Preludio 6: Chelo

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"Aunque en virtudes abunde

Y se juzgue inobjetable,

Cuando el humano se hunde

Siempre busca un responsable"


Memoria de Siglos - Hermética


El reproductor quedó encendido, como casi siempre. Y al despertarme, uno de mis temas favoritos, "Nightmare", Peace of mind is less than never!... lo último en escuchar...

Me desperté a las 3 de la tarde (como no suele suceder) y fui al almacén a comprar fiambre y un par de chocolates. Todo cerrado... Algo raro había, ¿o era muy temprano? Seguí buscando, cada vez más cerca del centro, cada vez más personas amontonadas. ¿Me seguían? Paré a preguntar si había alguna protesta, algún accidente. Tres minutos aproximadamente fueron los que tardé en llegar desde el mercadito Yuyerías, en la otra punta de la ciudad, hasta mi casa, después de escuchar "la respuesta".

¿Zombies? ¡No podía ser! Tenía que haber alguna explicación. ¿Estaba soñando? ¿Me había vuelto loco? Ni siquiera tuve tiempo para pensar. Escuché golpes en la puerta. Ellos querían entrar. Lo único que pensé en ese efímero momento fue: "tengo que defenderme sea o no un sueño, esté o no loco".

¡Eran bestias comiendo todo a su alrededor! La casa era débil, no tenía mucho tiempo. Así que agarré la mochila, puse algo de alimento, agua, una achuela que estaba en el cajón de herramientas, linterna, el arma de mi papá... ¿Mi papá? ¿Mi hermana? ¿Dónde estaban todos? ¿Mis amigos? ¡Sí! ¡Mis amigos! La Escuela Nacional, tenía que llegar lo más pronto posible. Pero, ¿cómo? La casa estaba rodeada.

Después de buscar todo lo que creía necesario, escuché una voz...

—Amigo, amigo, ¿estás? —Era uno de mis vecinos—. Algo raro está pasando, vení a ayud...

Un momento de calma. Ya no se escuchaban gruñidos, no se escuchaban las ventanas rechinar ni golpes ininterrumpidos en la puerta. Sólo se oían mandíbulas destrozando carne.

Se había creado una abertura, algunos segundos para huir. Salí, encendí la moto, y al arrancar oí a mi vecina Anto gritando "Feoooo, llevame". ¿Iba a arriesgarme por mi vecina? Obvio que no, pero vino corriendo hacia mí, buscando salvarse. Tuve que frenar, todavía no sé por qué lo hice. Quizás algo de solidaridad invadió mi ser en ese momento.

Cuatro cuadras fueron las que recorrimos antes de que un zombie arañase el brazo izquierdo de Anto. Enseguida pensé: "¿se convertirá? ¿Será como en las películas?" Eran todas preguntas sin respuesta. No quedaba otra opción más que frenar, ya que una horda de enfermos se aproximaba por ambos lados. Saqué el arma de mi viejo y ahí nomás intenté dispararle a uno en la cabeza. Pero nada sucedió... ¡No funcionaba! Salí corriendo mientras buscaba la achuela, era menos efectiva que el arma, pero por lo menos sabía usarla. Aunque Anto no tenía con qué defenderse. Sólo podíamos subir a algún techo y esperar a que se fueran. Fue lo que hicimos. Esperamos un par de horas. Pero al intentar bajar, Anto parecía descompuesta. No le respondían las piernas y los dolores que tenía parecían desgarrar su alma.

El atardecer ya se despedía y nosotros continuábamos ahí, desorientados y llenos de miedo. Decidí que era hora de retomar el viaje hacia la escuela de una vez por todas. Como pude subí a Anto a la moto y seguimos. Cada vez que los monstruos se acercaban, yo les daba un golpe con la achuela en la cabeza. Pero debía manejar, sostener a Anto y defender. Todo solo. Hasta que no aguanté más. Me convencí de que ella estaba infectada y la solté. Sin culpa y sin mirar atrás, aceleré y me dirigí a otra pesadilla. Sí, al Barrio Oscuro, un sector de la ciudad que ya estaba perdido mucho antes de la llegada de los zombies. Allí había un arma que consideraba que podía ser de mucha utilidad, por lo que decidí emprender su búsqueda antes de ir a la escuela. Total, estaba solo, no debía preocuparme por nadie.

Al llegar ahí, ya cansado y con hambre, nuevos desafíos me esperaban. Entré a la casa de More (una "amiga"), pues ahí había dos katanas. Filosas, peso ideal, brillantes. Ingresé sin muchos recaudos, fui al primer piso y tomé una. Pero al intentar salir me encontré con tres zombies que subían por la escalera, cortándome el paso. Sin dudarlo sacudí la espada hacia el cuello de uno, pensando en arrancarle la cabeza. Pero eso no sucedió, sólo provoqué un corte, no pude derribarlo. Las palabras de Crixus invadieron mi mente ese momento, haciéndome sonreír: en efecto, no era tarea fácil cortar una cabeza. Todo lo que pude hacer fue correr.

Ya considerándome a salvo, busqué un zombie solitario para practicar. Una vez, dos veces, tres, cuatro... y así. Hasta que al fin pude lograrlo. La cabeza se desprendió y cayó al mismo instante que el resto del cuerpo. Contento por mi hazaña, fui en busca de más "diversión", pero la oscuridad de la noche fue suficiente para sacar esa loca idea de mi mente.

Ya sobre la moto, y más cuerdo, con la mente más clara (por lo menos eso pensaba), no quedaba otra cosa por hacer. Sólo llegar a la escuela y esperar encontrar a los chicos.

Las cuadras parecían cada vez más largas, no llegaba más. Hasta que al fin divisé la Escuela Nacional. Nunca había estado tan contento de verla. Intenté entrar, pero el portón estaba cerrado. Grité como nunca (o como siempre, tendría que decir).

—¡Chicos! ¡¿Están?! ¡Soy Chelo!

—¡Bombón! ¿Sos vos?

—Sí —le respondí—, dejá de boludear y abrime.

—¿Otra vez? —contestó Seo, en tono de broma.

Una vez adentro aseguré y prometí a los chicos no abandonarlos como lo había hecho con Anto. Sonriendo, me respondieron: "Chelo, ¿alguna vez cumpliste alguna promesa?"

Z7: Hermandad y MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora