A mí, El corazón de las tinieblas me desveló muchas veces. Yo creo que no describe el Congo, ni la realidad, ni la historia, sino el infierno.
El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa.
Continuábamos los cuatro montados a lomos del negro escarabajo gigante por el río de asfalto, escoltados por una docena de insectos armados, seis a cada lado, e ignorábamos cuáles eran sus verdaderas intenciones. Cada vez la pendiente era más acusada, hasta que llegamos a una zona muy llana, en la que el río parecía dibujar un extenso meandro.
En los laterales del cauce comenzaron a aparecer estacas —o algo parecido— clavadas en el suelo. En ellas estaban ensartadas las cabezas de numerosos insectos. Había de todo: grandes escarabajos y otros medianos, tanto espaciales como selváticos, así como otras especies desconocidas. Nos sorprendió comprobar la profusión de cadáveres que adornaban los márgenes del río, pero no nos atrevimos a preguntar por su significado.
Fue así durante un par de kilómetros. Creímos identificar al menos las cabezas de seis especies distintas de insectos, de los cuales nosotros solo conocíamos tres.
—Fijaos en esa de allí —dijo César, señalando a un punto enfrente de nosotros.
Clavada en aquella estaca había una cabeza más pequeña que las demás. Era humana. Solo quedaba de ella el cráneo y un mechón de cabellos que aún no se había desprendido.
—Esto no me gusta —dijo César, que empezaba a ponerse nervioso. A mí tampoco me gustaba. Permanecimos en silencio durante unos minutos intentando asimilar lo que habíamos visto. ¡Quién sabe si nuestras cabezas no terminarían en alguna de esas picas!
Unos cientos de metros después comenzamos a ver edificaciones muy rudimentarias construidas con algo parecido a la paja y la madera. Allí vivían multitud de insectos, algunos de los cuales se nos quedaban mirando con viva curiosidad.
Al llegar un poco más adelante el escarabajo paró. Habíamos llegado. Era una zona sin vegetación con numerosas construcciones, todas muy primitivas y muchísimos insectos medianos selváticos que iban y venían. Entre la multitud, alguien levantó una mano para llamar nuestra atención y comenzó a gritarnos. Era una mujer humana.
—¡Llegáis a tiempo!, justo a tiempo de contemplarlo en todo su esplendor. ¿Lo creeríais? Él acaba de volver y no podemos sentir más júbilo. Él, ha llegado Él. Llega triunfante, vencedor en la batalla, y arquitecto de la paz.
—Berta, ¿eres tú? —pregunté.
Berta era una nauta a quien conocía de vista: la jefa de máquinas de la tripulación de Aguirre. Estaba casi tan loca como él. Llevaba un raído traje de exonauta, tan sucio y remendado, que no era fácil identificarlo. También llevaba en la cara una máscara como la nuestra. Se acercaba a nosotros abriéndose paso entre los insectos y gesticulando teatralmente. Parecía muy excitada:
—Él ha vuelto y está con nosotros, porque Él se recrea con su pueblo, porque Él nos ama y no puede estar sin su gente. Él se desvive por los suyos, se abandona y es feliz con su gente.
Hablaba moviendo las manos de forma histriónica, acompañando sus palabras con un movimiento extrañísimo de sus caderas. Bailaba y se contorsionaba a la vez que nos dirigía sus palabras.
—Él está contento. Ha vuelto triunfante de una expedición muy fructífera... ¡Ah, son muchos los diamantes arrebatados al enemigo! Somos ricos, ¿lo sabéis?
—Berta, déjate de tonterías. ¿Dónde está Aguirre?
—Acompañadme, acompañadme, amigos. Yo os conduciré hasta Él. Tú eres Rebeca, ¿sí?
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El quásar (FINALIZADO)
Science FictionEn esta nueva aventura, la cuarta, Rebeca visita un extraño y misterioso quásar. Mi nombre es Rebeca Vargas y nací en Ceres, un planeta enano del sistema solar. Para vosotros el sistema solar no significa nada, es una mera palabra de pronunciación...