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— ¿Qué? — Preguntó con molestia. — ¿Me estás diciendo que te fuiste de tu casa sin decir nada, Jane? — Oh, no. El que me llame por mi tercer nombre siempre significaría que estaba enojada. Dí el último sorbo a mi infusión y la miré.

— No podía seguir soportando a Rachel. — Me crucé de brazos y al parecer eso la enloqueció.

— ¡No puedes huir, Jennie! ¡Eres menor de edad! — Me empequeñece su tono de voz y miro hacia otro lado. Sin embargo continuó.
— Ni siquiera puedo imaginar cómo debe estar tu madre... — Todo lo que dijo fue en un volumen moderado. No queríamos que nos echaran del lugar.

— ¡Ella ni siquiera se preocupa por mí, Lisa! ¡Se va con su novio todos los malditos días y nunca me habla, ni se fija si comí, dormí, si me fui, o volví! — Golpeé la mesa con rabia. Todos los que estaban en el establecimiento voltearon a mirarme; algunos fastidiados, otros asombrados. Me levanté furiosa y salí del lugar, tomando mis maletas.

No tenía a dónde ir. Creí que podía quedarme en casa de Gía, una amiga del instituto, y al principio confirmó mi estadía.

La muy perra huyó con su novio y me avisó cuando salí de casa con las maletas hechas.

Escuché el ruido de las botas de Lisa chocar contra el asfalto, en un intento desesperado para alcanzarme.

— ¡Jennie! — Llamó, finalmente alcanzándome y envolviéndome en sus brazos. Peleé contra ella, forcejeé. Sin embargo no pude salir del encierro de sus brazos.

— ¡No sabes nada, Lisa! ¡No puedes hablar sobre qué es bueno y qué no si me abandonaste por once años y ni siquiera te esforzaste en buscarme. — Mi voz se quebró a mitad de la oración y las lágrimas me nublaron otra vez.

De repente mi cabeza comenzó a dar tumbos, todo me daba vueltas.

Caí al suelo y me desmayé.

[...]

Sentía unas voces a mi alrededor. De repente, al querer abrir los ojos, una luz cegadora molestó mi vista.

— ¿Ella está bien? — La voz sonaba como Lisa.

— Sí. Golpeó su cabeza de lleno contra el asfalto, cosa que podría haber sido crítica de no ser porque usted no permitió que cayera al suelo por completo. Los análisis no detectaron nada fuera de lo normal salvo que tiene un gran moretón en la zona afectada. Es probable que le duela la espalda y que al menos los primeros dos días le cueste caminar pero está perfecta, señorita Manoban. — Ahí lo comprobé.

— Bien... Gracias, doctor. Procuraré que repose lo más posible. — ¿Me llevaría a casa de mi madre o a la suya? Era una pregunta que me hacía ahora mismo.

— Si tiene dolores tome este ibuprofeno. Tenemos en jarabe y pastilla. — Pude sentir la sonrisa del hombre.

— Según recuerdo, a mi pequeña Jennie le resultaba imposible tomar medicina sólida. Aunque ahora ha crecido, supongo, que disfrutará de tomar más las pastillas. Deme ambos, de todos modos. Gracias, doctor Mul.
— Ambos mayores notaron que desperté y sonrieron.

Lisa, sin decir nada, esperó a que el doctor se vaya. Seguido de ello me ayudó a ponerme mi suéter y zapatos, no podían ponerme una bata médica a menos que desearan que muriera congelada por las bajas temperaturas de Los Ángeles. Me puso mi abrigo y en una hora me dieron el alta, pudiendo irme al fin.

— Esto... Mamá. — Se detuvo. Volteó a mirarme con cierto asombro. — ¿Me llevarás a casa?

— Vamos a la mía. Te quedarás allí. — Contestó con simpleza. Mis ojos se abrieron a tope.

Iría a su casa.

Conviviría con ella.

Eso me asustaba.

— Sube, Ruby. — Señaló un puto tesla. Me estremecí.

— ¿E...Ese coche es tuyo? — Asintió. Muchos entrevistadores estaban alrededor del auto, y cuando vieron a Lalisa, todos corrieron hacia ella como una estampida de búfalos. Me abrazó hacia ella y tapó mi rostro, diciendo lo siguiente:

— No tomen fotografías. Esta niña es menor de edad, y si veo una sola foto de ella rondando por internet voy a denunciarlos, A TODOS.
— Los hombres y mujeres que nos rodeaban asintieron con temor y me subió a su auto, no sin antes colocarme el cinturón. La miré con molestia.

No soy inútil.

Pero sin embargo se fue para su lado de piloto y encendió el coche, yendo a toda marcha.

— Putos paparazzis. — u
mEspetó y reí sin evitarlo, contagiándola de mis carcajadas. — Hablo en serio. Son unas jodidas larvas que buscan algún defecto tuyo para sobreexplotarlo y tener cómo comer.

— ¿Pues es su trabajo, no? — Chasqueó la lengua, haciendo un ademán con la cabeza.

— Descansa, Ruby. Ha sido un día bastante ajetreado y no quiero que te vuelvas a desmayar. — Asentí y me acomodé.

El aroma dulce de Lisa me envolvió en una enorme calidez.
Dormí hasta que llegamos a su casa, y me esperaba de todo menos esta belleza.

No podía ni explicar la hermosura de su hogar. Era simplemente magnifico. Su estilo era minimalista y era grande para que ella viviera sola. Entramos y guardamos el tesla en su garaje, seguido de ello me dió un pequeño tour de su "humilde morada".
El penthouse contaba con cinco habitaciones y cinco baños. Uno para uso de invitados y los demás repartidos en todas las habitaciones excepto una. Los colores eran cafés e iban de lo más claro hasta lo más oscuro con toques blancos y negros. La cocina era enorme, perfecta para mí que adoraba cocinar postres. El living contaba con una pantalla plana enorme y también unos sillones enormes que lucían cómodos.

— Bien, hija. Vamos a tu habitación, déjame llevar las maletas. — Tomó mis valijas y las arrastró junto a un bolso en su hombro hasta llegar. Continuó: — Tienes un armario de ese lado — Señaló una puerta. — Y el baño ahí.
— Señaló otra puerta. — Te recomendaría que te acomodes mañana, ahora tienes que hacer reposo. Si no te cargué fue porque no quisiste. — Me miró de manera acusatoria y ambas reímos. — Ven aquí.

Me acerqué a ella con lentitud. Su dulce fragancia me envolvió al igual que sus fuertes brazos, posando sus manos en mi cintura. Me estremecí. La abracé de todas formas, ambas quedándonos en un extraño silencio cómodo.
Nuestras miradas conectaron cuando nos separamos, y pude jurar que acercó su rostro muy pocos milímetros al mío. Exhaló pesado y acarició mi mejilla.

Esperé sus labios, que nunca llegaron.

No podía creerlo. ¡¿En qué estaba pensando?!

¡Es mi maldita madre!

— Ehm... Bueno. Te dejo, cariño. Voy a mi estudio, está en la tercera planta. — Con tercera planta se refería a un ático enorme.
— Duerme un poco.

Asentí y desapareció por la puerta en milisegundos, dejándome confusa y con ganas de sentir sus labios sobre los míos.

[...]

𝗛𝗲𝗮𝗿𝘁 𝘁𝗼 𝗛𝗲𝗮𝗿𝘁 | 𝗝𝗟Where stories live. Discover now