Revelaciones

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Los primero rayos del sol impactaron contra el rostro de Isabel. Hizo que la joven se refregara y se removiera debajo de las sábanas en busca del sueño conciliador, aunque sin conseguirlo. Abrió los ojos con sumo cuidado de manera en que temiera encontrarse en sus pesadillas donde hombres de garras y risas siniestras la hacían correr sin paradero alguno. Cuando se vio acogida en la habitación que Anne Marie había hecho preparar para ella, la tranquilidad regresó a su cuerpo; deseaba seguir durmiendo, quizás de la manera en que nunca antes lo había hecho.

Cerrar los ojos a los nuevos días y las noches frías; no sabía cómo había llegado a anhelar tales sentimientos cuando alguna vez deseo vivir sin preocupación alguna ¿En qué se había convertido? Su naturaleza alegre y dulce, la que alguna vez llegó a tener, se había llenado de miedos y angustias.

Siempre temía, siempre el escalofrío taciturno de la desolación la albergaba como un fantasma. Hizo de sus manos dos puños con la mirada clavada en las sábanas de linos y almohadas de plumas. Debía empezar a correr, pero no como su madre alguna vez susurró en cánticos de dolor, sino de la manera en que ella solía enfrentar.

Con las voces perspicaces de sus habitantes, Isabel sonrió para sí misma. La voz de Anne le parecía hermosa: como un canto, era una mujer que le enviaba sensaciones de calidez similares a las que tiempo atrás solía tener. Caminó en busca de los dueños de aquella plática jovial que resonaba por toda la casa, para su sorpresa no se encontraban en el comedor principal. Una menuda chiquilla la observó con grandes ojos cafés y, sonriéndole, le hizo señas para que la siguiese. Isabel recorrió un pasillo de suelo enmaderado, paredes de color marrón y cuadros dorados, hasta verse frente a puertas de vidrio que daban paso a una bonita habitación del mismo material con rejillas azabaches que parecían enredaderas. Una mesa de patas adornadas y tono blanquecino se vestía de platos de porcelana de finos tocados, cristalería y cubertería de plata.

Anne Marie amplió una sonrisa al verla mientras que William halaba la silla para que se sentase junto a ellos.

—Buenos días, bella durmiente —lanzó Blake luego de sentarse. Isabel se ruborizó carraspeando.

—Perdónenme...

—No te preocupes —aclaró Anne tomando su mano—. Nosotros nos hemos levantado muy temprano. —William sonrió ante la afirmación y dispuso de un pañuelo sobre su regazo.

—¿Qué tal la habitación, Isabel? ¿Te ha gustado? —preguntó.

—Sí, he dormido muy bien. Gracias por acogerme, no tengo formas de pagarles por ello.

—Me ofendes, Isabel —farfulló William—. La única manera en que podrías pagarnos es con tu presencia y ya lo estás haciendo. Aunque puedes hacer algo por mí y salvar a Anne Marie de las viejas socarronas de Juliet Svart y Solange L' Fleur —nombró a esta último con tono jocoso.

—No había oído de ellas —contestó Isabel. Le daba curiosidad los nombres de ambos personajes, aún más la forma en que William las había mencionado.

—¡No es para menos, las momias no salen de noche! —se carcajeó William.

—¡William Blake! —Lo reprendió Anne—. Son señoras muy conocidas en el pueblo...

—Al que la época de aventuras nocturnas les ha pasado factura —burló William.

—William y Solange no suelen llevarse muy bien —Reconoció ella observando a Isabel—, pero en general ellas tienen un buen concepto de él —esbozó— y tu deberías tenerlo de ellas. —William resopló—. ¡Qué malcriado puedes ser! Recuerda que tenemos visita.

Aullando a la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora