8.

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Por fin, la batalla había terminado. El imperio de Muzan y sus demonios había caído luego de tantos años de sufrimiento, la paz había vuelto. Muchas vidas se perdieron en esa guerra, junto con los heridos y los pocos sobrevivientes. A lo lejos, dos personas yacían abrazadas, esperando el final. Habían peleado hasta el final, dando todo de sí mismos para acabar con el dolor.

Tomioka sujetaba a Sanemi con su brazo sano, acariciando su cabello blanco como la nieve en el proceso. Su brazo faltante, aunque con un torniquete, no dejaba de sangrar, eso sin contar sus otras heridas que lo estaban matando de a poco. Sanemi también estaba malherido, tenía una herida profunda y abierta en su abdomen; si se movía siquiera un poco, sus órganos internos saldrían de dentro de su cuerpo.

Tomioka había colocado suavemente su haori roto sobre el cuerpo de Sanemi para que el albino no viera su condición.

—Ah... el viento sopla muy fuerte —una voz tenue y apagada se hizo presente en el largo silencio. Era Sanemi, el cual hablaba con la poca fuerza que le quedaba.

—Shh... Conserva tus fuerzas. —Respondió la segunda voz, una más profunda y suave que la anterior.

—Oye, Tomioka... —Sanemi trató de modular. —¿Ganamos? —preguntó sin fuerzas.

—Sí, ganamos. —Tomioka respondió, sosteniendo con la fuerza que le quedaba el cuerpo casi inerte de su amado. —Muzan murió.

—Qué alivio... —respondió con un largo suspiro el albino —, el cuerpo no me duele en lo absoluto, parece que moriré pronto. —Contestó débilmente.

—Yo también moriré pronto, así que no estarás solo, Shinazugawa.

—Tomioka —, Sanemi susurró, su voz débil y agrietada —...yo no quiero que mueras. Porque yo... no fuí muy útil, ¿verdad? —sollozos suprimidos por su orgullo se hacían presentes. —Mierda, lo siento tanto...

—No digas eso —Tomioka interrumpió al albino—. Porfavor, te lo suplico, no digas algo como eso —Sanemi simplemente se limitaba a escuchar.

El mayor se aferró al uniforme prácticamente hecho pedazos de Tomioka, no quería separarse de él por nada del mundo. Tomioka seguía acariciando su cabello suavemente, como cuando ambos se sentaban en el jardín y charlaban horas y horas sin parar.

—Hey, Shinazugawa... ¿Tú recuerdas el día que nos conocimos? —Sanemi levantó un poco la mirada. Tomioka quería distraerlo un poco.

—Oh, fue... —se detuvo un momento para recordar aquel momento tan especial para ambos. —Cuando te chocaste conmigo y luego me invitaste a comer como disculpa. Si tu no me hubieras agarrado, me habría golpeado. Tú me salvaste.

—No, de hecho, fue al revés. —Sanemi abrió sus ojos sorprendido, apoyando su cabeza contra su pecho para sentir los lentos latidos del corazón de Tomioka.

—Recuerdo que, cuando nos conocimos, eras un chico con un carácter muy fuerte y aún así, eras tan tierno y dulce. —Recuerdos de un pequeño y joven Sanemi de apenas 17 años comiendo ohagis con una sonrisa dulce se apoderaron de la mente de Tomioka. —Yo me estaba ahogando cuando te conocí, y a partir de ese momento, lo único que quise fue estar a tu lado y protegerte... Por eso, yo fuí salvado. Tú me salvaste de ahogarme... —concluyó finalmente.

Sanemi no podía creer lo que oía. Tomioka nunca le había dicho sobre aquello, ¿por qué ahora que estaban por morir decidía contarle todo lo que tenía guardado en su corazón? Era tan malditamente injusto.

Tomioka continuó —, porque detrás de toda esa fachada de niño malo, eras tan alegre y tan divertido a cada momento. Tu pequeña risa como un claro y hermoso sonido para mis oídos. —Pronunciaba con nostalgia.

• ᴍɪɴɪ ʜɪꜱᴛᴏʀɪᴀꜱ • // [ɢɪʏᴜᴜꜱᴀɴᴇ/ɢɪʏᴜꜱᴀɴᴇ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora