Entre las sombras y grandes árboles de copas infinitas capaces de regalar la oscuridad acomedida con la luna; el chasquido de dientes contraídos sobre la carne y los gritos dolorosos y efervescentes de una mujer en aparente agonía resoplaban como cánticos en medio del bosque de altos pinos. Elio la escuchaba suplicar, la sentía forcejear, pero más allá de despertar lástima en él, generaba un deseo atroz. Hacía tanto que no probaba la sangre de una mujer, el sabor férreo que llegaba a su garganta y le hacían pedir más. Era la décima victima en un camino de cuerpos desfigurados, horrores exclamados a la noche y perturbación en un solo ser, al que realmente, poco le importaba.
Lejos de haber sido una gran decisión sabía que Isabel sería lo más parecido a una piedra en su camino. Asesinarla. Cavilaba mientras desmembraba con asombrosa impaciencia aquel pálido cuerpo sostenido entre sus brazos. Ella en un principio había sido la razón por la que ahora ansiaba tanto satisfacerse, su aroma y su cuerpo le pedían a gritos tomar posesión de aquel delgado ser que entre sus manos anduvo hasta estar lo más lejos que les fuera posible. Por fortuna para Isabel, se encontraron con un pequeño grupo de personas que, sin dar permiso alguno, ahogaron las necesidades de Elio. Sentir aquella sensación entre sus fauces le provocaba una cantidad de sentimientos que poco a poco iban mermando. Cuando la cantidad de personas se redujeron a partes y extremidades, ver el cielo surcado por nubes tan negras como su pelaje y aquella luna tan blanca como hacía tanto tiempo no veía, le hicieron emerger aullidos que emanaban de lo más profundo de su interior.
No lo podía evitar, sentía la necesidad de dejar relucir su naturaleza, una, que desde hacía mucho tiempo se encontraba dormida entre escombros y madera. La manera en cómo había terminado de esa forma le parecía una ofensa, sin embargo no podía negar que sería la única forma de ser sepultado. Podía recordar cada hecho como si todavía lo viviera. Respiraba el aroma de la sangre putrefacta de los vampiros bajo su suela y la de sus iguales a los que llevaba consigo cada vez que se enteraba de la muerte de uno. Ahora que había salido de aquel infernal encierro debía buscarlos. Tenía la clara sensación de que sus iguales estarían como él, despertando en la oscuridad de la noche tras años de desolación.
Isabel se mantenía lejos de la periferia de Elio, se mecía sobre sí misma, sosteniéndose de brazos y con las piernas contraídas contra su pecho. Lo que había visto era diferente a lo que solía ver en Gabriel o Vincent; seres de mera apariencia. Sí, bebían la sangre de las personas, pero nunca llegaban al grado al que Elio había llegado. Se tentaba a intuir que era debido al encierro, el lugar donde estaba no podía ser más que el inframundo. Había estado tan cerca de él que, aunque solo lo imaginaba, podía inferir que deseaba hacer con ella lo mismo que con aquellas personas.
Elio apartó la mirada de aquel cielo que a duras penas le mostraba los vestigios de la Luna. Había adquirido una forma casi bestial pero sin llegar a completarlo, pues su torso y muslos seguían pareciendo —a duras penas— iguales a los de un humano. El mayor cambio lo había adquirido su rostro, pliegues sobre un hocico corto y largos colmillos se mostraban tras una capa de pelaje que poco a poco se iba reduciendo. Contempló a Isabel cerca de unos arbustos como el ser indefenso que cualquier mortal era.
—¿En qué año estamos? —inquirió. La mirada de la joven subió hasta ver al hombre que antes tuvo delante de ella. De alguna manera que no podía explicar, aquel ser monstruoso volvía a ser un simple humano. Aunque conservaba vestigios de sus actos—. Responde.
—Yo...no lo sé.
Elio resopló caminando fuera del alcance de Isabel.
¿La dejaría allí? Sabía que no estaba aferrada a él en ningún sentido, que si bien la sacó del lugar al que ella había empezado a tomar como un hogar, aquel sujeto era completamente distinto. Elio se detuvo cuando notó que seguía en el mismo lugar. Notaba las palpitaciones de su corazón, el miedo y la angustia correr por su cuerpo. Sería lo que más temía, un obstáculo, ¿por qué llevarla consigo en todo caso? Solo era una simple mortal que podría acarrear problemas ¿Por qué invitarla a seguir junto a él? no pudo evitar detestarse al hacerlo.
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Aullando a la oscuridad
WerewolfEn el camino de la enfermedad y los callejones de la muerte algunas flores se esparcen. Entre las tablas de un ataúd y el silencio imperante de ciento de años, algunos esperan el líquido carmesí para renacer. Ella era un recuerdo, una vida. Él, un...