Las gotas de luz eran, en aquellos momentos, deseos inadmisibles para Kia. La mujer se mantenía al filo de la oscuridad en una vieja casona donde el resto de los acompañantes yacían dormidos y ocultos en sus propios mundos. La fémina había estado pensando, meditando. Engullendo cada sensación hueca que dejaba Mikail en ella, hasta dar con el momento concreto para escapar.
Escapar.
Era una sanguijuela que había decidido ocultarse de los próximos días a verlos al lado de aquel ser. En todo caso, ¿importaba? Para él, pocos eran merecedores de observar el mundo de los inmortales contornearse en el delgado hilo del más allá. Para Mikail, dos nombres causaban revuelo y sensación, dos y solo dos, eran capaces de tomar cada calle, transporte, cada hebra de cabello y alarido mortal y estrujarlo entre su manos. Aunque entre tales nombres nunca resonaría el suyo.
Un susurro calló sus labios cuando el susto se acomodó en su cuerpo. La sensación de los pálidos dedos tomar el linde de su mandíbula y acariciar su torso dejó su respiración apagada en un soplido quebradizo.
—¿Tienes algo para mí, Kia?
Ella tragó.
—No, mi señor —contestó tratando de callar sus temores.
—Te he visto, querida. Distraída, apagada, lejos de la mujer que alguna vez probé —susurró a su oído absorbiendo el aroma de su cuello—. Espero que no sea por esto. En todo caso, sabías que así pasaría.
—No, no es por esto. —Giró sobre sus talones otorgándole la mejor de las sonrisas—. Es solo que... siento un poco de celos. Vincent y tú; tú y Vincent. No hay espacio para mí, allí —siseó con voz lujuriosa. Vio la sonrisa amplia en el rostro de Mikail, más los miedos volvían con fuerza.
Mikail jugaba.
Era un buen jugador, uno de los mejores, porque no le importaba exponer a sus peones. Vio el horror notable en el rostro sereno y lívido de Kia, escuchó los gritos mientras Francois ejecutaba las órdenes. Vio su cuerpo arder en rocío del Sol. El aroma del fuego filtrarse, la vivacidad de las llamas tomarla. Vio a los cobardes calcinarse.
Clarisse apartó la vista cuando el momento se presentó y, en sus hombros, el abrazo protector de Vincent aferrarse a ella.
Repugnancia.
Esa sensación era lo que sentía cada vez que Mikail veía aquel recuadro. Tal vez por eso sean tan diferentes y tal vez por eso sentía que debía alejarlo de tales sentimientos tan petulantes como el cariño o el amor.
—Una imagen muy escabrosa ¿querida? —Siseó cual serpiente—. Lamento que hayan tenido que verlo.
Vincent lo notó. No había lamentaciones, mucho menos tristezas tras las orbes del aquel ser. Sonrió consciente y presente de las verdaderas palabras que se arremolinaban en la mirada de Mikail.
—Aunque no hay lugar para nada en el ahora. Nuestro deber es fortalecernos —musitó con el toque delicado de sus dedos sobre el mentón de Clarisse—. ¿Estás de acuerdo?
—Por supuesto.
Mikail ensanchó una sonrisa gutural llena de emociones que llegaban hasta sus ojos entre que la mano de Vincent permanencia sujeta en el hombro de Clarisse y sus ojos fijados en aquel con una media sonrisa irónica clavada en su piel.
—Por supuesto —repitió—. Roma está cerca, a tan solo un paso de las noches esperadas. Descansen mientras el día siga siendo refulgente.
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Aullando a la oscuridad
WerewolfEn el camino de la enfermedad y los callejones de la muerte algunas flores se esparcen. Entre las tablas de un ataúd y el silencio imperante de ciento de años, algunos esperan el líquido carmesí para renacer. Ella era un recuerdo, una vida. Él, un...