CAPÍTULO 7: THEODORE NOTT

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"¿Era realmente cierto que no se cambia?... Sabía que estaba manchado, que había llenado su espíritu de corrupción y alimentado de horrores su imaginación; que había ejercido una influencia nefasta sobre otros, y que había experimentado, al hacerlo, un júbilo incalificable; y que, de todas las vidas que se habían cruzado con la suya, había hundido en el deshonor precisamente las más bellas, las más prometedoras. Pero, ¿era todo ello irremediable? ¿No le quedaba ninguna esperanza?"

- EL RETRATO DE DORIAN GRAY, Oscar Wilde.

La primera vez que Harry se dio cuenta, fue en el cumpleaños de Hermione. Ginny se lo había mencionado desde que los entrenamientos comenzaran dos semanas atrás, desde que Malfoy y Nott se pararon por primera vez frente a ellos para mencionar hechizos y pociones, y maldiciones e invocaciones, y un sinfín de cosas cuya existencia Harry ni aún imaginaba.

¿Creyó que el Sectumsempra era un hechizo horrible? Nott había hecho que la piel de una rata se separara a jirones de su pobre dueña, con un solo movimiento de su varita, mientras explicaba, con aquel rostro plano que siempre llevaba, que el mismo hechizo podía ser usado en humanos. Los presentes habían enmudecido ante tal demostración, preguntándose si Nott ya lo habría usado en algo distinto a una rata.

Sólo Hermione tuvo el valor de acercarse para poner fin a la vida del pobre animal en un acto de clemencia. No había contrahechizo, por lo que Harry creyó que la única razón por la cual Nott había enseñado aquel conjuro maldito, era para ganar el miedo de todos los presentes. Y lo había conseguido.

Miedo. Eso era lo que sentían por Theodore Nott, algo que se había intensificado desde la mañana en que Luna dejara la casa de un día para otro, bajo el pretexto de acudir junto a su padre enfermo. ¿No escaparía también del slytherin?

Pero ¿no debió haber llamado su atención el que Malfoy se quedara atrás en aquella exhibición de poder, cuando debía conocer, bien sabía Harry, tantos o más hechizos macabros que Nott? Sin embargo, se había limitado a enseñar aquellos ante los cuales podían hacer algo. Para el resto, para las maldiciones en que nada podían hacer, su consejo fue no ser tan imbéciles como para recibirlas.

Explicó como el perseguir a un enmascarado que corre era de tontos, pues suponía el método favorito de los mortífagos para llevar al perseguidor a una trampa. Mostró cómo se organizaban los seguidores de Voldemort para un ataque, como no hacían las embestidas de golpe, sino en oleadas; el modo en que seleccionaban a sus rehenes y mataban al resto, y la pavorosa facilidad que tenía el Señor Oscuro para controlar sus mentes, introducirse en sus pensamientos y torturarlos de ese modo hasta que no desearan más que su propia muerte.

Incluso las peleas con Ron habían dejado de ser frecuentes, y en una ocasión, quién sabía por qué, se había mostrado especialmente paciente con Neville, quien era ahora el mayor defensor del rubio.

Pero Harry había seguido inmune a lo evidente. Había estado demasiado ciego para ver ese cambio y buscar una explicación. Se mantuvo sordo a las dudas de Ginny cuando le decía que entre Malfoy y Hermione algo había cambiado. Que era obvio. Que todos lo notaban. Que incluso Tonks lo había notado. Pero no él. Él se negó a la posibilidad porque aquello era impensable.

Y luego, de golpe, la verdad se descubrió ante sus ojos. De golpe, quedó claro para él que aquella lástima que había temido que Hermione sintiera por el rubio, se había transformado en algo más... En algo que no debió ser nunca: era evidente el anhelo en los ojos de Malfoy al contemplarla apagar las velas de la sencilla torta que había preparado Molly para celebrar los diecinueve años de la joven.

Malfoy no solía estar ahí a esas horas, pero ese día hizo acto de presencia, aunque fuera desde las sombras, sin compartir con nadie. Eso ya era llamativo, pero lo terrible, lo que sembró la duda en Harry fue el modo intenso en que ella se sonrojó ante una mirada de él y la sonrisa cómplice que compartieron luego. El cómo no perdían ocasión para acercarse uno al otro, cuando creían que nadie más lo notaba. Y luego la facilidad con que se escabulleron ambos: salió él primero del comedor, ella lo alcanzó al instante siguiente. Solo Harry los siguió. Sólo Harry reparó en ellos y en el beso que intercambiaron al creerse ocultos.

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