El sonido de los zapatos chocar contra los adoquines resonaban como un zumbido. Volteaba con cada metro que alcanzaba intentando ver en medio de las sombras la presencia de aquel hombre. Cómo había podido tomar la ventaja, aún no le quedaba claro. Solo mantenía una idea clara en la mente y era huir, no sabía por qué no lo había hecho en ocasiones anteriores, de hecho, no sabía cómo había pasado de sentir miedo y angustia a querer estar dentro de aquellas cuatro paredes. En cambio, al lado de Elio, nada daba tanta seguridad como estar lejos de él.
Fijó la vista una vez más en el camino que dejaba detrás de ella. No estaba siguiéndola por lo que se sintió esperanzada de poder seguir y, si alguien se apiadaba de ella, ocultarse en algún hogar donde no pudiera ser encontrada por él. No obstante aquellos planes se vieron interrumpidos al chocar con alguien. No le dio tiempo a pensar con claridad cuando Elio la sostenía de un brazo y fijaba su mirada en la joven. Notaba el horror corroyendo el cuerpo de la chica, aún más la frustración de no haber logrado escapar.
Isabel intentó soltarse sin lograrlo, se removía ante el sostén del hombre que la veía tan impasible como siempre la había visto desde que se encontraron. Elio la soltó de apoco tratando de evitar una segunda huida por parte de la joven.
—No tienes por qué correr —susurró. Respiró profundo al notar la mirada enterrada en el suelo. Caminó por el callejón apestoso y mal oliente por el que había decidido huir—. No tengo pensado hacerte daño, Isabel, solo necesito tu ayuda —murmuró sin verla—. Una vez que hayas terminado te dejaré libre, después de todo, no tengo ninguna clase de interés en ti. Puedes incluso volver con Gabriel Grasso, era hacia allá a donde querías ir, ¿no es así? —Ella no respondió; se mordía la lengua pensando en lo acertado que era Elio, en lo bien que conocía sus acciones cuando no la conocía—. Pero siento también la necesidad de preguntar, ¿por qué me dejaste libre si tanto querías estar con ellos?
La joven fijó su mirada en el hombre, sorprendida.
—¿Dejarte libre? —Él negó sonreído. Contemplaba las dudas de ella, notaba cómo sus acciones eran medidas por su simple curiosidad; tan innata en los mortales que le parecía detestable. Ella lo había liberado de una prisión de hacía tantos años y no lo sabía. Había roto las cadenas que lo mantenía oprimido detrás de un cajón que había empezado a aceptar—. ¿Qué te hace gracia? —preguntó ofendida.
—Tu completa ignorancia, Isabel, eso me hace gracia —lanzó sonriente—. En el momento en que abriste esa puerta dejaste que respirara el aire del mundo detrás de ella, ese, de dónde vienes tú. Me permitiste volver a la vida.
—Yo... no...
—No intentes negarlo —lanzó—. Tú maldito aroma te delata.
A Elio empezaba a desagradarle aquel callejón y su impenetrable olor nauseabundo, sin embargo, aun en ese lugar, podía ver con claridad el sentimiento de culpa en la joven. Conseguía sentir pena por ella, pues se encontraba en medio de una lucha que llevaba muchos años y muchos muertos. No dudaba que volvería a presentarse tal ocasión y, siendo así, ella estaría en el delgado hilo de la vida y la muerte. Aunque siempre lo había estado.
—¿Solo debo ayudarte? —preguntó la chica sacándolo de sus pensamientos. La contempló por un segundo asintiendo ante sus dudas—. ¿Luego me dejarás ir?
—Ya te lo he dicho, solo quiero encontrar a unas personas.
— ¿Personas como tú? —inquirió.
—Sí.
— ¿Por qué?
—Estás haciendo más preguntas de las debidas. No quieres saber eso, Isabel. —recalcó— No es necesario que lo sepas.
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Aullando a la oscuridad
WerewolfEn el camino de la enfermedad y los callejones de la muerte algunas flores se esparcen. Entre las tablas de un ataúd y el silencio imperante de ciento de años, algunos esperan el líquido carmesí para renacer. Ella era un recuerdo, una vida. Él, un...