III. Noche de bodas

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—Sabes algo Edward —comenzó a decir, acariciando su cuello con una mano mientras que con la otra conducía su auto, en dirección a la ciudad—, a pesar de que pareces una aguja de coser tienes mucha fuerza

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—Sabes algo Edward —comenzó a decir, acariciando su cuello con una mano mientras que con la otra
conducía su auto, en dirección a la ciudad—, a pesar de que pareces una aguja de coser tienes mucha fuerza.

—Necesito alimentarme, bruja —pronunció, incómodo.

—Que no soy una bruja, cuántas veces tengo que repetirlo —regresó la mano con que acariciaba su cuello al volante y miró al pasajero a su lado—. Por cierto Edward, esto donde vas montado se llama auto.

—Mira al frente, estás a punto de chocar a un animal.

—Oh —regresó la vista a la carretera, viendo que se trataba de un ovejo—, me gusta la carne de ovejo. ¿Y a ti?

—Cielos —se masajeó el entrecejo con una mano—, ¿por qué tenía que ser una sádica loca la que me despertara de mi letargo?

Se sintió un fuerte golpe e inmediatamente la marcha del auto se detuvo. Julieta se apeó y, contenta encaminó sus pasos hasta el frente del vehículo para recoger al cuadrúpedo desdichado. Edward cerró los ojos, quería despejar su mente pero no podía, como si el animal estuviese muerto sobre sus piernas, sentía el olor a sangre penetrarle las fosas nasales y un asco formársele en la boca del estómago.

Todo era extraño, a través de la sangre de Julieta había visto un mundo completamente nuevo y más sofisticado para su época, habían cosas que no conocía, muchas cosas. Necesitaba con premura adaptarse a las actuales costumbres mundanas y sobrevivir, aunque no pudiera beber sangre. Tenía que encontrar algo que la sustituyera, o esta vez podría desaparecer para siempre.

—Listo, ovejo en el maletero —la voz de Julieta lo hizo abrir los ojos—. ¿Te pasa algo? —preguntó entrando al auto.

—¿Por qué estás vestida de blanco?

—Wow sí que eres bueno para cambiar de tema, todavía quiero saber por qué me llamaste "Bruja Escarlata"; pero en fin —presionó el acelerador y continuaron la marcha—, voy a contestar a tu pregunta —suspiró—. Se suponía que el día de hoy me iba a casar con esa persona que convertiste en puré de tomate.

—Oh, no era mi intención —expresó, apenado.

—Tranquilo, solo me ahorraste el trabajo de hacerlo por mí misma. El muy canalla me había robado tu diario y comenzó a darse aires de detective —miró a Edward un instante, encontrándose con sus ojos penetrantes, que lucían como un par de brillantes rubíes—, entiende que no podía dejar que te descubriera.

—Comprendo.

—Me vestí así además porque quería recordarle qué día era hoy, quería que me viera de esta manera mientras le enterraba el puñal una y otra vez —se echó a reír—. Qué cosas tiene la vida ¿no?, terminé encajándole el puñal al idiota de su amigo, por ese imbécil fue que me dejó. ¿Sería marica y nunca lo supe?

—Lástima, ya no está para preguntarle —bromeó.

—Edward —soltó una risita traviesa y contagiosa, que hizo al nombrado reír también—, no sabía que podías hacer chistes.

—No sabes nada de mí Julieta —confesó—. Y si vas a decir que mi diario dice muchas cosas sobre mi persona, te aclaro que eso solo es una ínfima parte de lo que soy en realidad.

—Interesante, ya te estás abriendo conmigo. Eso es bueno para nuestra relación, más si vamos a ser marido y mujer.

—Ya te dije que ni aunque muriera y volviera a renacer dentro de mil años me casaría contigo.

—¿Por qué no? —preguntó, haciendo un puchero.

—Tengo muchas razones y una de ellas es que no quiero despertar un día con una estaca clavada en el corazón.

La chica se echó a reír, mientras a unos pocos metros ya se podían divisar las luces de la ciudad.

—Una simple estaca de madera no puede matarte Edward, lo sé, tu diario lo dice. También sé que no te afecta la luz del sol y que eres muy poderoso.

—Entonces también sabes que deberías temerme —le alertó—. No puedo beber sangre pero eso no significa que no pueda hacerte daño.

—Diablos Edward, ahora más que nunca quiero ser tu esposa. ¿No crees que esta noche es perfecta para una boda?

—Estás loca mujer —dirigió su vista a ella—, nunca en siglos había conocido a alguien como tú.

—Soy única, lo sé. Mira, hemos llegado a la ciudad.

Edward regresó su vista al frente, observando grandes edificaciones llenas de luces, a muchas personas transitar y también varios autos que, aunque eran diferentes al que conducía Julieta, ya había aprendido que esa era su denominación.

—Me gusta este lugar, es perfecto para jugar —dijo Julieta de repente.

—¿Jugar?

—Sí, observa bien, ¿no ves que este lugar está lleno de juguetes?

Edward resopló y optó por no hacer caso a su comentario poco humano.

—¿Falta mucho para llegar a tu casa? —preguntó, se sentía algo cansado por el viaje, pues nunca había tenido esa experiencia.

—Vivo en el centro de la ciudad, ya falta poco.

Mientras aún seguían en carretera, Edward ponía atención a cada detalle del nuevo mundo; las modernas construcciones, la vestimenta de los humanos, sus gestos, sus costumbres.

Después de casi estrangular a Julieta horas antes, sabía que no podía hacerlo porque además de haber sido ella quien lo había despertado inconscientemente, era la única que lo podía ayudar a adaptarse al nuevo mundo, a pesar de que era evidente que a la chica le faltaban unos cuantos tornillos en la cabeza, podía confiar en ella. Además, quién en su pleno juicio le pide matrimonio a un vampiro milenario sin sentir una pizca de temor.

«Julieta», seguramente dirás. Esa chica que no tiene noción alguna de lo que es la amabilidad ni la misericordia. Esa misma chica que después de encontrar un extraño libro bajo los escombros de un antiguo y tétrico palacio, se fue transformando en la persona que es hoy.

Lo que en aquellas páginas estaba escrito le hipnotizaron la mente, a tal punto de querer ser un personaje más de las historias que allí se contaban. Sobretodo, quería ser la amante de aquel ser que, aunque tenía forma humana, parecía un vestiglo sacado de algún libro de horror.

—Edward Matthew, hemos llegado a mi humilde hogar —pronunció, deteniendo el auto frente a una gran casa de estilo colonial—. Pero antes de entrar, te reitero que esta sería una perfecta noche de bodas; la tuya y la mía, y la de nuestro vecino con la muerte.

—¿Cómo? —preguntó confuso.

—Oh Edward —dijo, viendo como su vecino de al lado miraba su auto discretamente, escondido entre las cortinas del ventanal frontal de su casa—, hace tiempo que quiero deshacerme de él.

Noche de bodas #PGP2024 [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora