Capítulo 4: Tu primer amiga

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El ruido de la alarma la despertó y al instante la apago. Quería darle unos minutos más de sueño a su hermanito. Se levantó tratando de no hacer ruido y fue directo a la cocina para empezar a preparar el desayuno.

«Pava en posición, galletas en la mesa, cubiertos y tazas separados, todo está listo», se dijo así misma, sonriendo con satisfacción.

Luego fue hasta la habitación de su abuela para ver como estaba. El cuarto de Gladis se encontraba al final de un corto pasillo. Al igual que el de Sofía, era bastante pequeño. Tenia una cama de dos plazas que abarcaba gran parte del lugar, dejando solo un camino a un costado para poder moverse. Pegado a las paredes había unas mesitas de noche, alargadas y de madera antigua, donde guardaban la ropa y encima de ellas, se encontraban unos estantes, llenos de diferentes medicamentos que debía de tomar Gladis.

Por más que el cuarto se limpiara todos los días, el olor a fármacos no desaparecía.

«Hmmm, parece que sigue durmiendo, pero... por si acaso», Sofía se acercó con cuidado y puso su mano cerca de la nariz de su abuela para ver si estaba respirando. «¡Bien! Todo en orden», una sensación de alivio recorrió su cuerpo al sentir una leve brisa proviniendo de ella. Es algo que tenía que afrontar cada mañana. Sin perder más tiempo, fue hasta su cuarto para despertar a su hermano.

—¡Arriba, dormilón! —Prendió las luces y se tiró encima de él para molestarlo.

—¡Fueraaa! —Molesto, Faustino intentó darle unos golpes con la almohada, los cuales eran inútiles, ella estaba encima y no podía moverse bien—. Quiero dormir un poco más.

—Ya casi son las 7, tienes que prepararte. —Se levantó satisfecha por haber cumplido su propósito—. Voy a ir al baño, cuando salga te quiero arriba y listo. —Salió de la habitación mientras su hermano se estiraba, era la señal de que ya no iba a seguir durmiendo.

Sofía fue hasta el baño, se cepilló los dientes, lavó su cara y antes de salir, se sentó en el inodoro para atender los llamados de la naturaleza.

«¡Un momento! Él me está viendo, ¿verdad?», miró a su alrededor al mismo tiempo que estiró su remera hacia abajo para taparse lo más posible. «¿Estás ahí? "Ángel", responde».

—Sí, estoy aquí. Buen día, por cierto. ¿Qué es...?

«¡Sal de aquí!», ella trató de ahuyentarlo con su mano libre. «¡Eres un pervertido!».

—Tú me llamaste. Además, no puedo irme.

«Quería estar segura de que estabas ahí, ¿no puedes dejarme sola por unos segundos?».

—No, lo siento.

«¿Acaso eres ese tipo de pervertido que le gusta ver a las chicas haciendo sus necesidades?».

—No estoy aquí porque quiera verte, es parte de mi trabajo.

«¿Qué ganas espiándome mientras estoy en el baño?»

—No te estoy espiando, pero ya te dije, no puedo alejarme.

«¡Fuera! ¡No puedo hacer nada si estás aquí al frente mío!», pensó Sofía mientras fruncía el ceño.

—Ya, ya —respondió él, tratando de calmarla—. Me desaparezco, no sé para qué me llamas si vas a echarme.

«¡Fuera!», repitió.

Al instante el "ángel" desapareció.

«Piensa en otra cosa, concéntrate, imagina que estás sola... No hay nadie más en el mundo. Es tu momento de paz y tranquilidad, solo tienes que dejar que suceda, es tan natural como respirar... Es lo que haces cada mañana, concéntrate, no te distraigas», mantenía los ojos cerrados para intentar relajarse, pero no lo lograba.

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