—Está loco —dijo Archie.—No, no, está borracho —insistió Belfast titubeante, tiernamente achispado.
El negro de la Narcissus, de Joseph Conrad.
Intenté explicárselo a José María Mancebo, aunque sabía que era inútil pues era incapaz de entenderlo. Su mente obtusa medio autista no daba para más. En la amplia sala de reuniones solo había dos asientos ocupados. El suyo y el mío, uno enfrente del otro, y nos mirábamos fijamente:
—Hay un nauta en apuros más allá del umbral cósmico. Y tenemos que ayudarle. Cueste lo que cueste—. El Espacio sabe que lo intenté, pero el pobre hombre no lo entendía.
El físico teórico estaba totalmente desconcertado. Era demasiado torpe para comprender que algunas cosas deben construirse con la materia de la que están hechos los sueños. Era así de sencillo y, a la vez, así de complicado.
—Usted no lo hace por dinero, no lo hace por interés personal o por el honor de ser la primera en hacer historia. Usted lo va a hacer por Aguirre, por ese...
—Por amistad, por compañerismo y por lealtad. Él y yo somos camaradas. Aguirre es un nauta y los nautas nos ayudamos entre nosotros. Puede que esté loco, un poco perturbado quizá, y es posible que de vez en cuando actúe de forma extraña; pero es un buen tipo y los nautas no dejamos a nadie atrás. Es una tradición del Espacio.
Parecía esforzarse por comprenderlo. Fruncía el ceño mientras se acariciaba su perilla con aire pensativo:
—Ustedes, los nautas, son personas sumamente extrañas...
En ese momento, yo podría haberle descrito mi opinión personal sobre los científicos. No merecía la pena, pues tampoco lo entendería. Pensemos por un momento en su forma de proceder: ellos habían convencido al loco Aguirre para mandarlo más allá del abismo cósmico. De todos los capitanes, de todas las naves iónicas de todo el sistema solar, lo eligieron a él. Era un buen tipo, pero estaba loco y no era de ese tipo de personas que destacan por su capacidad para las relaciones públicas. Esa fue la idea genial que tuvieron. Nada menos que enviar al perturbado de Aguirre como embajador de nuestro sistema solar para contactar con otros mundos y otras civilizaciones... Sin duda, una gran idea —dicho sea con ironía—. Estos tipos, los científicos, no me gustaban nada.
—Doctor Mancebo —pregunté con una sonrisa—, ¿quién tuvo la brillante idea de enviar a Aguirre por ese portal cósmico que ustedes construyeron? ¿Quién fue la mente brillante que ideó ese planteamiento descabellado?
—Los nautas —se justificaba el doctor Mancebo— son un recurso escaso y a menudo no están fácilmente disponibles. Hay que emplear lo que se tiene y no siempre es sencillo encontrar a uno tan inconsciente como para iniciar el camino del agujero de gusano.
Según me confesó, tan desesperados estaban por encontrar un nauta capaz de tripular su nave más allá del abismo gravitatorio que buscaron donde siempre es arriesgado buscar: en la prisión. Los nautas somos complicados y pendencieros. Eso todo el mundo lo sabe. En la cárcel siempre es posible encontrarlos, aunque allí nunca están los mejores. Pero eso no pareció importar entonces.
Aguirre, el loco, se encontraba recluido cumpliendo condena por un tema menor. No, ni siquiera era contrabando. Era un asunto mucho más rocambolesco, más de su estilo.
Resulta que la tripulación entera había sido denunciada por el contratista de un cargo argumentando que habían incumplido las cláusulas de un contrato. Se había acordado transportar un cargamento un poco especial desde la Tierra a Titán: algunas toneladas de ron, un cargo importante. La nave, al mando de Aguirre, el más loco de los nautas, arribó a su debido tiempo, pero con el resultado previsible: cuando alcanzaron su destino no quedaba ni una sola gota del codiciado líquido. La tripulación de nautas se lo había bebido por el camino. Todo. Nada menos que las necesidades de ron de Titán para un año entero. Todo. En cierto modo, tenía mérito que el hígado de aquellos siete tripulantes hubiera destilado tanto alcohol y siguieran vivos. De cualquier forma, el problema es que habían cometido un delito y, tras un rápido juicio, terminaron en el presidio de Nuevo Chile.
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El quásar (FINALIZADO)
Science FictionEn esta nueva aventura, la cuarta, Rebeca visita un extraño y misterioso quásar. Mi nombre es Rebeca Vargas y nací en Ceres, un planeta enano del sistema solar. Para vosotros el sistema solar no significa nada, es una mera palabra de pronunciación...