—Hay algo que no se puede hacer. No juzgues al coronel. Al coronel no se le juzga como a un hombre ordinario.
Apocalypse Now, película de Francis Ford Coppola.
Siguiendo las indicaciones que nos habían dado los insectos de la guardia del abismo, arribamos a Tarsis. A medio millón de kilómetros el planeta era observable a simple vista como una oscura esfera con un tono parduzco, producido por la vieja y conocida tolina, ésa que tanto abundaba en Titán.
Claro, los rayos ultravioleta del quásar incidían en esa atmósfera sin oxígeno —y, por tanto, sin la protectora capa de ozono— y penetraban bien profundo, rompiendo las moléculas de hidrocarburos de la atmósfera —sobre todo el abundante metano—, y se volvían a asociar siguiendo una química orgánica complejísima, que terminaba produciendo esa sustancia denominada tolina. Luego, se iba depositando en la superficie.
La tolina de Titán era anaranjada porque la iluminación del Sol le aporta ese color. A la luz azulada del quásar la tolina de Tarsis tenía un aspecto mucho más oscuro, parduzca quizás.
De cualquier forma, Tarsis era mucho más cálido que Titán, aunque no tuviera luz solar. De ello se encargaba el enorme calor interno, pues el joven planeta apenas gozaba de unos cientos de millones de años de vida y aún no había tenido tiempo de eliminarlo. Lo que quiero decir es que había muchos volcanes en su superficie.
Charlas planetarias aparte, lo importante es que allí estaba Aguirre. Con toda seguridad lo encontraríamos en Tarsis, haciendo alguna de sus locuras.
Aguirre era un tipo fino y de buena familia que podía haberse dedicado a trabajar en cosas decentes... Pero no, él quiso hacerse nauta y contrabandista. Halló pronto su vocación, siendo apenas un joven con ganas de vivir aventuras.
Cuando en su primer viaje por el Espacio se embarcó como pasajero, nadie podía sospechar que, a los pocos días de zarpar de Encélado, su nave sería capturada por unos piratas (y no, no era el capitán Flint). Los abordaron con gran crueldad y algunos murieron en el ataque.
Entonces, los piratas solicitaron un rescate por la vida de los secuestrados; algunas de las familias pagaron escrupulosamente, otras no. Si no se pagaba el rescate, la víctima moría; pero si se pagaba, quedaba en libertad. Esa era su forma de actuar. Sin embargo, estando Aguirre por medio, era inevitable que las cosas se complicaran.
Sus padres tenían dinero y fueron de los que pagaron. Cuando, después de haber recibido una buena cantidad de pesos, los piratas le dijeron a Aguirre que era libre y que podía entrar en la lanzadera de los elegidos para unirse con sus familias, él dijo que no, que no se iba. Por lo visto, aquel ambiente le gustaba.
Sus padres mantuvieron una holoconferencia con la nave pirata rogándole por favor a Aguirre que reconsiderase su postura, pero el tozudo joven no quería y no quería, pues simplemente le gustaba aquella vida.
Los piratas también se quejaban, diciendo que los estaba poniendo en ridículo. Incluso ellos tenían una reputación que mantener. Una credibilidad, en definitiva: si no actuaban con firmeza, ¿quién los podría tomar en serio en el futuro? Nadie pagaría un rescate nunca más en estas condiciones.
Días después, los desesperados piratas contactaron con el padre de Aguirre y le explicaron que, si no tenía inconveniente, iban a degollar a su inquieto hijo, pues tenía alborotada toda la nave con sus ocurrencias. El padre de Aguirre respondió diciendo que los comprendía, que a lo largo de su vida él también se había visto tentado a hacerlo muchas veces, pero que le parecía una actitud poco seria, pues bien que había pagado el cuantioso rescate. Así que el padre, en vez de pedir clemencia por la vida de su vástago, exigió que le devolvieran el rescate, cosa que no ocurrió. Los piratas habían perdido toda su credibilidad: ¡quién iba a pagar un rescate en el futuro para esto!
Al final el asunto se alargó en exceso, y cuando habían pasado dos años y volvieron a entrar en contacto con la nave pirata —llamada «La Condenada»— sus padres descubrieron que las cosas habían cambiado, pues su joven hijo ya era el capitán. Ahora él estaba al mando. Siguieron negándose a devolver el rescate, claro. Entonces se dedicaban al contrabando (tenía sentido: visto su escaso éxito como piratas es comprensible que decidieran cambiar de profesión).
Esta fue la persona que los sesudos científicos enviaron a través del agujero de gusano como embajador del sistema solar. Así que en Tarsis podía estar ocurriendo de todo.
En aquellos días yo tenía mucho trabajo, porque había que realizar todas las maniobras de aproximación a la órbita baja, donde según los tarsianos debía esperarnos una estación espacial. Aun así, tuve tiempo para contemplar la enorme —y, a la vez, rudimentaria— estación espacial.
La estética redondeada y bulbosa era similar a la de la nave de la guardia. Tecnología tarsiana. El tema que impresionaba era el tamaño, pues era aún más grande, unas veinte veces la eslora total de la Nueva Stella Maris.
Y todo su casco externo se componía de esos grandes diamantes formando unos módulos que habían sido ensamblados en órbita. No eran diamantes puros, sino aleados con otras sustancias, de forma similar a como se transforma el hierro en acero para mejorar sus propiedades físicas. César miraba fascinado la estación por el ventanal. Y en sus ojos había un brillo especial que no me gustaba nada. Era pura codicia.
Si queríamos bajar a ese planeta necesitábamos hablar con ellos, pues nuestra lanzadera estaba bien para aproximarse a otras naves o a asteroides pequeños, pero esto era otra cosa. Tarsis era un planeta de tamaño terrestre, cubierto por una densa atmósfera y con una gravedad poderosa. Y eso lo cambiaba todo. La lanzadera no valía y en la estación espacial nos podrían dar indicaciones sobre cómo proceder.
Confiados por el contacto con la nave de la guardia, iniciamos con optimismo la comunicación de radio con la estación espacial. Sin éxito. Nadie contestaba. Tras insistir varias veces, finalmente llegó la desoladora respuesta.
¡Déjenme en paz!
No era un recibimiento halagüeño. Envié señal de holovídeo:
—Llegamos desde el sistema solar. Somos exploradores pacíficos. Buscamos a Aguirre...
No me importa Aguirre. Quiero estar solo.
El asunto se complicaba. Por lo visto, no todos los insectos tarsianos eran amables. Nos encontrábamos en un callejón sin salida. No sabía qué más podíamos hacer, salvo seguir insistiendo.
—¿Quiere que lo intente yo? —preguntó el doctor Mancebo ante mi perplejidad.
—Adelante, es todo suyo —respondí cansada de la situación.
El doctor Mancebo mandó un nuevo holovídeo. No habló, no merecía la pena. Tan solo mostró en la holopantalla, bien visible, el amuleto de César.
¿Qué es eso?
—Disponemos de hierro, níquel y otros muchos metales —ahora sí comenzó a hablar Mancebo—. Y nos encanta hacer negocios.
Funcionó, claro. El joven Universo en el que nos hallábamos no había tenido tiempo de crear los elementos más pesados de la tabla periódica. Eran escasos, y muy valiosos. Enseguida, el arisco tarsiano nos dio indicaciones para visitarle.
Estaba solo al mando de la estación espacial. Para nuestra sorpresa, el insecto allí fue todo amabilidad. Al parecer, el modesto hierro tenía la capacidad de obrar milagros entre los tarsianos.
La palasita de César era una lámina delgada compuesta de níquel, hierro y olivino que medía tres por diez centímetros. A cambio de un centímetro cuadrado que corté con mi navaja eléctrica, todo fueron facilidades. Es verdad que a César no le gustó que lo hiciéramos, pero el insecto cuidaría de la Nueva Stella Maris, facilitaría una cápsula de reentrada y su primo nos proporcionaría en Tarsis el transporte necesario. A la vuelta, si llegábamos con Aguirre, le daríamos un centímetro cuadrado más.
Ignorábamos el precio que estábamos pagando, pero daba la sensación de que el acuerdo era muy favorable para el insecto.
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El quásar (FINALIZADO)
Science FictionEn esta nueva aventura, la cuarta, Rebeca visita un extraño y misterioso quásar. Mi nombre es Rebeca Vargas y nací en Ceres, un planeta enano del sistema solar. Para vosotros el sistema solar no significa nada, es una mera palabra de pronunciación...