Su cuerpo estaba helado. Ella había perdido todo rastro de vida y al igual que él, se estaba consumiendo. Esperaba que las miradas al suelo, las palabras atascadas, los intentos desmedidos de Antoine por hablar fueran por otras causas, más no lo eran. En sus ojos veía lo que su voz callaba con tanta fuerza y también veía lo poco justo que había sido él.
Jean habló con la cabeza en alto a sabiendas de lo que había logrado... Nada.
Ensimismado en sus pensamientos, en el lío en que se había convertido conocer a aquella joven con rastros tan característicos. En lo poco que la conocía, en lo mucho que le hubiera gustado hacerlo. Estaba en un cuarto atrapado frente a una imagen que tenía una personalidad distinta, pero que en algún momento estaba dispuesto a conocer. Corrió por el lugar hasta la habitación en que ella yacía. Cama manchada de su propia sangre. Un vestido de mangas perfecto —una burla—. Su piel tornándose pálida, sus labios mostrando un curioso color azul. Tomó su mano sentándose a su lado, contemplando la muerte en aquellos ojos cerrados, faltos de lo que a él le sobraba. Era fácil perder cada una de ellas, se volvía una costumbre que, pese a todo, dolía.
¿Por qué dolía aún más esa vez?
Las decisiones que había tomado muy probablemente la llevaron a ese lecho ¿Lo había esperado? ¿Había esperado morir en algún momento? Puede que sí. Después de todo caminó al lado de sujetos que no deberían caminar por el mundo bajo la idílica apariencia de la humanidad ¡Él prefería estar ahí en su lugar! Sintió el apretón en su hombro, los lánguidos dedos de Alan acariciar la cabellera de esa mujer que no había hecho más que seguirlo y acuclillarse para verla tan cerca que sentía celos.
Tonto él, y tonta ella.
—Es hermoso ¿no crees? Los últimos minutos en que el cuerpo aún tiene algo de esa vida. Aun estará latente, pero luego se esfumará —murmuró—. Hará un puf —sonrió viendo a su compañero no variar la expresión de su rostro—. Lo lamento tanto, mi querido amigo. Me hubiera encantado saber que ella estaría un poco más con nosotros —esbozó terminando de sentarse en el suelo—, pero qué esperabas de la vida de una mujer como ella.
—Has silencio, Alan —contestó finalmente.
Asselot se levantó negando entendía la frialdad tras el comportamiento de Elio, él y nadie más que él, lo entendía. Después de todo el sentimiento que se posaba en su interior era el mismo. Uno que había sentido hacía tanto tiempo atrás cuando tan solo era un chiquillo que correteaba por la calle con una sonrisa pura, carente de todo vicio y que se perdió por tonterías de niños como el bien llamaba.
Dejó al hombre estar al lado de ella tanto como le fuera necesario, pero observando el poco tiempo que quedaba detrás de aquellos labios azulados.
—¿Le darás un entierro digno? —preguntó desde la puerta.
Elio asintió, y él se perdió en la luz amarillenta del pasillo.
Sus dedos estaban temerosos ¿Qué tan cercano se podía sentir de ella? No eran nada, nunca fueron, mucho menos en el tiempo en que ella caminó a su lado. No obstante la pequeña aguja clavada en algún rincón de su corazón estaba presente y creció tanto como para confiar en que algo así no sucedería. Ella no dejaría de vivir. Nadie la tocaría.
Qué tonto había sido.
Cerca, tanto como para sentir la inexistente respiración de sus pulmones, su mano viajó por la cabellera azabache. Recordando, rememorando momentos que no habían sido vividos con Isabel, pero que le hubiera gustado fuera así. Sus manos, temblorosas, miedosas de sentir, rozaron su rostro pétreo y la muerte en su expresión pacífica. La rodeó entre sus brazos; entrañables ¿qué hubiera sido de aquellos dos si nada hubiera ocurrido? ¿Le habría permitido llegar a tocar alguna fibra de su alma? Mantenía su mente ocupada en un futuro que se apagó en el mismo instante en aquellos dos agujeros drenaron su sangre. Y lo odió. Y se odió.
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Aullando a la oscuridad
WerewolfEn el camino de la enfermedad y los callejones de la muerte algunas flores se esparcen. Entre las tablas de un ataúd y el silencio imperante de ciento de años, algunos esperan el líquido carmesí para renacer. Ella era un recuerdo, una vida. Él, un...