La Nellie, una pequeña yola de crucero, se inclinó hacia su ancla sin el menor flamear de las velas, y quedó inmóvil. La marea había subido, el viento estaba casi en calma y, puesto que se dirigía río abajo, lo único que la embarcación podía hacer era largar el ancla y esperar a que bajara la marea.
El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad.
La Nellie, mecida por su rotación perezosa, esperaba paciente a que se abriese la ventana de lanzamiento. Solo entonces la tripulación realizaría la ignición de los primitivos motores químicos para llegar a su destino. Podían pasar varios días hasta que llegara el momento, pues en estas naves rudimentarias había que saber muy bien cuándo partir, ya que nunca iban sobrados de propelente.
Acababa de desacoplarse la cápsula que había repuesto los consumibles. Los depósitos de hidrocarburos y de oxígeno líquido estaban repletos, las baterías de acumuladores recargadas, los víveres y el agua repuestos. Los diagnósticos de los sistemas anunciaban que la nave estaba preparada para alcanzar la velocidad necesaria. Solo quedaba esperar al momento adecuado para partir hacia su destino.
La Nellie era una «Nave de la Guardia» y su misión no era otra que relevar a la que ahora hacía guardia en el agujero cósmico. Lo importante es que siempre hubiera alguien allí, custodiando la entrada del portal cósmico.
En la órbita baja de Tarsis, se podían observar otras naves sesteando cerca de la Nellie, asimismo aguardando al momento adecuado para zarpar a otros destinos. Eran también navíos mucho más rudimentarios que los de los nautas del sistema solar, pero no por eso menos majestuosos.
Sin prisa, la Nellie permanecía en órbita de aparcamiento sobre Tarsis: un mundo terrestre oscuro y sombrío —apenas distinguible sobre el negro espacio— salpicado de destellos de diamante que fulguraban como chispas de electricidad, tan brillantes que rivalizaban con las estrellas del firmamento.
Cuando ocurrió, la nave estaba bajo mi mando. Yo me hallaba en el puente, charlando con los dos insectos que formaban toda mi tripulación. Fue entonces que una señal de radio nos sorprendió. Era un mensaje enviado por los que estaban nave de guardia, algo insospechado, la verdad. Después de tantos años de silencio, ¿quién podía esperar que ocurriera algo así?:
Una nave acaba de cruzar el portal cósmico. Parece tecnología humana. Ha llegado en pésimas condiciones y sus tripulantes se encuentran malheridos. Uno de ellos ha preguntado por Rebeca. Dice llamarse Juan Argento.
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El quásar (FINALIZADO)
Science FictionEn esta nueva aventura, la cuarta, Rebeca visita un extraño y misterioso quásar. Mi nombre es Rebeca Vargas y nací en Ceres, un planeta enano del sistema solar. Para vosotros el sistema solar no significa nada, es una mera palabra de pronunciación...