CAPÍTULO 18: EL ELFO

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CAPÍTULO 18: EL ELFO

"¡Qué tonto es el amor! No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no prueba nada y siempre te está diciendo lo que no va a suceder y haciéndote creer lo que no es verdad."

- EL RUISEÑOR Y LA ROSA, OSCAR WILDE.

Luna Lovegood, se sorprendió a sí misma reaccionando como la loca que en otros tiempos todos pensaban que era, frente al intento de Tonks por transformar un cuarto abandonado en una sala de juegos para Teddy. En un principio ella misma, que se había empeñado en dejar de lado su tristeza ayudando a los demás, mostró su apoyo a la idea de Tonks. 

Discutieron distintos colores para las paredes y mágicos encantamientos con que decorar el cuarto, y Luna se sentía incluso motivada a apoyar en todo a la bruja, ahora que entre ella y Tonks existía la maternidad como factor común.

Pero todo cambió cuando Luna descubrió cuál era el cuarto que Tonks ya había comenzado a modificar: la habitación donde Theodore Nott la besó por primera vez. Y Luna, pese a su naturaleza más bien condescendiente, no estaba dispuesta a dejar que nadie quitara ni una partícula de polvo de aquel lugar. Nadie.

Tonks no pudo comprender su objeción e insistió en modificar las cosas, lo que exaltó en un modo inesperado los ánimos de Luna, al extremo que, confundida y sin saber bien qué decir, Tonks se había retirado del cuarto en silencio.

Si bien Luna acabó avergonzada de su propia reacción, no quería detenerse a explicar nada. ¿Cómo explicar que era ese cuarto, y ese espejo, y todos los demás objetos olvidados de esa habitación, los únicos recuerdos que ella atesoraba de Theodore Nott? Los demás no podían entender que, si tan sólo reparaban ese espejo como Tonks quería hacer, ya no existiría ninguna prueba para demostrarse a sí misma, que Theodore había estado ahí.

Por las noches, Luna soñaba con que el espejo seguía intacto, con que él no lo había convertido en mil pedazos con su puño. Y era un sueño feliz porque, si el espejo no había sido roto, él y ella nunca se habrían declarado nada, y nunca habrían huido juntos. Si él no lo rompía, si no se besaban, él no se habría entregado a los mortífagos por culpa de ella, y ahora seguiría vivo. Porque Luna sabía, si, lo sabía, que él había muerto por su culpa.

- Está algo sucio como para sentarse aquí, ¿no crees?- era la voz de Daphne Greengrass, que agachándose muy cerca de Luna, había pasado su dedo por el piso y examinaba ahora la mugre en sus manos, con una de sus bellas cejas alzadas en expresión de asco.

Luna no dijo nada en respuesta, pues con su garganta atragantada como estaba, no quería arriesgarse a emitir un sonido que evidenciara su llanto. Aunque claramente Daphne había advertido eso, se limitó a tomar asiento junto a ella, pese a las pocas ganas que parecía tener de ensuciar su ropa.

Por un largo instante, entre ambas no hubo más que silencio.

- Yo también lo quería, ¿sabes?- soltó Greengrass de pronto, jugueteando con la varita entre sus dedos y la mirada perdida en algún recuerdo.- Aunque en el último tiempo tú eras lo único que parecía importarle y ya no hablábamos nunca. Aún así, lo extraño.

- Él también te quería.- Daphne soltó una risita incrédula y tornó a mirarla. Sin embargo, la sinceridad en los ojos de Luna al decirlo, la confundió. Siempre había llamado su atención el que Luna no manifestara por ella ningún tipo de antipatía. Durante mucho tiempo quiso atribuir esto a la evidente "rareza" de la joven, por quien ella había manifestado un franco menosprecio en más de una ocasión. Pero la muerte de Theodore Nott había cambiado todo. Llorar al mismo muerto crea un inevitable sentimiento de camaradería, especialmente cuando, como en este caso, son tan pocos los que lloran su muerte.- Los únicos recuerdos agradables que tenía estaban relacionados contigo o con Blaise Zabini.

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