La guardia

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¡Tú, quienquiera que seas, que armado te encaminas a mi río, ea, dime a qué vienes desde el sitio en que estás, detén el paso! Es ésta la morada de las sombras, del sueño y la adormecedora noche.

Eneida, de Virgilio.

La misteriosa nave había quedado estacionada a escasos doscientos metros frente a la nuestra y, a pesar de su apariencia bulbosa y orgánica, a todas luces era artificial. Sin embargo, con toda seguridad no era algo construido o siquiera ideado en el sistema solar. Percibíamos señales electromagnéticas, pero ningún mensaje destinado a nosotros. Era muy voluminosa e intrigante. Calculé que superaba en eslora unas diez veces a la Nueva Stella Maris. Se adivinaban módulos de formas redondeadas, contornos curvados, como si de un gran organismo se tratara; los más grandes eran con seguridad depósitos de propelente. En la proa, algunos segmentos claramente eran zonas presurizadas para la tripulación y el pasaje; a popa, los grandes depósitos terminaban en enormes toberas, habría dicho que de motores químicos.

Aun así, tenía una apariencia rarísima. Combinaba a partes iguales oscuridad y brillo. A la luz del azulado quásar, apenas era posible distinguirla en la negrura del espacio, casi sin luz y, a la vez —es contradictorio, lo sé— nos deslumbraban sus numerosos destellos brillantes. ¿Con qué sorprendente material había sido construida? Con toda seguridad, no era acero, ni hierro o titanio, ni ningún otro metal conocido; tampoco kevlar ni mylar.

Mantuvimos una calma tensa mientras la estudiábamos, permanecimos alerta y a la espera, pues la extraña nave guardaba silencio, como queriendo hacerse de rogar. ¿Serían hostiles sus intenciones? ¿Iba a saldarse nuestro primer encuentro con otras civilizaciones de forma violenta? Pensé que era improbable, ya habrían atacado a nuestra pacífica sonda de haber sido así.

—Gerardo —ordené—, envía mensaje de radio: «Llegamos en paz. Somos exploradores».

Hum, es dudoso que entiendan nada. Ellos deben ser muy distintos de nosotros. De hecho, su tecnología...

Hasta Gerardo se interrumpió cuando un mensaje inundó el puente de la Nueva Stella Maris.

Somos la Guardia del Corazón de las Tinieblas. Bienvenidos.

Aunque audible, el sonido parecía distorsionado y poco natural, con una especie de siseo metálico —un ruido en cierto modo similar al de las serpientes, pero mucho más grave—, en el que se alargaban los sonidos 's', hasta el punto de sonar 'sh'. No era la voz de un ser humano, desde luego. Quedamos mirándonos los unos a los otros con perplejidad. Enseguida interrogué a nuestra inteligencia artificial:

—Gerardo, ¿cómo has conseguido traducir el mensaje recibido?

Capitana Vargas, no he traducido nada. La señal de radio ha llegado codificada con un algoritmo sencillo y enseguida he comprendido que estaba hablado en hispano.

¿Por qué estos seres hablaban nuestro idioma? La respuesta era obvia: Aguirre. O él los había enseñado o, quizás, él mismo o alguno de su tripulación, un superviviente, estaba en aquella nave y su voz llegaba distorsionada por algún motivo. Era posible que nuestra expedición encontrara a Aguirre antes de lo esperado. De hecho, era él quien podía habernos encontrado a nosotros. Si fuera así, sería cuestión de recogerlo con su gente y volver cuanto antes al hogar. ¡Cuántas explicaciones tendría que dar ese truhán en el sistema solar!

Llega señal de holovídeo. Procesando...

Enseguida se mostró una imagen extraordinaria ante nuestros ojos atónitos. Mucho más grande que cualquiera de nosotros, el ser parecía superar los tres metros. Tengo que confesar que se me hizo un nudo en la garganta. Aquel ser de otro mundo me produjo un intenso escalofrío que recorrió toda mi columna vertebral. Era espantoso. Tan feo como una suerte de insecto terriblemente desagradable. Negra, la cabeza parecía alojar múltiples ojos, como de mosca. La voz emanaba de una oquedad en la parte inferior de la cabeza, rodeada por lo que parecían dos pares de quelíceros, es decir, unas especies de mandíbulas amenazantes y puntiagudas. Del cuerpo, de tamaño moderado, salían numerosas patas articuladas; conté diez. Todo él estaba rodeado por un exoesqueleto, negro y de pariencia metálica —Alicia dijo que formado por quitina—, como los insectos de la Tierra. Los quelíceros comenzaron a moverse rapidisimamente, articulando sonidos con significado, diciendo:

Les estábamos esperando.
¿Por qué han tardado tanto?

¿Cómo podían esos seres hablar nuestro idioma? ¿Qué estaba queriendo decir ese monstruo imposible, de aspecto atroz, y que parecía sacado de mis peores pesadillas?

Han sido diez años aguardando este momento.
Comprendan nuestra impaciencia.

¿Diez años? La expedición de Aguirre y sus hombres había partido solo diez meses antes de que nosotros abandonáramos el sistema solar en su busca. Se me ocurrió pensar que quizá «sus años» no duraban lo mismo que los nuestros. O eso, o el agujero de gusano distorsionaba el transcurrir del tiempo hasta límites que nadie (ni siquiera el doctor Mancebo) había podido imaginar.

Abrí la boca y Gerardo comenzó a enviar mi holovídeo a la otra nave:

—No tienen nada que temer de nosotros. Somos pacíficos, pero escuchándoles hablar, nos ha surgido una pregunta: ¿cómo han aprendido ustedes a hablar hispano?

La obvia respuesta llegó enseguida. Al pronunciar su nombre, la voz del ser de otro mundo sonó grave. Más que eso: sonó lúgubre, profunda y tenebrosa. Muy pocas laringes humanas hubieran podido pronunciar su nombre en ese tono tan bajo.

Aguirre, alabado sea.

Las antenas de aquel ser vibraban, aunque yo entonces no sabía por qué. Ahora sé que la impaciencia le dominaba.

Soy una nauta y he viajado por todo el sistema solar enfrentándome a numerosos desafíos. Sin embargo, tengo que confesar que en ese momento me sentí estremecida. Intenté disimular para que mis compañeros no se dieran cuenta.

El extraño ser continuó siseando en un tono lóbrego:

Quién sino Aguirre, el héroe misericordioso.
Quién sino Aguirre, el mártir piadoso.
Quién sino Aguirre, nuestro benefactor.

Me atreví a preguntar, intentando con gran esfuerzo que no me temblara la voz:

—Buscamos a Aguirre, ¿saben dónde podemos encontrarle?

Por supuesto. Él es nuestra luz. Visíten nuestra morada, por favor. Será un honor recibir a seres de la raza de Aguirre en nuestra humilde nave.

Se interrumpió la comunicación y nos quedamos a solas con nuestros pensamientos. Todos estábamos aterrados, pero intentábamos sobreponernos a ese sentimiento.

El quásar (FINALIZADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora