Preludio 1: Seba

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[Advertencia: La siguiente es una historia de ficción, creada con el único fin de entretener. Los personajes y lugares en ella descriptos son ficticios. Contiene escenas violentas y delicadas.]


Un amanecer como ningún otro

El cercano chirrido de un auto al frenar bruscamente llegó a oídos de un semidormido Sebastián, quien abrió los ojos y decidió levantarse de una vez por todas. Miró el reloj pulsera sobre su mesa de luz y las 6:06 hs. de aquel 19 de Marzo de 2014 le indicaron que llevaba acostado poco más de un día entero. Los exámenes lo habían obligado a dormir no más de cuatro horas por día durante una semana, por lo que su extenso descanso era merecido y más que necesario. Bajó los pies de la cama y, tras algunos segundos de vuelta a la realidad, se levantó, se dirigió al baño, se aseó y regresó al dormitorio para cambiarse. Pasó al lado de su teléfono celular y agradeció (hecho que odiaría minutos más tarde) haberlo puesto en modo silencio. Las primeras luces del alba se filtraban por la persiana y pensó que tal vez podría dormir un poco más... pero no. Tomó valor y se colocó las zapatillas, acto que realizaba para auto-prohibirse volver a la cama. Finalmente tomó el celular, y esa fue la última acción de su vida tal como la conocía.

Veintitrés llamadas perdidas, treinta y cinco mensajes de texto no leídos y aún más whatsapps le helaron la sangre. Nada bueno requería tanto apuro en ser comunicado. Sus sentidos todavía adormecidos no permitían que leyera con claridad, sin embargo, palabras como "cuidado" "mierda" "fin" "muertos" y "desastre" se clavaron en su cerebro como agujas, obligándolo a despertar de lo que hubiese soñado fuera una pesadilla. Pero fue un mensaje en concreto el que le explicó lo que sucedía con claridad. "A la Escuela Nacional ya", decía.

—¡No me jodas! —exclamó Sebastián con un terror nunca antes experimentado. Quería convencerse de que era una de las tantas bromas de Mani o Chelo, pero la cantidad de remitentes le indicaba que no era así.

Entre lo recibido encontró un video de poco más de un minuto, tomado desde lo que parecía una cámara de seguridad en una esquina. Un hombre mordía a otro en el cuello y lo dejaba desangrándose. La filmación estaba acelerada y mostraba que horas después, el herido, presumiblemente muerto, se levantaba y comenzaba a caminar de forma extraña hasta salir de foco.

—¡La puta madre! No... No puede ser...

Seba abrió la puerta de su pieza y se dirigió a la ventana de la cocina/living. Con manos temblorosas y moviéndose sin atención a lo que hacía abrió las cortinas. La luz inundó el departamento y eso lo reconfortó un poco, pero no se animó a salir al balcón. Se sentó en el sillón y trató de analizar las opciones con toda la frialdad que le era posible, mientras el corazón intentaba escapar de su pecho.

¿Qué haría? ¿Quedarse encerrado en su departamento y sobrevivir tanto como pudiera, tal vez un mes, cincuenta días, o incluso más? ¿Salir de inmediato a buscar provisiones antes de que la situación empeorara? ¿Volver a San Jorge o quedarse en Rosario? ¿Recordarían sus amigos el "plan" o aquello sólo había quedado en una conversación jocosa más producto de la influencia de la cerveza? No conocía la respuesta acertada y no sabía si la había.

De repente, una frase iluminó su mente: "el movimiento es vida". Era una apuesta de alto riesgo, pero en esa partida no había manos buenas que esperar. Después de todo nadie vendría a buscarlo, al menos nadie vivo...

Luz, internet, señal, los servicios ya no estaban disponibles. Decidió preparar una mochila con cosas que creía podía llegar a necesitar: algo de comida, una botella de agua, linterna, cinta adhesiva, tijeras, un mínimo de ropa, fósforos, cables, algunos medicamentos. Tomó un cuchillo común y la llave de su auto, se armó de valor y se dirigió hacia la puerta. Previa observación por la mirilla, abrió con cautela e inspeccionó el palier. Nadie. Una inquietante tranquilidad. Oyó un llanto débil pisos arriba, y de inmediato trató de acallarlo en su mente. "No podés arriesgarte. Posiblemente no te salves ni vos", se convenció. La puerta de enfrente estaba arrimada, no cerrada: tal vez Elda había salido asustada. ¿Cómo era posible no haber escuchado nada de todo lo sucedido? Tenía el sueño pesado, pero esto ya era extremo. Nunca se lo perdonaría, mas no era tiempo de pensar en ello, ahora tenía que adquirir cosas útiles para su viaje.

Z7: Hermandad y MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora