CAPÍTULO 23: EXPIACIÓN

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"No le dejes hablar en nombre de los dioses, ni alargar sus discursos... Pues, ¿Qué justicia sería para sus víctimas el dejarlo decir algo? Al contrario, mátalo lo más pronto posible y, una vez muerto, entrégalo a los otros para que terminen de enterrarle por sus crímenes..."

ELECTRA- Sófocles.

Harry cerró los ojos y mantuvo los puños apretados hasta el punto que sus nudillos se hicieron blancos, como si pusiera toda su fuerza en hacer que aquel torbellino de sanadores, camillas y hechizos, en que se había convertido el atiborrado cuarto piso de San Mungo, lograra desaparecer con ello.

Tan cansado estaba de todo que incluso la sensación de victoria que parecía inyectar de renovadas fuerzas el espíritu de los heridos, en él no generaba más que una incómoda extrañeza. ¿Sería posible que en verdad todo hubiese acabado? Y de ser así, ¿por qué entonces no podía contagiarse de la efusiva felicidad que se había colado entre los demás?

Hanna Abott, que como muchos otros, se había dado a la voluntaria tarea de ayudar en San Mungo a atender a aquellos gravemente heridos, llegó a su lado, extendiendo hacia él un frasco. Según explicó la joven, el sanador que lo había examinado minutos antes lo enviaba para extinguir cualquier efecto remanente que pudiera tener la maldición Cruciatus recibida en los instantes previos a todo lo demás. Harry observó a la futura Señora Longbottom por un largo instante, recordando cuántas veces se había preguntado qué había sido de ella y Neville después de huir de Grimmauld Place, sonriendo al recordar que habían regresado en el momento en que más los necesitaban. Ellos, y muchos otros, haciendo posible la Victoria.

Rechazó el ofrecimiento, diciendo que no sentía ningún dolor y que debían enfocar sus esfuerzos en los verdaderamente heridos. De todo lo ocurrido, los Cruciatus que había aguantado creyendo que eran una antelación al final de su vida, resultaron no ser más que un pequeño costo a pagar dentro de aquella inexplicable serie de sucesos que llevaron a la muerte de Lord Voldemort.

"No debes sufrir, Harry Potter, pues contigo daré muestras de mi magnanimidad..."

Las palabras de Tom Riddle aún resonaban como un eco en su cabeza, recordándole la impotencia sentida mientras la maldita serpiente se enroscaba en él. En esos instantes, Harry intentó enfocarse en la mirada de su madre, cuya fantasmagórica imagen había traído consigo la Piedra de la Resurrección, que su mano se negaba a soltar. También estaba su padre, y Sirius, y Lupin...

"No extrañarás a tus amigos por mucho tiempo, pues pronto se reunirán contigo."

Un intenso dolor lo atravesó en aquel instante al pensar en sus compañeros, y sólo deseó que ellos pudieran comprender su sacrificio algún día. Que lograran ver que no los abandonaba porque era más fácil, sino porque era el único modo.

Al menos Hermione parecía haberlo entendido, pero, ¿lo entendería Ron? ¿Y Ginny? La verde luz impactó en él en el preciso instante en que recordaba los ojos marrones de la joven, y cerró sus párpados, esperando la llegada de la nada. Pero no estaba preparado para lo que habría de ocurrir al abrirlos otra vez.

Aún ahora, no se convencía del todo. ¿Sería posible que siguiera vivo?

Tenía la extraña sensación de haber tenido una plática en un lugar lejano, en un espacio sin tiempo. La voz de Dumbledore estuvo presente también en aquel lugar, pero por más que lo intentaba, no podía recordar nada concreto. ¿Pudo ser solo un sueño? ¿Tendría La Piedra de la Resurrección algo que ver con aquel extraño suceso? ¿Había muerto siquiera?

Tan inexplicable fue todo, que cuando el Sanador lo interrogó, se limitó a dar una versión más creíble: lo habían torturado a Cruciatus, y en algún punto debió caer en la inconsciencia, de la que despertó minutos después.

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