriel y luego a la chica. Se sonrió con sorna divertido de sus propios pensamientos.

—Por favor, llévate a la mascota.

Gabriel extendió la mano a la joven quien gratamente la aceptó. La habitación donde estaban aquellos se volvía con cada segundo más imposible de sobrellevar, así que salir era un alivio que bien le sentaba. Sin embargo, Gabriel no podría mantenerse cerca de ella, mucho menos responder todas sus preguntas.

La llevó hasta su dormitorio donde luego de una rápida inspección al pasillo, cerró la puerta detrás de sí. Alargando un suspiro observó a la chica, su amada; la persona que había estado buscando y había encontrado por casualidad y que le estaba quitando parte de sus deseos por cualquier otra cosa. Dio varias zancadas hasta verse cerca de ella y abrazarla. La fuerza con que Isabel era llevada contra él era perceptiblemente mayor a como, por costumbre, lo hacía.

 La fuerza con que Isabel era llevada contra él era perceptiblemente mayor a como, por costumbre, lo hacía

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—Debes quedarte aquí. —murmuró a su oído. Abstraído en sus pensamientos, no podía evitar cierta preocupación—. No salgas.

—¿Por qué?

—Porque a pesar de todo —Acarició el pómulo de la joven—, yo no puedo protegerte de ellos.

—Porque a pesar de todo —Acarició el pómulo de la joven—, yo no puedo protegerte de ellos

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Aullando a la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora