Capítulo IV: Reencuentro inesperado

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Por Chelo

Una habitación cómoda, tres comidas diarias y abundante líquido. Escasez de armas, pero las suficientes para una defensa exitosa. Cambio de guardia cada 4 horas. Si bien no estaba con sus amigos, Matías se encontraba a salvo.

Era un grupo de trece personas. El profeta, dos almas sagradas, siete almas puras y tres en proceso de purificación.

Gabriel era el profeta por excelencia, el ángel que había sobrevivido al apocalipsis para crear una nueva era y una nueva religión en la que sólo los que siguieran su mandato serían capaces de ver el nuevo mundo. Un mundo donde los impuros ya no existiesen.

"Esto no es un apocalipsis, hermanos. El mundo no se acaba ahora. ¡Esto es la maldición! ¡Mi maldición! Los impuros han sido privados de sus almas como consecuencia de sus pecados. Ahora son sólo polvo. Seres incapaces de pensar. Esto no es una enfermedad ni nada parecido. Es un castigo divino que he decidido aplicar para acabar con la maldad y crear un mundo justo, equilibrado. Con una única religión. Donde los pocos que sobrevivan recuerden este castigo. Y así entenderán el valor de la vida. Aquel que no me siga tarde o temprano caerá en la desesperación y su alma se disipará para siempre."

Su vestimenta, un Dobok blanco con zonas negras en el cuello y en el borde de las chaquetas. Un cinturón negro con las puntas doradas. En el pecho tenía el símbolo de la secta. Dentro del templo no usaba calzado y las pocas veces que salía se ponía unas sandalias marrones con una gruesa suela que, a la vista, parecían cómodas. Altura promedio, pelo corto, castaño. Sus ojos verdes ofrecían una mirada esperanzadora. Un físico de deportista profesional.

Kevin, una de las almas sagradas, era la mano derecha del profeta. Todos lo respetaban por su peculiar forma de tratar a las personas. Si bien era repetitivo y bastante inmaduro, tenía códigos y daba todo por sus compañeros. Su vestimenta era totalmente blanca, símbolo de luz y pureza. Morocho con cara inocente. Escuálido por donde se lo mirase.

Francisco supervisaba a las almas puras. Si bien era el tercero al mando, se encargaba de mantener el orden, que todos alabasen al profeta sin objeciones. Hacía el trabajo sucio, por lo que su personalidad era áspera y detestable. Nada que resaltar en su aspecto físico, sólo su peinado: un corte al ras que le hacía resaltar los cachetes.

Los integrantes nuevos debían pasar 3 días encerrados escuchando las palabras santas del Salvador Gabriel, a lo que le seguía una prueba final para ser parte de las almas puras.

Restaban apenas horas para finalizar la purificación y poder así convertirse en nuevos miembros. A Matías, Jazmín y Caín les costaba creer tanta locura. Todos parecían hipnotizados, zombies con un atisbo de inteligencia. Las siete almas puras iban de un lado al otro rezando, elevando sus manos hacia el cielo. "Nuestro salvador Gabriel y sus ángeles, gracias por limpiarnos de pecados" recitaban. "¡Oh! Oh, Santísimo Señor, es usted quien nos ha guiado hasta aquí, ¡le debemos nuestra alma, nuestro ser entero!" La locura se personificaba en cada uno de ellos, hasta parecía palpable.

La vida en el templo se regía por los siguientes MANDAMIENTOS:

-No desobedecer al ángel.

-Todo aquel que conozca la existencia del profeta deberá ser sometido a la purificación.

-Aniquilar a los impuros.

-No matar a los puros ni a personas que puedan ser purificadas.

-Aceptar ser un sacrificio para salvar al profeta y almas sagradas.

-Asistir y participar en las reuniones.

Z7: Hermandad y MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora