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Estaba desayunando hoy, cuando de repente, sentí una punzada en mi pecho. Algo sin importancia, he de decir, pero me sorprendí a mí misma cuando me encontré unas horas después, subiéndome a un taxi para ir a la prisión en donde se encontraba Lisa. Por suerte, Rachel trabaja hasta muy tarde, no podría saber que no estoy hasta en la noche y estaré de vuelta en casa antes de las 8.

A cada manzana que estaba más cerca, más sentía una angustia que estallaba en mi pecho, y no sabía el por qué.
Me bajé a tropezones del auto y me metí a la recepción. Ésta vez no necesitaba cita, sólo necesitaba saber si ella estaba bien.

— ¿Lalisa Nanoban? — Cuestionó la tipa de caderas anchas al otro lado del escritorio, tipeando algo en su inútil y viejo computador.

Manoban, señora. — Insistí. Era la quinta vez que le decía el apellido.

Con muy poca velocidad, finalmente pareció encontrar algo en los archivos. Pero abrió los ojos enormemente y me miró.

Uh... Aquí dice que... Que no puedo darle esa información a externos. — Dijo, con voz atorada.

— ¿Qué?

— ¡E-Eso, señorita! Que no puedo darle los datos. Pero, pero aquí hay una carta. Quizás es para usted. — Dijo en un hilo de voz.

Prácticamente se la arrebaté de las manos y ni me molesté en despedirme.
Mis pasos me llevaron hacia una pequeña plazoleta ubicada en una rotonda. No había nadie salvo una anciana que miraba a las palomas.

Con lágrimas acuando mis ojos, comencé a leer:

Desde que supe que existías, la vida me regaló lo mejor que pude haber tenido nunca.
Aún lo recuerdo. Rachel y yo, aquella noche fría de invierno, sentadas en la cama. Yo estaba tocando su vientre, sintiéndote, sabiendo que a pesar de que no eras mi hija biológica yo estaría ahí cumpliendo el rol de madre junto a quien te engendró.
Dos kilos y medio, cuarenta centímetros de altura. Te vi, y supe que llegaste para poner mi mundo de cabeza, que jamás volvería a ser la misma después de que entres a mi vida.
De pequeña, eras revoltosa, juguetona, siempre con esa luz vivaz que te caracterizaba y que a cualquiera haría reír. Te vi crecer, poco a poco, hasta que te detuviste.
Más bien, yo te detuve.

Me fui. Lo sé, me fui y te dejé, pero no fue mi elección, no me dejaron elección, y lo sabes. Te lo he contado.
Siempre creí que al dejarte estaba haciendo lo correcto, que era por tu propio bien y que merecías algo mejor que lo que estabas por pasar. Juicios, abogados, peleas... Eras demasiado pura, demasiado para eso.

Hasta que me enamoré de ti.

No sabes las veces en las que deseé alejarte de mí. Lloré noches enteras sabiendo que lo nuestro no saldría bien jamás, porque te crié y he sido tu madrastra.
Estuve apartándome de tu camino, poco a poco, pero no lo has visto. Las peleas, los reclamos, incluso el sexo, comenzaban a hacer que me de cuenta de que tú y yo no podíamos ser, y que tenía que comenzar a actuar cuanto antes para no desatar la catástrofe.
Te amo, Jennie. Te amo con todo lo que tengo y lo que soy, nunca haría algo para lastimarte, ni para herirte. Pero sabes que no había opción, que tenía que permitir que consigas alas nuevas para poder volar de mi lado. Soy una piedra en tu camino, piedra que debes patear lejos y no volver a buscarla.

Por eso hoy, mi amor, estoy despidiéndome de ti.

No puedo seguir cargando con el peso de haber arruinado tu vida, de que estés tan mal por esto. Intentaste suicidarte, y eso para mí, fue la gota que colmó el vaso. Siempre prometimos que no nos haríamos daño, pero tú rompiste la promesa primero.

Estoy dejándote, sí, y vas a odiarme. Vas a detestarme por haberte abandonado en el mundo que conlleva haber cometido un error como el que no elegiste cometer, pero es por tu propio bien. Quiero que sigas con tu vida, que recorras el mundo y que seas pintora como deseas ser. Nada podrá detenerte, ni yo, ni Rachel, ni Rosé, ni nadie, porque hay gente de mi parte que va a acompañarte.

Me estoy quitando la vida para que tú puedas seguir cursando la tuya.

Eres mi adoración, mi hermosa Jennie... La única para mí.

Incluso cuando varias reas dentro de la cárcel intentaron tener algo conmigo y no les funcionó, porque a todas les dije que yo tenía a mi flor esperándome en el jardín.
Pero yo soy una tijera y puedo cortarte.

No querré eso nunca.

Siempre voy a estar a tu lado, me veas o no, siempre voy a quererte y a amarte aunque en estos momentos tú no lo hagas.
Siempre, siempre.

Te adoro.

LM.

No podía creer lo que estaba leyendo.

No, tenía que ser mentira.

Me levanté abruptamente del banco que estaba en la plazoleta. Crucé la calle sin mirar y casi me atropellan, pero no me di vuelta para disculparme. Corrí, corrí tan fuerte y tan rápido que no sentía mis piernas al llegar al establecimiento de la cárcel.

— Hola, — Dije, agitada. — Necesito saber información de una interna.

Había otra recepcionista... Una más eficiente, al menos, pero seguía mirándome con esa cara de mosquita muerta que suelen poner.

— ¿Usted es familiar directo? — Inquirió, mirándome de arriba a abajo cuando dije su nombre.

— Soy su mujer. — Solté sin pensar.

Alzó una ceja y se metió en su computadora, empezando a buscar entre las reas.

— Ah, sí... — Mascó su chicle. — Ella fue trasladada al hospital más cercano.

Sentí como si un yunque hubiese caído en mi cabeza.

— ¿Qué?

— Así es. Intento de suicidio. Lo siento mucho, linda, aquí dice que no creen que sobreviva.
— Finalizó, volviendo a su celular.

[...]

𝗛𝗲𝗮𝗿𝘁 𝘁𝗼 𝗛𝗲𝗮𝗿𝘁 | 𝗝𝗟Where stories live. Discover now