Capitulo 24: Una perspectiva diferente (2/2)

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La reflexión de él fue interrumpida cuando Sofía comenzó a levantarse. Lo hacía de manera tranquila y una vez de pie, sin mucho esfuerzo cruzó la barandilla quedando en el borde del edificio. Su mirada se centra hacia abajo.

—¿Estás ahí, verdad? —preguntó sin levantar la cabeza.

«Al fin, te tardaste en llamarme», pensó él emocionado.

Al aparecer, no sabría diferenciar si era que sonreía para actuar como siempre lo había hecho o era que en verdad estaba siendo feliz.

—Claro, aquí estoy —respondió flotando a su lado de ella.

—¿Es cierto lo que dijiste antes?

—Así es —dijo sin perder su animada expresión.

—No... sentiré nada... —susurró Sofía con tristeza.

«Los humanos son tan frágiles..., pero no los culpo. La belleza de la vida está en la muerte»

—Solo será el fin —completó él la frase de Sofía

En ese instante, Sofía tomó aire, cerró los ojos y se inclinó hacia adelante sin dejar de sujetarse.

Él no apartó su mirada de ella, después de todo, siempre llamó su atención el comportamiento de los humanos cuando estaban en esta situación, al borde la muerte. Era algo que no llegaba a entender, solía ser... bastante interesante.

Dos segundos después, la respiración de Sofía se aceleró y se dio vuelta, abrazando con fuerza el frío tubo de metal del cual se sostenía. Luego de descansar un poco, con cuidado, cruzó la barandilla y volvió al sitio que estaba antes. Una vez "segura", pareció como si sus piernas se quedarán sin fuerza y cayó.

Mantenía sus puños apretados mientras miraba el suelo. Seguía exaltada, tardará un poco más en recuperarse. «¿Habrá conseguido lo que quería? Tal vez... deba presionarla un poco. De lo contrario, puede que cuando esté lista, solo se levante y se vaya. Pensar esto... me molesta, pero quiero hablar con ella», se dijo así mismo él, antes de empezar a hablar.

—¿Y bien? ¿Te sirvió? —preguntó sin poder esperar más.

Sofía seguía en la misma posición, incluso parecía que no lo había escuchado.

—¿Estuviste leyendo mi mente? —dijo ella, ignorando las otras preguntas que le hicieron.

—No. —Normalmente sería lo único que respondería, pero no quería ser cortante. Tenía que aprovechar para hablarle—. Si tú no me pides que lo haga, no lo haré. Es lo que acordamos.

—Ya veo... —murmuró cabizbaja y dejó salir un largo suspiro.

De a poco se acomodó y cambió la posición en la que estaba: apoyó la espalda en uno de los barrotes de la barandilla, levantó las rodillas y puso sus brazos sobre estas.

—Sabes... —continuó hablando—, a veces pienso cómo sería la vida de los demás si yo no estuviera —contó en voz baja, casi como si susurra. En su tono se sentía el pesar de esas palabras—. Y por lo general, es casi lo mismo. No creo que a nadie le importe si estoy o no.

Sofía seguía mirando hacia abajo. No parecía que fuese a levantar la cabeza para verlo, aunque esto era irrelevante. «¿Por qué me importa si me mira o no a la hora de hablar? Y más importante: ¿Por qué me importa lo que dice? Es extraño», pensó él, mientras observaba en silencio a Sofía.

—Cuando vengo aquí y veo hacia abajo... las veces que se me cruzó por la cabeza cómo sería si no estuviera... de inmediato las sacaba de mi mente y me daba cuenta de que no era cierto. Mi abuela y mi hermano si notarían mi ausencia, si me extrañaría, sí... se sentirían tristes.

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