Capítulo II: Expediciones (2da. parte)

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Transcurrieron un par de días desde la última vez que habían salido de la escuela. La lluvia les había dado un pretexto para quedarse dentro, reforzar las contenciones y repensar lo sucedido en su última expedición. Ahora sabían que había gente peligrosa caminando las mismas calles que ellos, dato que, consciente o inconscientemente, también los retenía en el colegio. La llegada de Mariano alegraba tanto como preocupaba la ausencia de Mati. Seba aún lamentaba no haber ido por él, pero luego de tantas horas dormido había imaginado que sería el último en llegar, que su amigo en Rosario había encontrado la forma de volver sano y salvo, o al menos esa fue su esperanza en aquel momento. Ya no se podía hacer nada más que esperar.

Por otro lado, Teresa, quien años atrás había realizado un curso de enfermería, atendía las heridas de Agustina. La pequeña, si bien había despertado y presentaba una leve mejoría, aún se encontraba muy dolorida y provocaba preocupación en el grupo. Los calmantes la mantenían dormida por muchas horas y tenía un poco de fiebre, pero era lo mejor que podían hacer con los recursos que tenían. Recursos. Las pocas provisiones que cada uno había traído se iban acabando y el hambre comenzaba aparecer. Era hora de tomar una decisión.

La mañana del tercer día después de la incursión a La Muralla se presentaba despejada. La lluvia había cesado, pero el sol aún no levantaba mucho la temperatura, por lo que las condiciones eran agradables. El grupo había decidido que trabajaría en las defensas exteriores hasta el mediodía, ya que era lo único que no habían podido reforzar en esas dos jornadas, y luego saldrían en búsqueda de provisiones. Facu, Seba y Alfredo hacían un recuento de municiones, comida y objetos útiles mientras Seo, Chelo y Mariano mejoraban el portón exterior, desde el lado de adentro. Ocasionalmente liquidaban por encima de la construcción a algunos zombies que se acercaban, cada vez en mayor número, atraídos por el ruido de los martillazos.

—¡Viene un auto! —dio aviso Eze, que se encontraba observando con sus binoculares desde la oficina del director. De inmediato todos ingresaron y se colocaron en los puestos de vigilancia, expectantes. Si los estaban buscando, las barreras que habían ingeniado, por útiles que fuesen contra los muertos, resultarían indudablemente delatoras para los vivos.

Cincuenta metros antes de llegar a la esquina, el auto negro se detuvo y comenzó a tocar bocina. En la escuela todos miraban confundidos, y los zombies que se habían acumulado frente al portón ahora se dirigían hacia el vehículo.

—Los están... ¿atrayendo? —expresó Chelo, poniendo en palabras el desconcierto general.

—Quieren entrar —respondió Seo—. Prepárense, esto tiene mala pinta.

En ese instante dos jóvenes bajaron del auto blandiendo sables y comenzaron a diezmar a las criaturas. Sus movimientos eran fluidos, feroces, era una danza de espadas cuya coreografía parecía preparada por expertos samuráis. Chelo apretó la empuñadura de su katana; a comparación de lo que estaba viendo, su estilo era bastante rudimentario. En minuto y medio la batalla había terminado.

—Para la estocada —comenzó el desconocido—, acompañá a tus brazos con el peso de tu cuerpo, dando un paso hacia adelante. Eso le va a dar más fuerza, Matías.

—¡¿Matías?! —Eze sacó los binoculares otra vez—. ¡Es Mati!

—¿Posta? —quiso saber Chelo.

—Tranquilos, muchachos, suelten las armas... —dijo Mariano bajando su ballesta y mostrando una sonrisa— ...llegó el colgado del grupo.

Seba respiró aliviado, era algo menos por lo que sentirse culpable, y fue él mismo el primero en salir a recibir a su amigo quien, a pesar de intentar ocultarlo, se encontraba muy conmovido. Y no era para menos. El G7 se volvía a reunir después de mucho tiempo y nada más ni nada menos que en el fin del mundo. El estúpido e imposible Plan se había materializado, ahora era razonable y seguro. Lo habían ideado en una noche de alcohol y bromas, pero increíblemente allí estaban todos. Incluso habían arrastrado a otras personas a su locura, sólo para darse cuenta que nunca habían pensado en algo tan cuerdo.

Z7: Hermandad y MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora