¡Palinuro!, ¿qué dios te arrebató de nuestro lado y te hundió bajo el ancho haz del mar? Di, contéstame.
Eneida, de Virgilio.
Echaba terriblemente de menos a mi viejo timonel, le echaba de menos incluso mientras su cuerpo yacía todavía en la garita.
El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad.
—Chief, permanece en el timón.
Apocalypse Now, película de Francis Ford Coppola.
Los días previos a nuestra partida los pasé descansando en mi habitación en Nuevo Chile. Nos dieron tiempo libre para que arregláramos nuestras cosas y pusiéramos orden en nuestra vida antes de que José María Mancebo, el imbécil Juan Argento, Alicia Adelaida Fernández y yo zarpásemos en esa extraña nave con forma de gusano.
Ben y César no viajarían con nosotros. Ellos eran suplentes y ya habían partido hacia Neptuno. Se habían adelantado en una nave convencional interplanetaria que nos esperaría en órbita sobre el agujero cósmico. Allí nos proporcionarian repuestos, consumibles y cualquier asistencia que fuera necesaria justo antes de lanzarnos hacia el terrorífico abismo. Por desgracia, el de Neptuno era un sistema sin civilizar y allí no había una base para ayudarnos en los detalles de última hora. El único apoyo sería la nave de César y Ben. Al menos, ellos me animarían en los momentos previos al lanzamiento.
Quedé algún día con Alicia —a quien cada vez apreciaba más— para tomarnos algo y charlar. El resto del tiempo permanecía en mi habitación. Quería estar sola, ordenar mis ideas y dejarlo todo preparado para la partida. Les envié un holovídeo a mis padres intentando mostrarme optimista, pero no me salió muy bien y supongo que se me notaba que estaba nerviosa.
Esos días medité mucho a solas sobre lo que había sido mi vida y, aunque me sentía satisfecha por las muchas aventuras que había vivido, algo no encajaba. Era capitana y propietaria de mi propia nave. ¿Qué más podía pedir? ¿Qué más podía soñar? Por supuesto, había algo, y ese algo era el imbécil. La palpable percepción de fracaso que me producía pensar en él me hacía sentir que mi vida, de alguna manera, había sido malgastada.
Sin embargo, parecía que el mundo estaba empeñado en no dejarme tranquila. Una chica vino a visitarme a mi cabina. Apenas tuve tiempo de secar mis ojos cuando ya estaba dentro de la habitación. Era ella: mulata, ojos negros, una preciosidad con la piel del color de la canela:
—Quería verte —me dijo muy seria—. ¿Me permites pasar?
—¿Quién eres tú? Espera, yo te conozco. Tú eres «la otra».
—Sí, Rebeca Vargas, yo soy Carmen Salazar.
—¿Cómo te atreves a venir aquí cuando tanto daño me has hecho? —Sus palabras incendiaban mi corazón. Me sentía indignada. No sabía muy bien qué hacer. Quizá podía matarla allí mismo. Por un momento me esforcé en mostrarme respetuosa.
—Él te ha hecho daño a ti... y también a mí. Somos dos mujeres desgraciadas que, por un azar del destino, han querido querer al mismo hombre. Las dos amamos al mismo nauta, y nadie tiene la culpa de eso; nadie, nadie salvo él.
—Pero si es un imbécil que tiene un amor en cada puerto espacial...
—No sé por qué mantienes esa pose, ni a quién pretendes engañar con esas palabras. Me da la sensación que es a ti misma. Tú me dices eso y me parece muy bien, pero tus ojos aún enrojecidos por las lágrimas no mienten, y no pueden esconder la verdad. Has estado llorando por él, Rebeca, porque estás tan enamorada como yo y, de alguna manera, has conseguido convencerle para que te acompañe en ese viaje suicida...
—No sé qué decirte. —Me crucé de brazos.
—Déjame explicártelo claramente, Rebeca Vargas. Si se queda contigo sólo conseguirá tener una muerte prematura. Tengo el presentimiento de que el timonel de la nave, el navegante, no llegará vivo a su destino. Temo por él, temo por su vida.
No respondí. Pensé que esta chica había visto demasiadas holopelículas.
—En cambio, si se queda conmigo aquí, en Titán, tendrá un amor sincero, alguien que cuidará de él, la posibilidad de tener hijos y de disfrutar de una larga y plácida vida con una familia que le amará. Esa estabilidad es algo que tú no puedes ni podrás nunca ofrecerle.
—Él es un nauta y no es de ese tipo de persona que se asienta en un sitio.
—Reconoce que nunca podrías hacerle feliz. Tú lo sabes y yo lo sé. Él no debe montar en esa nave para aventurarse en esa maldita expedición suicida. Morirá si lo hace. Si de verdad le quieres, ayúdame a salvar su vida. No lo hagas por mí ni por ti, sino por el amor que le tienes.
—El imbécil no vale nada. Ese nauta es un canalla sin moral y, es verdad, yo quizás le amo... un poco.
—Si es así, Rebeca Vargas, si de verdad le quieres, te pido por favor que le salves. Te suplico que no realice ese viaje. Y no lo hagas por mí, hazlo por él, por el hombre que amas.
Me quedé pensativa. Me invadió una profunda admiración por esa mujer, por su coraje, por su valentía. Se lo merecía, sin duda:
—Cuenta con ello —dije.
Carmen me fascinó, debo confesarlo. Carmen, Carmen llegaba en mi auxilio. Lejos de atormentarme, ella me confortaba en ese momento, para mí tan difícil; me hacía sentirme fuerte, me guiaba. Charlamos durante un largo tiempo, hasta bien entrada la noche. Teníamos mucho de qué hablar, pues las dos amábamos al mismo hombre. Comentamos entre risas la falta de inteligencia del imbécil, sus excusas descabelladas, sus mentiras absurdas, sus cambios de idea repentinos. Esas cosas.
Ahora sabía cómo enfrentarme a la situación. Iba a hacerla caso. Ella tenía razón: Juan no partiría hacia el abismo. Primero, porque le amaba demasiado y no soportaría que pudiera ocurrirle algo. Esa buena mujer se encargaría de él y le proporcionaría la felicidad que Rebeca Vargas no había sido capaz de darle. Segundo, porque no le soportaba y un viaje con él sería un auténtico infierno; además, la capitana Vargas no estaría centrada y podría cometer algún error fatal, crucial para el éxito de la misión. Tercero, porque él no lo merecía. Si salía bien, la fama debería ser para otros, como César, el primer suplente.
Y sé que parecía absurdo compartir con Carmen la idea irracional de que el timonel —como ella lo llamaba— no sobreviviría a la expedición. Pero mi intuición sobre este tema también era poderosa. Había algo dentro de mí que me sugería con vehemencia que ella estaba en lo cierto. Pensemos que no todas las verdades están escritas en los libros de ciencia.
Estaba decidido.
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El quásar (FINALIZADO)
Science FictionEn esta nueva aventura, la cuarta, Rebeca visita un extraño y misterioso quásar. Mi nombre es Rebeca Vargas y nací en Ceres, un planeta enano del sistema solar. Para vosotros el sistema solar no significa nada, es una mera palabra de pronunciación...